Rumbos

ES EL ARTISTA MÁS INFLUYENTE DE NUESTRA ERA. SUS OBRAS SON ICONOS. PERO NADIE TIENE IDEA DE QUIÉN ES BANKSY.

- Por Leila Sucari

Su primer grafiti apareció una fría mañana de 1994 en una ciudad británica. Desde entonces sus obras provocador­as y antisistem­a comenzaron a brotar en paredes de todo el mundo. Su calidad artística y conceptual provocó el reconocimi­ento de grandes museos y de los críticos de arte, que lo consideran uno de los principale­s exponentes del arte del siglo XXI. Provocador anónimo, héroe fugitivo, terrorista de la imagen: ¿quién demonios es Banksy?

EEl misterioso grafitero, cuya identidad se desconoce, conquista al mundo con sus polémicas obras. Al mismo tiempo que cuestiona el sistema de consumo y pinta las calles de manera clandestin­a, es uno de los artistas más reconocido­s y cotizados por el mercado del arte. ¿Rebelde anticapita­lista o un joven audaz que supo instalar su marca?

Dos policías que se besan. Una nena soltando un globo rojo. La Mona Lisa con una ametrallad­ora. Chicos que juegan sobre una montaña de armas. Un activista que tira un ramo de flores como si fuera una bomba molotov. Las obras de Banksy son un paréntesis de lucidez y belleza en medio de la violencia y la voracidad de las grandes ciudades. Con sarcasmo, ironía y fuertes mensajes políticos, el artista deja su huella en los lugares más inesperado­s. La calle es su territorio y la sorpresa su principal herramient­a: nunca se sabe dónde ni cuándo puede aparecer un Banksy. Tampoco se conoce su verdadera identidad. Es una criatura nocturna que avanza sigilosa como un gato y se escurre por los callejones sin salida. “El grafiti es, en esencia, anti-autoritari­o”, dice. “Yo me considero un vándalo, pero de calidad”.

Su trabajo se vio por primera vez una mañana de 1994, en la ciudad inglesa de Bristol. La imagen del mural era potente: un oso de peluche gigante le arrojaba una bomba a tres policías uniformado­s. Desde ese momento, el tal Banksy –así firmó desde el principio– no paró hasta transforma­rse en una leyenda imposible de controlar. Sus murales supieron escaparle a los controles policiales y se propagaron por las calles de Londres, París, Nueva York, Viena, Palestina, Berlín, etc. En 2010 la revista Time lo incluyó en la lista de las cien personas más influyente­s del mundo. Le pidieron que mandara un retrato personal y envió la imagen de un hombre con una bolsa de papel en la cabeza.

En una época donde la selfie y lo autorrefer­encial están de moda, el artista hace un elogio del anonimato. “Si quieres decir algo y que la gente escuche, entonces tienes que usar una máscara. Si quieres ser honesto entonces tienes que protagoniz­ar una mentira”, dice. El misterio que cultiva lo vuelve un personaje magnético. Sin historia, sin rostro y sin procedenci­a, lo único que nos queda es su arte. Stencils y grafitis puros. Desprovist­os –y libres– de la autoridad y la rigidez que implica un nombre propio. Banksy no es nadie y, al mismo tiempo, somos todos.

AVENTURAS DEL HOMBRE RATA

En las ciudades cosmopolit­as el arte callejero es perseguido y penado por la ley. Hacer murales sin autorizaci­ón es suficiente motivo para ir a la cárcel. Los gobiernos se encargan de controlar la libre expresión prohibiend­o los grafitis y acusando de vandalismo a todo aquel que se atreva a dejar su marca en un espacio público. Pintar un Cristo crucificad­o con bolsas de shopping en una esquina implica un riesgo. Banksy sabe que poner el cuerpo le puede costar caro, pero eso no le impide hacerlo. El placer de abrir una ventana en medio de un muro, de quebrar la pretensión gubernamen­tal de vivir rodeados de paredes mudas, son razones suficiente­s para arriesgars­e y crear, mientras todos duermen, la posibilida­d de despertar una duda o una sonrisa. “La gente no entiende los grafitis porque piensa que no tiene sentido que algo exista a menos que dé un beneficio”, dice. “una pared es un arma muy grande y no hay nada más peligroso que alguien que quiere hacer del mundo un sitio mejor”.

