La hija del tiempo
Cuando era chica, en las Sierras de Córdoba, los inviernos eran helados y, si no estábamos en el colegio, la pasábamos en la cocina, donde mamá solía leernos temas de historia: Roma en llamas, con Nerón cantando la hecatombe; el Cid Campeador, tomando juramento al rey “sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo”; la última mirada de Liniers al soldado que iba a matarlo; la galera de Facundo rodando hacia Barranca Yaco y el único remordimiento de Santos Pérez: el grito de un niño.
De esa especie de encantamiento formaban parte la enciclopedia donde buscábamos reyes y reinas y países extraños; la cartulina donde pegábamos las figuras históricas y legendarias, recortadas de las tantas revistas que se compraban en casa. Los libros con ilustraciones, de papel grueso y de bordes dentados. Y el río de la historia extendiéndose desde mi niñez hasta el día de hoy, como una novela.
Abrir una novela es como cruzar una puerta hacia un mundo secreto, a regiones desconocidas; en sus páginas podremos sepultar, durante unas horas, la vida cotidiana que no siempre nos resulta satisfactoria y que más de una vez nos agobia con sus demandas.
La novela histórica, al mismo tiempo, nos permite indagar en un pasado que, por lejano, muchas veces nos resulta difícil de aprehender.
Entre enciclopedias, reyes y figuritas, el río de la historia se extiende desde mi niñez hasta hoy, como una novela.
En los últimos tiempos, quizá porque los argentinos buscamos desesperadamente una identidad que se nos escapa, la novela histórica está presente en todas las librerías, y, a nivel universal, muchos buenos escritores han incursionado por esos campos, como Marguerite Yourcenar, Robert Graves, Pérez Reverte, Umberto Eco...
Dos ríos confluyen en la novela histórica: el de la ficción y el de los hechos reales. Uno puede imaginar muchas vidas y circunstancias para los personajes de ficción, pero la Historia tiene un solo camino, con unos pocos senderos, y una guía para recorrerla, que son los distintos libros de Historia.
Porque la verdadera dimensión de la novela histórica está dada en la veracidad de los hechos, contados y documentados con la mayor honestidad posible.
¿Por qué es necesaria tanta rigurosidad? Porque la novela histórica fue creada justamente con el fin de atraer a la gente al conocimiento de la historia mediante una narración más sugestiva y estimulante que la que podía proveer, al lector común, el libro de texto. Este género novelesco es una herramienta, un soporte más de la historia que se escribe con mayúscula. Si no se circunscribe a estas leyes, no sólo deja de tener sentido, sino que se vuelve un instrumento destructor, que sólo sirve para difundir mentiras y deformar los hechos, creando errores de juicio en los lectores que, ávidos de saber, se lanzan a leerlas.
Si bien estamos en una época en que no creemos en la palabra hablada de nuestros políticos, la palabra escrita aún goza de un prestigio casi supersticioso entre nosotros.
El autor que no esté dispuesto a investigar los hechos y sus circunstancias, debería dedicarse a la “novela de época”, pues muchas editoriales tienen secciones especiales para ella.
Porque la clave de la novela histórica es el pasado, al que es necesario prestar atención pues está íntimamente ligado al presente, a los problemas que, ayer como hoy, preocupan tanto al escritor como a su lector. Sólo el pasado puede dar luz al futuro.
Sugerencias: 1) Conseguir La hija del tiempo, novela de Josephine Tey que muestra lo que es una verdadera investigación del pasado; 2) Leer Escribir novela histórica, ensayo de Rhona Martin.