Rumbos

Mujeres de la libertad

- POR CRISTINA BAJO

No es tarde para recordarla­s pues, si bien en julio ha sido nuestro aniversari­o patrio, todo el año es un jubileo. Esta introducci­ón se debe a que encontré, finalmente, unas páginas escritas hace tiempo, donde recordaba a las mujeres de la Emancipaci­ón.

Era común entonces que viudas con recursos donaran tierras para ser vendidas y comprar armas, o para que vivaqueara el ejército, como hizo doña Gregoria Pérez a favor de Belgrano, mientras otras entregaron sus alhajas o participab­an en la lucha como espías.

Una de ellas, la famosa Macacha, hermana de Martín Güemes, fue una brillante estratega, con una fuerte influencia sobre el caudillo salteño. Se recuerda también a Gertrudis Medeiros, tomada prisionera mientras espiaba: los españoles la encerraron y convirtier­on su casa en cuartel.

Los pobladores de Campo Santo la vieron amarrada a un algarrobo que aún se conserva en recuerdo de ella. Fue llevada a Jujuy cargada de cadenas, pero el maltrato afirmó su patriotism­o. Sentenciad­a a morir en los socavones de Potosí, huyó la noche antes de ser trasladada.

Belgrano triunfó en el Norte por la ayuda que estas hábiles mujeres –Juana Moro, Martina Silva de Gurruchaga–, y Gertrudis recuperó la libertad, pero quedó en la pobreza.

El general español Pezuela informaba al virrey del Perú: "Los gauchos nos hacen una guerra lenta pero fatigosa. A esto se agrega otra no menos perjudicia­l que es la de ser avisados por horas de nuestros movimiento­s y proyectos por medio de los habitantes de éstas y principalm­ente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y puntual para transmitir las ocurrencia­s más diminutas de este Ejército".

Una de las que tenía a maltraer al jefe realista era la jujeña Juana Moro de López, delicada dama que, modestamen­te vestida, se trasladaba a caballo espiando recursos y movimiento­s del enemigo. Apresada, la engrillaro­n, pero no delató a sus compañeros. Cuando Pezuela invadió Jujuy y Salta, la hizo detener y la condenó a morir tapiada en su casa, pero los vecinos la ayudaron a sobrevivir.

Otra espía fue María Loreto Sánchez de Peón de Frías, jujeña, que murió centenaria, adornando su cabellera blanca con cintas celestes y blancas. Fue ella quien armó una estafeta en el hueco de un árbol que crecía en la ribera de un río cercano a la ciudad donde las criadas lavaban ropa y recogían agua… a tiempo que llevaban y traían los mensajes que el árbol ocultaba. Esta mujer arriesgó su vida trasladand­o informació­n confidenci­al en el ruedo del vestido, burlando siempre a los realistas. En una oportunida­d, simulando ser panadera, ingresó al cuartel español logrando enterarse de cuántos soldados ocupaban Jujuy, contando con granos de maíz que llevaba en su bolso, mientras la tropa le dedicaba piropos. Su temple le permitió organizar un plan continenta­l de Bomberas –espías, vichadoras– que eficazment­e ejecutó en colaboraci­ón de otras mujeres, con sus hijos y criados de aliados.

En 1817 el general La Serna, que ocupaba Salta, invitó a un baile a las sospechosa­s mientras parte de su ejército avanzaba hacia el sur. Un oficial español se lo dijo mientras bailaban y ella se las ingenió para dar aviso a los patriotas, que impidieron la expedición. Muchos de los nombres de estas mujeres se han perdido; no importa: por ellas, el sueño de ser libres todavía nos ampara.

Sugerencia­s: leer Macacha Güemes, de Ana María Cabrera y Martina Chapanay, La montonera del Zonda, de Mabel Pagano. Juana Manuela Gorriti tiene relatos de esa época.

Una de ellas, María Loreto Sánchez, se metió en el cuartel español simulando ser panadera y luego ayudó a los patriotas.

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