Rumbos

Escribimos en Rumbos

- POR CRISTINA BAJO

Las personas que no escriben –especialme­nte narrativa o poesía–, que carecen de ese impulso, no entienden la necesidad que tiene quien lo hace de compartir lo escrito, de ver alguna vez editado en papel, o digitalmen­te, su obra.

Es por eso que cuando Rumbos convocó a los lectores para que enviaran sus cuentos, la iniciativa me pareció una idea estupenda. Con el paso de los meses, al leerlos, al ver cómo se hacía presente en esas páginas gente de muchas de nuestras provincias, me pareció que la revista había dado un paso importante en su comunicaci­ón con los lectores.

Como digo en el prólogo –mi pequeña contribuci­ón a este libro– habiendo vivido siempre en el interior del país, sé lo difícil que es llegar a editar. Y ni hablemos de editar en Buenos Aires, prácticame­nte la única oportunida­d que tenemos de ser distribuid­os en todo el país y que nuestro libro aparezca en otras librerías que no sean sólo las de la ciudad que habitamos.

Pero mi entusiasmo se vio renovado cuando me enteré que era posible que aquellos cuentos de la última página –que conformaba­n todas las voces de nuestra tierra– fueran editados en un libro que podía llegar, como antes lo hicieran en la revista, a sus fronteras más lejanas.

Hace unos días me llegó un ejemplar. Me encantó la edición, sencilla, pero de buen gusto, con detalles que me encantaron: la numeración de las páginas, alguna viñeta, detalles cuidados.

Y también yo, como ustedes, cuyos cuentos han sido selecciona­dos para esta edición, me emocioné como si fuera la primera vez que veía mis palabras en letra de imprenta, sobre papel y entre dos tapas a color. Y en la carátula, una máquina de escribir, como la que me regaló mi padre cuando supo que llenar hojas no era en mí un capricho pasajero.

Y sentí, a medida que leía estos relatos, que entraba a un territorio desconcert­ante, donde temas parecidos se contaban de formas muy distintas, donde de vez en cuando irrumpía un poema, a veces sabrosamen­te clásico, a veces perturbado­ramente moderno, donde el sentimient­o se abría paso entre frases despojadas de eufemismos.

En esas páginas, personas desconocid­as me contaban sus sueños, sus vidas… imaginaria­s o no, porque, al narrar, exponemos nuestros ángeles y nuestros demonios, nuestros sueños y, a veces, nuestras pesadillas.

Porque al escribir, re-escribimos todo aquello –bueno o malo– que nos hizo ser quienes somos. Allí van los fantasmas y las hadas familiares, los padres, los hermanos, los amigos que perdimos y revivimos en palabras. Allá va el humor que nos sostiene cuando todo parece negro, la sonrisa después de la tormenta, la carcajada de la mesa de los domingos o del asado a la leña rodeado de amigos. Donde hablamos de todo y de nada.

Confieso que elegí para leer primero aquellos que provenían de lugares donde viví un tiempo, donde me detuve a tomar un café, un plato de pastas mirando por la ventana del bar de la estación de servicio; aquellos lugares donde tengo hermanos o amigos, donde di conferenci­as, donde me senté en la plaza simplement­e para ver a la gente pasar y aprehender su forma de hablar, su manera de relacionar­se. Donde visité sus cementerio­s, entré a sus catedrales, me arrodillé en humildes oratorios.

Y casi, casi, fue como recordar los años que he vivido.

Sugerencia­s: En Cuentos y poemasLo mejor de Rumbos encontrará­n lo inesperado, reconocerá­n a un vecino, marcarán una frase ingeniosa, señalarán un poema para guardar.

Al narrar, exponemos nuestros ángeles y demonios, los sueños que tenemos y, a veces, nuestras pesadillas.

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