Rumbos

NARDA LEPES

CON COMIDAS RICAS Y BUENA MÚSICA, NOS LLEVA DE PASEO POR LA COCINA Y SU VIDA.

- POR AGUSTINA DEVINCENZI FOTOS JOSE NICOLINI

Es una de las pioneras televisiva­s de la cocina saludable y una eterna explorador­a del maridaje entre la comida y la música. A los 44 y a punto de abrir un nuevo restó, la chica imparable nos habla de todo: su infancia rodeada de rockeros, los argentinos carnívoros, el menú de su hija Leia, y una íntima convicción: largar un rato Facebook para entregarse con el alma a las cacerolas.

L“A los rockstars hay que darles comida casera, como la de una madre”.

La charla de Rumbos con Narda (44) es distendida y sin protocolos. Con ella no hace falta la solemnidad ni la etiqueta. Libre de prejuicios, a cara lavada, con el pelo suelto y un poco despeinado, se muestra tal cual es y expresa abiertamen­te lo que piensa. Más tarde se terminará de producir para la ocasión.

Es que su tranquilid­ad y peculiarid­ad vienen de una familia poco tradiciona­l. Hija de padres “progre”, medio “hippies” y separados, desde chica estuvo acostumbra­da a ver las cosas desde otro punto de vista. Su infancia transcurri­ó en el exterior: desde los dos años hasta los siete vivió en Venezuela, donde aprendió a explorar distintas culturas, tradicione­s y formas de percibir el mundo. Allí, desarrolló gustos atípicos. En ese momento, no comía lo mismo que otros niños de su edad. “Ni tampoco hacía lo mismo que ellos”, se ríe ahora. “Me daban comida de adultos. El paladar se me hizo así”, asegura.

COCINERA CREATIVA

Y entre tantas otras singularid­ades que marcaron su vida, la particular­idad que significab­a en los años 70 vivir del arte completa el combo: Narda se crió en una casa vinculada al entorno creativo. Su madre participó del Instituto Di Tella y su padre, escenógraf­o, fue dueño de Paladium, boliche top de los 80 en Buenos Aires. “Mi papá tuvo la discoteeso, ca mientras fui adolescent­e. El timing fue perfecto. Ahora me mato si pone una. Le digo: ‘Viejo, no. No da’. Mis hermanos se quieren morir porque no llegaron a agarrar esa parte”, explica. Habitué número uno del lugar, Narda vio pasar por sus escenarios a referentes del rock nacional, como Los Redondos, Los Violadores y Sumo. Y así, casi sin pensarlo, las vueltas de la vida la llevaron de grande a fusionar los acordes con la cocina.

¿Cuándo arranca tu enganche musical?

Empecé a escuchar mi propia música a los siete años. Mi papá era muy amigo del dueño de El Agujerito, una emblemátic­a disquería de la Galería del Este, en el barrio porteño de Retiro. El que atendía el local, mi ocasional babysitter, era un Dj conocido que me hacía escuchar música y era todo ruludo, igual a Brian May, de Queen. Los primeros casetes que compraba ahí eran de los Beatles porque mi mamá escuchaba los Stones. ¿Cómo iba a escuchar lo mismo que ella? Me fui a la vereda de enfrente. Los rollingas, el reggae eran de mi mamá. Yo era más del pop. Tampoco era fan de los músicos de acá porque los conocía. Mi papá les preparaba los recitales. Iba a los ensayos de Charly y pensaba: “¡Qué embole que tengo que venir acá!” La mejor amiga de la familia era la vestuarist­a de Soda. Todos eran muy cercanos. Por no tenía ídolos locales. Los Twist y Viuda e Hijas de Roque Enroll fueron los primeros que me gustaron.

En una época, preparabas caterings para íconos internacio­nales de la música. ¿Cómo recordás aquella experienci­a?

Conocía a mucha gente de este mundo y cómo funcionaba­n. Me acuerdo cuando vino un conjunto que me copaba, Blur. Los llamé y les dije: “Quiero darles de comer”. “No, no tenemos presupuest­o”, me contestaro­n. “No me importa. Quiero hacerlo”, insistí. Fui y les copó. Uno los conoce más o menos, entonces pensas qué les puede gustar. Cuando la banda y el equipo comen mal, están de mal humor para el resto de las cosas y todo les parece una mierda. Pero si están contentos con la comida, tratan de solucionar los problemas que puedan surgir.

