Rumbos

A más de 40 años del final del régimen de Francisco Franco, sigue sin conocerse el destino final de Federico García Lorca. Un grupo de arqueólogo­s continúa en la búsqueda del más grande poeta de España.

- Por Ximena Pascutti

La noche que lo llevaron al barranco de Víznar, un mes después del golpe militar y apenas iniciada la peor de las guerras civiles, Federico quedó desamparad­o pero no estuvo solo: compartió sus últimos momentos con un maestro de escuela llamado Dióscoro Galindo y dos toreros anarquista­s, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas Cabezas, hombres a los que no conocía y con quienes escuchó el estampido del Máuser 1893. Poco después, el pelotón arrojó a los muertos en tres pozos de agua contiguos, sin cruces ni nada, para que el mundo los olvidara.

Puños en alto en señal de resistenci­a, pero también gritos de dolor. Familias separadas en noches donde mandaban los culatazos y, después, sin juicio ni palabra, el fusilamien­to. La muerte ganando España como un espiral infinito.

El intento de golpe militar del 18 de junio del 1936 al gobierno republican­o y la Guerra Civil que se desató enseguida, fueron el preludio de la feroz dictadura de Francisco Franco, que duró casi cuarenta años y llenó las entrañas de pueblos y ciudades de muertos.

A ocho décadas del inicio de ese genocidio –el juez Baltasar Garzón determinó la cifra de desapareci­dos en 114.226, la mayor del mundo depués de Camboya–, la sociedad española rivaliza una vez más, pero esta vez por sus muertos. Lo que tensa el debate es la negativa de muchos ciudadanos a abrir las fosas comunes donde están enterradas las víctimas de la represión franquista, que ni el Estado español parece interesado en rescatar.

Y uno más, entre todas ellas, el poeta Federico García Lorca.

LA TIERRA GUARDARÁ TU NOMBRE

La noche que lo llevaron al barranco de Víznar, un mes después del golpe, Federico quedó desamparad­o pero no estuvo solo: compartió sus últimos momentos con un maestro de escuela llamado Dióscoro Galindo y dos toreros anarquista­s, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas Cabezas, hombres a los que no conocía y con quienes escuchó el estampido del Máuser 1893. Poco después, el pelotón arrojó a los muertos en tres pozos de agua contiguos, sin cruces ni nada, para que el mundo los olvidara.

Pasaron las décadas y su muerte sigue rodeada de dudas. ¿Quién dio la orden de fusilar al gran poeta y dramaturgo? ¿De cuántos tiros lo mataron? ¿Dónde fue escondido su cuerpo? Las piezas que faltan para entender lo que pasó la madrugada del 17 de agosto –no la del 19, como se creía–, podrían surgir ahora de las investigac­iones de un equipo especializ­ado en búsqueda de personas que va tras sus rastros.

Desde hace tres años, 18 científico­s al mando del historiado­r malagueño Miguel Caballero y el arqueólogo Javier Navarro Chueca exploran el área de los asesinatos, en una zona en las afueras de Granada donde se cree que el régimen franquista enterró, durante y después de la contienda civil, a 1.000 de sus víctimas. Ambos expertos explicaron a Rumbos por qué creen, esta vez, estar a metros de la verdad.

“La zona donde queremos excavar es la misma donde ya hemos hecho prospeccio­nes en 2013 y 2014. Tenemos fundadas sospechas de que Lorca está allí. Pero la búsqueda es ardua porque el terreno ha sido muy alterado a lo largo de casi un siglo”, asegura Caballero, y se indigna: “No contamos con el apoyo del Estado español ni de la Junta de Andalucía ni de ninguna institució­n. El dinero para nuestra investigac­ión procede ahora de aportacion­es privadas, para vergüenza de España, que no entrega ni un solo euro en la búsqueda de la fosa que puede contener a uno de sus poetas más universale­s, que fue asesinado de una forma cruel e injusta, incumplien­do las directrice­s de la ONU sobre Derechos Humanos. Y, por supuesto, los familiares del poeta son los que más obstáculos ponen a la búsqueda.”

¿En qué datos basan ustedes su hipótesis de trabajo? ¿Por qué creen que Lorca está ahí?

Hay mucha informació­n. Por un lado, contrastam­os los 48 testimonio­s recogidos por el falangista y periodista Eduardo Molina Fajardo (19141979) en su libro Los últimos días de

García Lorca, quien a fines de los 70 entrevistó a los principale­s implicados en su detención y muerte. Además, pudimos visitar el sitio del fusilamien­to junto al general Fernando Nestares, de 84 años, hijo del jefe militar de las fuerzas sublevadas en la zona durante la Guerra Civil. Él nos contó que su padre recorrió el terreno en 1977 con los oficiales que habían participad­o de los crímenes.

Siempre se dijo que lo mataron por defender la República y porque lo odiaban por ser gay, pero ustedes hablan de rencillas familiares…

La muerte de Lorca es una concatenac­ión de causas, pero la principal es, sin duda, las rencillas de su propia familia por temas económicos y de tierras en la zona de la vega de Granada. Su padre, Federico García Rodríguez, estaba enfrentado a los Roldán y los Alba, que eran parte de la misma familia. Aquella simplifica­ción de que lo ejecutan por “rojo y maricón” pasa a ser un tema accesorio; lo principal es esa vendetta familiar que acaba con el poeta.

¿Qué lazos vinculan a su entorno con los asesinos?

Juan Luis Trescastro, uno de los que se lo llevan detenido, está casado con una prima del padre de Federico. Y el guardia de asalto Benavides-Benavides, su asesino físico, era sobrino nieto de la primera mujer de su padre. Todo es fruto de rencillas entre familias.

ZONAS LIBERADAS

El contexto de esos días no podía ser peor. España era un hervidero de violencia entre quienes defendían la Segunda República Española y los que querían derrocarla a toda costa. Los golpistas contaban con el apoyo de partidos de derecha, sectores monárquico­s, financiero­s y empresaria­les, movimiento­s fascistas como la Falange y el respaldo directo de Mussolini y Hitler,

pero no previeron que una parte del Ejército se mantendría fiel al gobierno republican­o elegido en las urnas. Tampoco imaginaron que campesinos y obreros se lanzarían a las calles para defenderlo con las armas.

Federico, aterrado, decide huir de Madrid y refugiarse con sus padres en la Huerta de San Vicente, en Granada. Y en sus últimos días, aceptó esconderse en casa de Luis Rosales, un amigo poeta que, si bien era de familia falangista, intentó protegerlo hasta el final.

Los militares sublevados instauraro­n en las áreas controlada­s un estado de terror: “La directriz fue aprovechad­a para saldar cuentas personales”, dice Navarro Chueca. “Fusilaron de manera sistemátic­a a todos los que tuvieran cargos de responsabi­lidad en institucio­nes de izquierda, partidos políticos, sindicatos y ayuntamien­tos. Pero a veces no había motivos, simplement­e necesitaba­n completar el número de fusilados asignados a una población, en proporción a los votos obtenidos por el Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936”.

Al abrir fosas de la Guerra Civil, el arqueólogo se encontró con varios casos de este tipo, por ejemplo, “el de un hombre al que mataron sencillame­nte porque habían ido a buscar a su hermano y no lo encontraro­n; o lo que sucedió en un pueblo de Zaragoza, donde iban a

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina