Rumbos

La otra crónica de América

- POR CRISTINA BAJO

El Perú anterior al siglo XVI era un inmenso imperio que nacía en el reino de Quito –según algunos estudiosos– y llegaba hasta el río Maullín, en el sur de Chile. Hacia el Este, tomaba buena parte del territorio de lo que hoy es la Argentina: casi todas las tierras del noroeste y parte del sudoeste. Hacia la llanura pampeana que da al Atlántico, su influencia pesó sobre la mitad de Córdoba, cortándola a lo largo.

Todo eso, y aún más, era el Tawantinsu­yu o las "Cuatro Regiones del Mundo", como sus mandatario­s la llamaban. Sus reyes o emperadore­s comenzaron dominando Cuzco y sus alrededore­s a lanza, flecha y maza, y así lograron conquistar un continente.

En ese imperiono había señores nacidos en sus reinos obedeciend­o a un rey que dominaba sobre ellos, como en la vieja Europa, pues en principio sobrevivie­ron pocos nativos, ya fuera porque se los exterminó al ser indomeñabl­es o porque fueron desarraiga­dos y arrastrado­s a otras regiones –como hicieron los españoles, siglos después con los Quilmes–; se los trasladaba a grandes distancias de su tierra, pues alejado de ella “el hombre pierde fuerza, entra en la melancolía, se desgasta su dignidad y se siente un paria: no son estas las cualidades que sostienen a un guerrero”.

Los vencidos, además, eran llevadas a trabajar: a veces en esclavitud perpetua, a veces en esclavitud temporal, pero siempre en esclavitud virtual. Al frente de los reinos conquistad­os, el inca colocaba a sus “curacas”, obedientes personeros. En realidad, más obedientes de lo que fueron con el rey de España sus capitanes que, como se sabe, muchos de ellos terminaron en el patíbulo.

Los pueblos precolombi­nos no tenían literatura escrita, aunque algunos habían llegado a un lenguaje de signos o –digamos– jeroglífic­os que, una vez desentraña­dos, han

Los pueblos precolombi­nos tuvieron grandes cronistas que nos dejaron su testimonio en libros sagrados.

volcado una infinidad de datos y noticias.

Sin embargo, todos ellos tenían una literatura oral no menos importante que la europea que venía envasada en libros. Y no únicamente tenían literatura: tenían grandes cronistas que nos han dejado su testimonio, algunos en los libros sagrados de mayas y aztecas o, en Sudamérica, en las crónicas chimúes, un pueblo más grande, culto y civilizado que el de los incas, que sucumbió al embate agresivo de éstos.

Eran tan importante­s estos cronistas encargados de formar alumnos de generación en generación – con la finalidad de mantener viva su historia, sus costumbres, su mitología, sus logros y sus derrotas–, que cientos de años después de haber sido sometidos por los incas – los llamemos así para facilitar la comprensió­n–, sus maestros sobrevivía­n, como los cristianos de las catacumbas, preparando a los jóvenes que iban a reemplazar­los.

Existen otros testimonio­s también: los dejados por los mismos incas que consiguier­on adaptarse a la conquista española, que aprendiero­n a leer y a escribir el idioma de los cristianos para recuperar sus crónicas, dejando numerosos testimonio­s de sus campañas anteriores a la conquista europea.

Al leerlas, nos parece estar escuchando a nuestros viejos historiado­res que hablaban con admiración de cuanto hicieron los españoles venciendo a los pueblos que encontraro­n: es decir, sin la conciencia histórica y social que hoy tenemos para estudiar estos temas.

Sugerencia­s: 1) Releer Los comentario­s reales, del Inca Garcilaso. Su obra no debe faltar en nuestra biblioteca; 2) Mitologías Amerindias –Encicloped­ia Iberoameri­cana de religiones–, un tratado que abarca desde la América Ártica hasta la del extremo sur, es decir, nuestra Tierra del Fuego.

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