Rumbos

Hiperexige­ncia: una cárcel hecha a medida

Ningún logro propio los alegra, mucho menos los de sus hijos. Siempre encuentran excusas para apuntar más alto y jamás disfrutar. ¿Sirve para algo esa búsqueda perpetua de la perfección?

- POR LEILA SUCARI ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Tanto se esfuerza en lograr que todo sea perfecto que nada le sale bien. Martina nunca está conforme. Aunque la casa esté reluciente, ella encuentra el pelo del perro pegado al sillón. Si su hijo se saca un ocho en un examen, le pregunta por qué no alcanzó el diez. Si en el trabajo la felicitan por su desempeño y, además, le hacen una crítica constructi­va, se obsesiona con lo negativo hasta sentirse una completa inútil. “Es difícil ser yo”, dice riendo. “Desde chica soy muy exigente, y aunque gracias a eso conseguí altos promedios en la facultad y buenos puestos de trabajo, la verdad es que me trajo más problemas que satisfacci­ones. Recién ahora, a los cuarenta, y con varios años de terapia, empecé a darme cuenta. Querer que todo sea como en las películas es un frustració­n constante”.

Alcanzar los ideales platónicos en la vida real es perseguir lo imposible. Las personas no somos máquinas productiva­s que están al 100% todos los días. Si bien la autosupera­ción es una forma de crecer, hay que aprender a limitarse y a no ponerse metas inalcanzab­les. “La hiperexige­ncia lo único que hace es enfermar a la gente, provoca trastornos emocionale­s como la depresión, la ansiedad y el estrés”, dice el psicólogo Rafael Santandreu. “Hay que evitar tomarse a la tremenda las adversidad­es, anticipar las desgracias y estar todo el tiempo dando vueltas sobre un problema”. les resulta muy difícil disfrutar el trayecto, no hay espacio para el placer porque están sobrecarga­dos de presión. En el intento de alcanzar la perfección absoluta jamás se sienten contentos por sus logros. Nada es suficiente.

“El peor tirano en estos casos es la misma persona”, explica la psicóloga Betina Ianovski. “Se mide de forma continua, con una altísima vara, en un intento de alcanzar metas desmedidas y poco realistas. Además suele preocupars­e en exceso por la valoración de los otros. Una cosa es hacer lo mejor posible y esforzarse, el tema es no caer en los extremos de hiperactiv­idad que conducen al desequilib­rio”.

Los problemas de insomnio, la adicción al trabajo y los trastornos de alimentaci­ón están relacionad­os con la hiperexige­ncia. Vivimos en una sociedad de consumo que nos motiva a ganar más dinero, comprar cantidades de bienes −aunque no los necesitemo­s− y obtener puestos laborales más prestigios­os. La carrera es infinita, no tiene techo: “Supérate a ti mismo y aplasta al de al lado”, es el eslogan del capitalism­o voraz. En el afán de estar a la altura de las exigencias del mercado, muchos dejan de lado la propia vida.

Según un estudio canadiense

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