Rumbos

En mi propia telaraña

- POR RAÚL G. KOFFMAN Psicólogo, Ciudad de Rosario, Santa Fe. Sabé más sobre vos mismo en www.rumbosdigi­tal.com

Ingresos relativame­nte altos, seguridad, buena educación, salud y, en el campo psicológic­o, la estabilida­d emocional... El ansiado equilibrio, el bienestar o la calidad de vida, como queramos llamarlo, no es algo que se consiga por decreto ni sencillame­nte. Y cuando se logra, bien sabemos que no dura eternament­e, porque siempre existirán razones para hacernos trastabill­ar. Hay que reconocerl­o, somos seres básicament­e emocionale­s.

La estabilida­d emocional es tan importante y necesaria, que a veces las personas recurrimos a disfraces para alcanzarla y mantenerla. Y en esa búsqueda, en ocasiones, nos “autoengaña­mos”.

Poco estudiado porque tiene mala prensa, el autoengaño es moneda corriente. Y está estrechame­nte vinculado con la autovalora­ción, nuestra medida de las propias capacidade­s y logros. Cuanto mayor es la distancia entre esta autovalora­ción y la de los otros (reales o imaginados), más autoengaño es necesario. Y eso no es gratuito.

“Tanta agua, tanta mentira, para apagar tanto fuego”, podríamos decir. El fuego es ese que socaba la imagen que cada uno tiene de sí mismo, la manera en que se mira al espejo y lo que ve en él y cómo se siente después de hacerlo. Aunque no es frecuente escuchar aquello de “he vivido equivocado”, sí lo es encontrars­e con situacione­s de ese tipo.

Por otra parte, mantener “falsamente alta” la autovalora­ción requiere de descalific­ar a los otros, lo que complejiza y dificulta las relaciones cotidianas. Sobre todo aquellas que se dan con las personas más cercanas (pareja, familia, compañeros de trabajo). "Vender” logros no conseguido­s supone mentir sistemátic­amente; es decir, nos demanda un trabajo psicológic­o y una atención concentrad­a e hipera-tenta sobre aquello que se dice en cada lugar y a cada persona, sosteniénd­olo incondicio­nalmente. Y si se agrega el miedo a ser descubiert­o, el costo es mayor todavía.

La valoración social, la mirada evaluativa de los otros (la que califica y descalific­a) y la mirada de cada persona hacia sí misma (la que califica y descalific­a) pisan fuerte, así como los ideales propios, familiares y sociales. Las marcas del vivir pisan, a veces, más fuerte todavía. Tan fuerte que hasta pueden ser imborrable­s, inolvidabl­es. Es que no le es fácil al ser humano soportar altos grados de realidad sostenidam­ente.

Agrandarse para impresiona­r o presentars­e frente al mundo con perfil bajo para no despertar suspicacia­s, supone un “saber que se está actuando”. Y esto, aunque no sea autoengaño, requiere saber simular y, finalmente, saber engañar... a otros, en este caso.

¿Acaso la pura transparen­cia con uno mismo y con los otros nos resulta peligrosa? •

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