Desde la década del 90, el artista eligió a la rata como símbolo personal. El animal de ciudad que se escabulle y vive escapando. Que tiene que estar alerta para sobrevivir al caos urbano, que se alimenta de los desechos ajenos, que anda por los pasadizos que nadie conoce y habita los universos paralelos que se esconden en las cloacas y los subterráne­os. La rata no pide permiso, es la criatura que todos odian, la representa­ción del antisistem­a. “Si no

eres amado, estás sucio y eres insignific­ante entonces las ratas se convierten en tu modelo a seguir. Tengo la fantasía de que algún día todos los pequeños perdedores se van a poder juntar”, dijo Banksy. “Van a conseguir buenas herramient­as y el

undergroun­d va a salir a la superficie y va a partir en pedazos la ciudad. O mejor: la va a liberar”.

SER Y NO SER

Si algo caracteriz­a a Banksy es su capacidad de impactar a las masas a través de imágenes simples pero cargadas de contenido. Sus obras dan una visión distinta a la de los grandes medios, cuestionan el estatus quo, la sociedad de consumo y la política internacio­nal. En 2005 viajó a Israel y pintó varias imágenes sobre el muro de Cisjordani­a que pasa por Belén: de un lado, dos chicos abriendo un agujero en medio del cemento hacia un paraíso luminoso de arena, palmeras y sol; del otro, María, José y el niño Jesús no pueden llegar al establo sobre el que brilla la estrella porque la altísima pared se los impide.

Quien se para frente a un trabajo de Banksy no puede quedar indiferent­e. Sus obras provocan, despiertan y, además, son un respiro. Una bocanada de aire en medio de ciudades agobiantes. En 2006, frente a la alcaldía de Bristol apareció un mural gigante: un hombre desnudo se sostenía de una ventana de la que colgaba apenas con la punta de los dedos, mientras una pareja miraba hacia afuera. Algunos se escandaliz­aron y lo acusaron de ser un vándalo que está por fuera de la ley, otros rieron: Banksy ahora – también- atacaba a la institució­n del matrimonio: el amante en un intento de fuga daba cuenta del fracaso de la monogamia. En medio del revuelo, se organizó un voto público para decidir si el dibujo debía o no cubrirse. El 93% de las mil personas que votaron decidieron que el mural se quedaba. “Los crímenes más grandes no son cometidos por personas que violan las reglas. Es la gente que sigue las órdenes la que deja caer bombas masacrando pueblos”, dijo el grafitero. “El arte debe confortar a los enfadados y enfadar a los acomodados”.

Banksy juega con el impacto visual para arrancar del letargo a los individuos y enfrentarl­os a sus propios miedos, deseos y frustracio­nes. Su visión de la realidad es irónica y, al mismo tiempo, implica una denuncia social. Para él los verdaderos vándalos, las personas que arruinan las calles, son los publicista­s. “Las empresas garabatean consignas gigantes, distribuid­as en edificios y autobuses, tratando de hacernos sentir inadecuado­s a menos que compremos sus mercancías”, dice. “Las marcas registrada­s, los derechos de propiedad intelectua­l y la ley sobre derechos de autor se traducen en que los publicista­s puedan decir lo que se les antoje, cuando se les antoje, con total impunidad. Al carajo con eso. Cualquier anuncio en un espacio público es tuyo. Tuyo para que lo tomes, lo reordenes y lo reutilices. Puedes hacer lo que quieras con él. Tú a las compañías no les debes nada, no les debes ninguna cortesía. Ellas están en deuda contigo. Ellas han reorganiza­do el mundo para ponerse enfrente de ti. Nunca te pidieron permiso. No pienses en pedírselo tú a ellas”.

El capitalism­o es capaz de fagocitar las críticas y convertirl­as en un producto de consumo. Convierte el arte callejero -rebelde y anarquista por definición- en un objeto de deseo mercantil. ¿Eso sucedió con Banksy? ¿Se vendió a las grandes empresas y a las galerías de arte o la contradicc­ión es parte de la vida misma? “El éxito comercial es un fracaso para un grafitero. Yo empecé pintando en la calle porque era el único espacio que me permitía exponer. Ahora tengo que seguir pintando en la calle para demostrarm­e a mí mismo que no era una estrategia cínica para hacerme rico y famoso”, dice Banksy. “Sin dudas las paredes han sido siempre el mejor sitio pa-

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