En mi propia telaraña
Ingresos relativamente altos, seguridad, buena educación, salud y, en el campo psicológico, la estabilidad emocional... El ansiado equilibrio, el bienestar o la calidad de vida, como queramos llamarlo, no es algo que se consiga por decreto ni sencillamente. Y cuando se logra, bien sabemos que no dura eternamente, porque siempre existirán razones para hacernos trastabillar. Hay que reconocerlo, somos seres básicamente emocionales.
La estabilidad emocional es tan importante y necesaria, que a veces las personas recurrimos a disfraces para alcanzarla y mantenerla. Y en esa búsqueda, en ocasiones, nos “autoengañamos”.
Poco estudiado porque tiene mala prensa, el autoengaño es moneda corriente. Y está estrechamente vinculado con la autovaloración, nuestra medida de las propias capacidades y logros. Cuanto mayor es la distancia entre esta autovaloración y la de los otros (reales o imaginados), más autoengaño es necesario. Y eso no es gratuito.
“Tanta agua, tanta mentira, para apagar tanto fuego”, podríamos decir. El fuego es ese que socaba la imagen que cada uno tiene de sí mismo, la manera en que se mira al espejo y lo que ve en él y cómo se siente después de hacerlo. Aunque no es frecuente escuchar aquello de “he vivido equivocado”, sí lo es encontrarse con situaciones de ese tipo.
Por otra parte, mantener “falsamente alta” la autovaloración requiere de descalificar a los otros, lo que complejiza y dificulta las relaciones cotidianas. Sobre todo aquellas que se dan con las personas más cercanas (pareja, familia, compañeros de trabajo). "Vender” logros no conseguidos supone mentir sistemáticamente; es decir, nos demanda un trabajo psicológico y una atención concentrada e hipera-tenta sobre aquello que se dice en cada lugar y a cada persona, sosteniéndolo incondicionalmente. Y si se agrega el miedo a ser descubierto, el costo es mayor todavía.
La valoración social, la mirada evaluativa de los otros (la que califica y descalifica) y la mirada de cada persona hacia sí misma (la que califica y descalifica) pisan fuerte, así como los ideales propios, familiares y sociales. Las marcas del vivir pisan, a veces, más fuerte todavía. Tan fuerte que hasta pueden ser imborrables, inolvidables. Es que no le es fácil al ser humano soportar altos grados de realidad sostenidamente.
Agrandarse para impresionar o presentarse frente al mundo con perfil bajo para no despertar suspicacias, supone un “saber que se está actuando”. Y esto, aunque no sea autoengaño, requiere saber simular y, finalmente, saber engañar... a otros, en este caso.
¿Acaso la pura transparencia con uno mismo y con los otros nos resulta peligrosa? •