Una flor en el desierto
Con su emblemático torrontés al frente, este tesoro norteño nos ofrece variadas opciones para relajarnos y disfrutar: travesías en parapente por la Ruta del Viento, arqueología y senderismo sobre montañas rojizas, bodegas boutique y locros que bien valen
Como una hermosa flor de cactus en medio del desierto, La Rioja comienza a abrirse a los cada vez más frecuentes visitantes para mostrar una belleza particular que cruza la ancestral cultura andina con los nuevos emprendimientos hoteleros y gastronómicos. La cocina, la botánica de desierto, los sitios arqueológicos y la aventura se convierten en atractivos que ubican a la provincia en el mapa turístico del país. Si estamos en la Capital provincial, entre centenarias iglesias y edificios, podemos hacer una parada en Orígenes, un restaurante que funciona en la antigua estructura del ex colegio normal. En su carta conviven la sofisticación y la autenticidad de los sabores de la zona. A 170 km al norte de la ciudad, se ubica San Blas de los Sauces, donde el desierto deja espacio a los árboles y una inusual vegetación que surge alrededor de los canales de agua cristalina que los habitantes de la zona, miembros de la cultura aguada, construyeron hace mil años. Allí se alza la Posada del Monte, administrada por don Henry Sánchez y su familia, que reciben a los visitantes con chivito al horno de barro. Desde allí se puede llegar al sitio de Hualco, un espacio de conservación arqueológica que, junto con el bosque petrificado del Parque Provincial El Chiflón, se volvieron lugares imperdibles del turismo científico e histórico.