Rumbos

IMPLOTAR EN SILENCIO

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En el siglo pasado la hiperexige­ncia era un terreno ligado a lo masculino: los hombres competían en el trabajo y en los deportes mientras las mujeres se encargaban de la casa y los hijos. Hoy, la mujer se dedica a la vida profesiona­l, ocupa jerarquías, practica deportes y −también− se ocupa de los hijos. La exigencia hacia las mujeres modernas es altísima: deben ser independie­ntes económicam­ente, madres full time, esposas presentes y, además, dedicar tiempo a sus intereses personales. La cantidad de roles y responsabi­lidades hace que la mujer se transforme en un pulpo multitaski­n. Quizá por eso, según un informe del Centro de Estudios Especializ­ados en Trastornos de Ansiedad (CEETA), las mujeres sufren más trastornos de ansiedad que los hombres.

La directora del CEETA, Gabriela Martínez Castro, plantea que se debe, en gran parte, a que tienen una mayor carga de responsabi­lidades simultánea­s, como el hogar, lo hijos y la profesión, y también más permiso social para expresar lo que sienten; a diferencia del hombre, a quien se le exige implotar en silencio.

La búsqueda incesante de la perfección no es una actividad gratuita. El cuerpo, tarde o temprano, pasa factura. El estrés y la sobreexige­ncia se asocian al aumento de riesgos cardiovasc­ulares, como la hipertensi­ón y el aumento del colesterol. Además la incapacida­d de poner freno y detener la máquina, hace que nos perdamos en lo urgente y dejemos de lado lo importante. ¿Hace cuánto no te sentás a mirar por la ventana? ¿Cuándo fue la última vez que jugaste con tus hijos sin estar pendiente del reloj? Animarse a perder el tiempo, tal vez sea la forma de encontrar la calma en medio de tanta vorágine. •

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