De la boca al corazón
Que la salud general de nuestro cuerpo tiene mucho que ver con la alimentación es un hecho científico indiscutible. Y la cavidad bucal con todos sus componentes (dientes, músculos y tejidos blandos) son los encargados de comenzar este complejo proceso. Entonces, es fácil deducir que la salud de nuestra boca, incide en forma directa en el estado general de las personas. Y lo hace, sobre todo, desde dos aspectos: la existencia e integridad de sus piezas y la presencia de infecciones.
Analicemos el primero: en una boca sana, las 32 piezas dentarias con las que cuenta el ser humano, ofrecen una superficie de masticación que asegura una correcta trituración y asimilación de los alimentos. Pero a partir de los 30 años, la mitad de la población ha perdido más de dos piezas, y el número asciende a seis cerca de los 40. En general, las piezas que primero se pierden son las posteriores, que son las que más fuerza hacen y aquellas que el paciente tarda en reponer porque no comprometen la estética.
Y aquí empieza a jugar un concepto del que poco se habla: la eficacia masticatoria, que es la capacidad que tiene una boca de preparar los alimentos para pasar a los siguientes procesos digestivos. El trabajo que no hacen los dientes, enlentece la digestión y la hace incompleta, con mayor cantidad de residuos y menor absorción de nutrientes. De este modo el esófago, el estómago y los intestinos trabajan sobrecargados y no tardan en aparecer enfermedades crónicas. A mayor pérdida de eficacia masticatoria, mayor el compromiso para la salud.
El segundo aspecto, y no menos importante, es el infeccioso. La boca es un medio cálido, húmedo y lleno de nutrientes; es decir, un lugar ideal para la proliferación de bacterias. Y los tejidos duros, como los dientes y hueso, son un reservorio ideal para focos infecciosos. Como la boca está profusamente irrigada, cualquier infección allí presente, no tardará en diseminarse por todo el cuerpo. Dos órganos nobles como el corazón y el riñón son sus blancos predilectos. Dichos órganos, incapaces de defenderse de estas bacterias de origen bucal, que no forman parte de su flora normal, pueden ser severamente dañados. La endocarditis bacteriana y la glomerulonefritis son las infecciones más temidas, que debemos evitar con la prevención.
La buena noticia es que la odontología posee un arsenal de tratamientos para evitar estos males. Desde la época de los faraones se tienen registros fósiles de implantes en las momias reales. Por suerte, hoy la implantología no es cosa de faraones y los tratamientos implantológicos de última generación están al alcance de todos. Los protocolos de controles primarios permiten diagnosticar y tratar cualquier infección que se presente en nuestras bocas. Si nos ocupamos, estamos a salvo.