SOMOS (IM)PERFECTOS
Reírse de uno mismo es quererse. Porque la risa tiene que ver con eso, con la capacidad de amarse, perdonarse y aceptarse. Y, seguramente, si uno logra mirarse así mismo de manera afectuosa –no por eso impune– es probable que, como indica Guraieb, también observe su entorno (compañeros de trabajo, familiares, pareja y amigos) “como seres imperfectos, sin idealizaciones”, pero también sin prejuicios.
La clave es darse cuenta: advertir cómo uno suele percibir y procesar lo que sucede. Desde ya, a quienes tengan una autoestima baja les será más difícil desarrollar una actitud hilarante frente a sus propias imperfecciones, o bien sobrellevar con humor un momento incómodo; a diferencia de “aquellas personas que tienen una adecuada flexibilidad para reconocer que no siempre están de punta en blanco” y que no son “prisioneras del qué dirán”, indica Guraieb.
Por su parte, Spinelli asegura que “si bien la formación de la autoestima hunde sus raíces en la primera infancia −cuando los mayores nos marcan si somos inteligentes o tontos, aplicados o distraídos−, somos responsables de nuestras vidas y actitudes. Por eso, desarrollar la capacidad de reírse de uno mismo empieza por ser una elección y se manifiesta el día en que estamos predispuestos a “intentar una reacción distinta a la que tuvimos en situaciones parecidas”, concluye.
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