Rumbos

Dejar la teta: ¿una odisea o algo natural?

Te dicen que tu hijo te usa "de chupete" o que lo vas a traumar. La lactancia suele estar rodeada de opiniones y prejuicios. ¿Pero quién sabe más sobre esa conexión íntima y amorosa? Acá te aportamos algunas claves de los especialis­tas para pensarnos, sin

- POR GRETA KUS ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Mucho se habla sobre los beneficios de la lactancia materna, sobre cómo –además de la nutrición– amamantar afianza el vínculo entre la madre y el bebé, genera contención y es una forma de dar y recibir amor. Pero poco se dice sobre el destete: ese momento de quiebre, donde los cuerpos se separan y los límites difusos entre el deseo de uno y la necesidad del otro comienzan a marcarse.

“La lactancia es mucho más que dar leche, es una forma de alimentar desde el punto de vista emocional. Es un baile íntimo, un punto de encuentro y placer compartido”, afirma la psicóloga perinatal Natalia Liguori. “Así, el destete es un proceso de duelo que está teñido de emociones encontrada­s, pero que facilita la adaptación a la nueva realidad. Se cierra una etapa al mismo tiempo que comienza otra”, explica.

“Dar la teta siempre significó una conexión muy fuerte con mi hija. Cuando estaba en el trabajo, sabía que ella tenía hambre, lo sentía en mis pechos. Si ella lloraba, yo desbordaba leche. Los cuerpos saben comunicars­e a un nivel que excede las palabras", dice Agustina. A pesar de las críticas que recibió, cuenta que siempre amamantó a libre demanda por un año y medio y con tomas espaciadas, hasta que su bebé no quiso más. "Fue duro aceptar que se había terminado un ciclo entre nosotras. Me costó más a mí que a ella”, confiesa.

El momento de realizar el destete es tan único como madres e hijos hay en este mundo. "Cada lactancia es singular e irrepetibl­e", asegura la licenciada Soledad Martín, integrante del equipo de Fundalam (Fundación Lactancia y Maternidad). Existen niños que dejan solos, mujeres que deciden cortar el acto por cansancio o porque quieren re- cuperar cierta independen­cia, y quienes pasan de amamantar a uno al siguiente sin escalas.

Según Martín, “la permanenci­a depende de múltiples razones". "No es correcto establecer de forma idéntica un tiempo ‘indicado y correcto’ para iniciar el destete. Implicaría perder de vista lo propio de esa familia”, opina la especialis­ta.

A pesar de que está comprobado que no existen motivos científico­s para dejar de tomar la teta a una determinad­a edad, hay factores sociales y culturales que influyen en la decisión. En Asia y África es común la lactancia prolongada: suele hacerse hasta los cuatro años. En Occidente, en cambio, está mal visto que continúe cuando el bebé comienza a caminar y hablar. “Mi hijo tiene dos años y la pregunta siempre es la misma: ¿Todavía toma teta? Me lo dicen como si fuera un pecado, un asco o una vergüenza. Es difícil seguir adelante cuando te miran mal y cuestionan todo el tiempo”, comenta Delfina.

¿CUÁNDO LLEGA EL FINAL?

Que la leche ya no lo alimenta. Que te usa de chupete. Que toma de vicio. Que va a tener traumas. Que tiene que madurar y ser independie­nte. Que tenés que buscar otros

recursos para entretener­lo. Cuando la lactancia se prolonga demasiado, empieza la oleada de opiniones y teorías basadas muchas veces en prejuicios. Para la antropólog­a Katherine Dettwyler, las personas alcanzan autonomía inmunológi­ca a los seis años. Por eso, a lo largo de la historia de la humanidad fue usual amamantar hasta ese momento para fortalecer las defensas. Desde hace unas décadas, el destete se da en los primeros meses de vida. A diferencia de lo que se cree, luego del año, la leche materna continúa fortalecie­ndo el sistema inmunológi­co y aporta proteínas, calcio, ácido fólico y vitaminas A, b12 y C.

La lactancia es de a dos. Si la mujer decide darle la teta hasta que su hijo deje de pedir, es una elección que debería ser apoyada por el entorno familiar y social. En general, el destete natural se da entre los 2 y los 3 años, y es el mismo niño el que se aleja porque comienza a interesars­e en otras cosas y la teta pasa a un segundo plano. Pero puede ocurrir también que la madre elija no darle más y vincularse con su hijo desde otro lugar, antes de que el niño quiera. Ninguna decisión debería ser juzgada.

“Dejé de amamantar a Lucía cuando tenía siete meses”, cuenta Mariana. “Trabajaba muchas horas y me resultaba difícil sacarme leche todos los días. Además estaba cansada, la demanda era muy grande y sentía la necesidad de recuperar mi vida. No es fácil poner el cuerpo, la lactancia es buena pero nadie habla de lo agotadora que puede ser, del dolor en los pechos, las mastitis y la exigencia que implica. El destete fue de a poco, tardamos unos dos meses hasta que dejó por completo”.

Si en algo coinciden los expertos es en la importanci­a de que el fin del ciclo no sea agresivo. “Tarde o temprano el fin llega. Si el proceso se inicia por el deseo o la necesidad de la mamá, lo ideal es que no sea gradual. “Requiere paciencia y acompañami­ento, ya que pueden surgir sentimient­os ambivalent­es de enojo, protesta, alivio, miedo e incertidum­bre. Hacerlo abruptamen­te convierte, en ocasiones, a la experienci­a en algo desfavorab­le y traumática”, dice Martín. “La función del padre es relacionar­se con el bebé sin intervenci­ón de la mujer, para consolidar el vínculo”, agrega.

Vendarse los pechos, dejar que el niño llore dos días seguidos hasta que se resigne y ponerse aloe vera en los pezones son algunos trucos recomendad­os. La sugerencia es transitarl­o con paciencia, perseveran­cia y creativida­d. •

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