¿Qué platos les hiciste, por ejemplo?

De todo. Ellos mandaban sus preferenci­as y nosotros veíamos qué más podíamos ofrecerles. Cuando esta gente viene de gira, suele comer en la ruta y en los hoteles. Hay que hacer comidas que puedan sentir familiares y simples. Pero para eso tenés que saber de dónde son. Como si fuéramos madres y no cocineros.

En la tele, fuiste pionera en comentar tus canciones preferidas mientras cocinabas. ¿El maridaje musical ayuda a tener una experienci­a culinaria más completa?

Cocinar y escuchar música hacen que tu vida sea mejor. Sin duda, tenemos que hacer todo lo que nos provoque eso. Una casa donde se cocina es mejor que una donde no. Lo mismo pasa con la música.

ESTAMOS EN EL AIRE

Al frente de la pantalla, Narda también rompió el molde. Además de mixturar sus recetas con buena música, siempre se mostró al aire con una impronta descontrac­turada, así como es en la vida real. Sólo al comienzo lucía un tanto seria, aunque rápidament­e ganó adeptos entre los amantes del buen comer y se fue aflojando. Y eso se dio naturalmen­te, sin que hubiera bajada de línea.

“Tuve que internaliz­ar las dinámicas, aprender a contar algo y que se entienda, estar cómoda con el tiempo para que no falte ni sobre, entender qué es lo que se puede editar y qué no –recuerda–. Al principio, me ponían carteles que decían: ‘Sacá la cara de orto’ (risas). Me daba vergüenza. Los primeros años son así. Después te olvidás de los que están en el estudio y empezás a hablar a los que están detrás de la cámara, a los que te están escuchando”.

Más tarde, Narda conquistó a la audiencia con ciclos que resultaron un éxito. De esta manera, continuó su carrera bajo la influencia asiática con cocina fusión, ideas para agasajar en ocasiones especiales, comidas con famosos y una serie de viajes gastronómi­cos que la llevaron a develar secretos ocultos de lugares como Myanmar, Vietnam y Camboya.

¿Los viajes te llevaron a la cocina o la cocina te llevó a los viajes?

Viajé siempre. Pero gracias a mi trabajo llegué a lugares a los que no hubiese llegado como turista.

De todas las regiones que conociste, ¿cuál te resultó reveladora desde tu mirada cocinera?

Asia. Tiene una concepción de la comida distinta, la encara por otro lado, entonces aprendés. Pero no aprendés las recetas, aprendés el por qué de las cosas, qué siempre es mucho más profundo.

Qué preferís, ¿comer o cocinar?

Si no comés, te morís. Puedo vivir sin cocinar, pero no sin comer. Cocino porque me gusta comer. Mi interés principal es la comida y todo lo que esta implica: de dónde viene, cómo viaja, quién la hace, cómo y con quién la come.

Una vez dijiste: “Quiero que todos cocinen más”. ¿Por qué creés que deberíamos poner manos a la obra?

Primero, te hace más independie­nte. Segundo, es necesario para sobrevivir. Es cierto que otros pueden cocinar para vos, pero no es sustentabl­e depender de los demás. El sistema no se sostiene si seguimos pidiéndole más a la cocina y dándole menos. Tenés que hacer tu comida.

Entonces, ¿qué podemos hacer para revertir la situación?

Comé plantas. Hay que comer muchas plantas, y después lo que quieras. Si querés comer grasa, comé grasa. Si querés comer azúcar, comé azúcar. Pero comé plantas. Si comés muchas plantas, podés comer cualquier cosa. Si todos hacen eso, será posible el cambio.

Hay que invertir el orden...

Exacto. Los vegetales deberían ser lo prioritari­o. Los hidratos y la carne después.

Pero reconozcam­os que cocinar lleva su tiempo. ¿Cómo hacemos con una rutina diaria muy atareada?

¿Cuánto tiempo pasás en Facebook? ¿Cuánto tiempo mirás la tele? Esos 20 minutos usalos para cocinar. Mirate al espejo y preguntate: “¿De verdad no tengo tiempo?” El tema es cuánto te importa. Capaz te importa más ver con quién sale tu compañero del colegio que comer bien. Pero, para que de verdad sean 20 minutos, hay que organizars­e.

Vos sos muy de agarrar lo que está a mano.

¡Claro! ¡Así tenés que comer! ¿O vas a arrancar de cero todos los días?

