LAS OTRAS ESTRELLAS DEL COLÓN
Nuestro teatro más importante –tercero en el mundo por su acústica– es un tesoro por descubrir. En los subsuelos del magnífico edificio, un batallón de artistas se entrega a la pasión de coser y bordar trajes, peinar pelucas, martillar suelas y levantar d
Por el ir y venir incesante, podría ser un hormiguero. Pero se escuchan voces humanas que preguntan cuestiones banales y risas que tapan las respuestas. Por los gritos lejanos, puertas que se abren y cierran y los pasos que forman un ruido que aligera el ronquido permanente de máquinas, se confundiría con un transatlántico. Sin embarque go, se ven paredes de hormigón, ventanas al cielo, escaleras de material y un temblor que parece un oleaje violento y es apenas el tránsito de vehículos que, en la superficie, corren una carrera sin premios.
Ahí abajo está el corazón, el motor, el detrás de la escena que sucede arriba y constituye otro escenario, ubicado en los subsuelos, en el que decenas de trabajadoras y trabajadores no interpretan papeles, sino llevan adelante el oficio de coser trajes y vestidos del siglo pasado; bordar detalles o peinar pelucas de personajes literarios; pegar cueros o martillar suelas de pies imaginarios que calzarán otros reales; cortar y clavar maderas para edificar mundos ficticios para que, al fin y al cabo, otros artistas –cantantes líricos, barítonos, sopranos– terminen la línea de montaje que convierte a este lugar en único en el mundo.
Porque el Teatro Colón, que de él se habla, está entre las cinco mejores salas del mundo y entre las tres en cuanto a la acústica. Pero lo que no tiene competencia es aquello que está bajo el inmenso y bellísimo escenario: los talleres que realizan todo lo que se sube a escena y dan vida a una versión de Macbeth de Giuseppe Verdi –sobre el clásico de William Shakespeare– que solo en vestuario implica vestir y producir a dos elencos de 200 personas, más los decorados completos, ornamentaciones y un amplio etcétera.
Tan mágico es este lugar, que hace unas semanas el gobierno porteño sorteó un pase especial para conocer los lugares secretos que no están en la recorrida convencional que casi todos los días del año hacen unas 900 personas. Esa visita habitual incluye el foyer (el imponente hall de acceso en doble altura
dominado por una escalera de honor con mármoles de colores y coronado por vitrales franceses); la galería de bustos (donde también se realizan conciertos de música de cámara, conferencias y exposiciones); el palco oficial, por el que pasaron mandatarios nacionales y extranjeros de todos los tiempos y, por supuesto, la sala, con el escenario más importante del país y una acústica que hace unos años fue elegida como la mejor (detrás de Viena y Boston) en una encuesta realizada por Leo Beranek entre 22 directores de todo el mundo.
Además, a partir de otra iniciativa municipal reciente, fue elegido como salón de ¡casamientos! en una votación de 45 mil personas. El privilegio, que para muchos engrosa la polémica de alquilarlo para fiestas privadas, lo gozarán apenas entre diez y quince parejas el próximo 5 de diciembre.
En esta manzana ubicada a metros del Obelisco, con una temporada que arranca en los primeros días de marzo y culmina en los posteriores a Navidad, funciona además un instituto donde se dictan las carreras de Danza, Canto, Academia Orquestal, Dirección Escénica de ópera, Preparación musical de ópera y Caracterización, y un Centro de Experimentación con sala propia que da cabida a la vanguardia.
La semilla de un sueño
En 1908, el teatro abrió las puertas en su sitio actual, pero venía de funcionar, entre 1857 y 1888, frente a Plaza de Mayo, en los terrenos donde hoy se levanta la casa matriz del Banco Nación. La construcción demoró 18 años y tuvo sus
vaivenes: la piedra fundamental se colocó el 25 de mayo de 1890 con la idea de inaugurarlo dos años más tarde. El proyecto inicial fue encargado al arquitecto italiano Francesco Tamburini, quien murió en 1891; y aunque las obras continuaron a cargo de su socio y coterráneo, el arquitecto Víctor Meano (responsable de otra joya arquitectónica como es el palacio del Congreso Nacional), sobrevinieron problemas económi- cos que frenaron el trabajo durante diez años a partir de 1894. Como Meano murió en 1904, el gobierno le encargó terminar la construcción al belga Jules Dormal. Finalmente, el teatro fue inaugurado en 1908.
Sin embargo, los talleres recién se crearían en 1938 y crecerían hasta la estructura omnipotente que hoy comprende carpintería (maquinaria y utilería); escultura y moldura; escenografía; herrería; luminotec- nia; montaje; pintura y artesanía teatral; y vestuario (sastrería, peluquería y zapatería), entre otros.
Carlos Pérez, segundo jefe de sastrería y con 25 años de antigüedad en el teatro, explica que allí trabajan unas 60 personas, que cortan y confeccionan desde el momento en que el diseñador lleva los figurines hasta el estreno de la obra, algo que demora entre un mes y 20 días. •