Rumbos

Vínculos: madres e hijas, juntas a la par

En los últimos años, el aumento de la expectativ­a de vida provocó grandes cambios en esta relación tan especial. Dos expertas nos cuentan por qué, lejos de la histeria y la competenci­a, madres e hijas tienen el don de construir universos alegres y liberad

- POR GRETA KUS ILUSTRACIÓ­N TONY GANEM

Elsa y Adriana todos los viernes van juntas a la feria. Caminan de la mano, despacio, y recorren los puestos de frutas y verduras. Llegan temprano para poder elegir los mejores productos y evitar las colas interminab­les del mediodía. Los sábados, los nietos las van a visitar y ellas tienen la costumbre de preparar tartas, pickles y lasañas. Las dos tienen el pelo corto y rubio, intercambi­an la ropa y comparten la pasión por la cocina y el cine. De lejos parecen hermanas; de cerca, la diferencia de edad se nota un poco más, pero no demasiado. Los vecinos piensan que son amigas o primas. Pero, en realidad, Elsa y Adriana son madre e hija.

En la última década, la esperanza de vida creció un promedio de cinco años según la Organizaci­ón Mundial de la Salud. En nuestro país, la expectativ­a de vida de los hombres es de 72,2 y de las mujeres, de 79,9, una de las más altas del continente americano. Esto provoca que las diferencia­s generacion­ales

se acorten: madres e hijas comparten gustos, estilos, costumbres e intereses. En muchos casos, las dos son abuelas, están jubiladas y tienen roles similares.

“Mamá tiene 84 y yo 65, vivimos juntas desde hace cuatro años”, cuenta Adriana. “Cuando falleció mi padre, mamá empezó con algunos problemas en la cadera y necesitaba ayuda en la casa. Soy divorciada, mis hijos ya son grandes y tienen sus propias familias, yo estaba alquilando un departamen­to y viviendo sola, no tenía mucho sentido, así que decidí mudarme a su casa. Somos muy compañeras, la vejez nos unió más que nunca”, dice entre risas.

Freud aseguraba que el vínculo más complejo que existe entre las personas es el de madre e hija. El universo femenino, según el padre del psicoanáli­sis, se caracteriz­a por tejer redes de culpa, competenci­a voraz, histeria, amor y odio. Sin embargo, esto no siempre es así y, aunque el discurso patriarcal se esfuerce por naturaliza­r la rivalidad entre mujeres, existen muchísimos casos en los que la relación entre madres e hijas –y nietas y abuelas–es una forma de construir, de encontrar la fuerza para salir adelante en tiempos difíciles y de expandir la alegría en los buenos momentos. Lejos de asfixiar, libera; y en vez de competir, las mujeres comparten experienci­as, angustias y deseos.

“Cuando fui madre, entendí muchas cosas de mi mamá que antes me enojaban y me distanciab­an. Nunca tuvimos un buen vínculo, pero durante mi primer embarazo ella me acompañó, me contuvo y, de a poco, pudimos acercarnos y volver a tirar las cartas”, dice Claudia, de 57 años. “Hoy las dos somos abuelas. Yo de Bauti, un bebé precioso que acaba de cumplir un año, del que ella es bisabuela; y mi madre, de mis tres hijos varones. La verdad es que ahora la siento más como una amiga, compartimo­s tardes

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