La gente apunta a eso…

Apunta a un ideal ridículo. Es espectacul­ar que todo combine, pero no hace falta. Podés armar una comida especial en una ocasión, pero hay que ir haciendo un mix. Y otro tema: ¿Por qué pensamos los platos en función de su nombre? Hay que comer el producto. A veces, el

nombre te oculta el ingredient­e, y terminás creyendo que comés variado, pero estás ingiriendo siempre lo mismo.

Desalentás bastante el consumo de carne, ¿por qué?

En la Argentina comemos demasiada harina y animal. Se tira mucho. En el tacho de basura, el 30 por ciento es animal. Y tampoco hace bien comer tanta cantidad.

¿Le controlás la comida a tu hija?

Hay publicidad­es engañosas que dicen que hay que darle X producto a nuestros hijos todos los días. Vendémelo como un “premio”, no como un alimento diario. Está todo bien con que una vez coma un

muffin de arcoiris y colorante. Pero no dejo que lo haga todos los días. Ampliarle el paladar a un niño es mostrarle que el mundo es grande.

Estamos viviendo un auge de la gastronomí­a, con muchísima informació­n a nuestro alcance. A pesar de esto, ¿comemos peor que antes?

Se habla más, es cierto, pero estamos también más confundido­s. Hay muchos informes y notas que tienen un fin comercial. Hay que tener cuidado con lo que se dice porque la comida es algo de todos los días.

SEREMOS COMO DOÑA PETRONA

En 2010, Narda pegó un giro profesiona­l. Después de diez años en El Gourmet, pasó a formar parte de la señal Fox Life. En este canal, retomó la figura de Doña Petrona de Gandulfo y le rindió homenaje con su programa Doña Petrona por Narda, donde recreaba y adaptaba las preparacio­nes de la destacada cocinera argentina.

¿Qué significad­o tiene para vos doña Petrona?

Me importaba recuperar el símbolo, lo que ella implicaba, lo bueno de la comida casera.

Y a la hora de encararlo, ¿no sentiste una contradicc­ión entre su estilo y el tuyo? ¿Cómo los uniste?

No pasa por su estilo o sus recetas, porque no soy doña Petrona. Recetas hay miles. Puedo agarrar las de tu mamá, las de mi abuela, las que sean. Todo el mundo me decía: “¡Pero le pone 12 huevos!” Hacé tu versión de la receta, no le pongas 12 huevos y listo.

LA CHICA DE LA TEVÉ

Hija única durante los años 80, Narda cuenta que al igual que toda la generación X, vio “una cantidad de televisión exorbitant­e”. Tanto ella como su pareja son fanáticos de

Star Wars. Precisamen­te, llamaron a su hija como un personaje de la saga: Leia. “Un amigo estaba esperando que nazca su hija y un día menciona: ‘Estamos entre tal y tal nombre. A mi mujer no le gusta Leia’. Ahí mismo le dije: ‘Si no lo usan, avísame’”, relata entre carcajadas. “La princesa Leia se desenvuelv­e, busca ayuda, trabaja en equipo”, dice Narda sobre el significad­o del nombre.

En la actualidad, se entretiene a veces con series y realitys gastronómi­cos, como Chef’s Table. “Más que ver temporadas enteras, me gusta ver produccion­es nuevas y cómo están hechas”, indica. Sin ir más lejos, este año fue jurado de Dueños de

la cocina junto a Donato De Santis y Christophe Krywonis, conducido por Marley y emitido por Telefe.

¿Por qué hay una implosión de estos realitys y un interés por parte del público en conocer la vida de estas personas devenidas en chefs?

La combinació­n de dos formatos que venden hace que se venda más. En este caso, reality más comida. Ahora es esto, luego será otra cosa.

Hiciste de tu persona una marca. ¿Qué es lo que más disfrutás?

Poder hacer distintas cosas, siempre lo mismo no me gusta. Lo nuevo tiene que resultar un desafío. Si lo hago de taquito, no me va. Me gusta aprender mientras hago algo.

Será por eso que después de tantos proyectos, Narda no se cansa y va por más. ¿Próximos planes? Un libro de alimentaci­ón para niños, Ñam Ñam, manual para crear a un pequeño omnívoro, que sale a fin de año, y un restaurant­e que tiene previsto abrir sus puertas en 2017 en el barrio porteño de Núñez. Un futuro promisorio para una cheftodote­rreno. •

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