“El fanatismo de Oriente se fomenta en Occidente”
Formado en el icónico Instituto Di Tella, Alfredo Arias es uno de los dramaturgos más reconocidos de Europa, aunque en la Argentina no goza de ese privilegio. Afincado en París hace más de cuatro décadas, este workaholic de 72 años, Comendador de las Arte
La vida del autor, realizador y director Alfredo Arias en París, donde está radicado hace más de cuarenta años, es tan intensa, ajetreada y llena de proyectos, que imaginar su regreso al país, a los 72 años, es más que imposible. El artista argentino, condecorado como Comendador de las Artes y las Letras en Francia, y nada menos que poseedor del anhelado Premio Moliere, es conocido por su formación en el Instituto Di Tella, por puestas de Shakespeare, Genet, Copi, Sartre o Mishima, y por piezas propias como Familia de artistas, Mortadela, Deshonrada y Cinelandia.
En el Viejo Continente, y sobre todo en la capital francesa, es un baluarte del mundo cultural –teatro, cine y ópera-, pero no logró ser profeta en su tierra: la Argentina. “No es algo que me quite el sueño. Disfruto venir a mi país y caminar en medio de la indiferencia general”, le dice a Rumbos. Sos conocido y valorado en París, Londres, Roma, Berlín, pero en la Argentina pocos tienen idea de tus trabajos… Es que yo no busco ningún reconocimiento. No me interesa mostrar una tarjeta o explicar quién soy o qué hice. Yo el reconocimiento lo tengo, lo siento, no lo reclamo, y no quisiera dejar esa postura.
"Yo era un chico que pedía ser artista Y me mandaron al liceo militar."
¿Es una necesidad venir a la Argentina a estrenar tu material? Es algo positivo poder estar en el lugar dónde nací, el lugar que me vio crecer, desarrollarme y también partir. Yo estoy formado con otra cultura –la francesa, la europea–, pero no veo por qué debería cortar el vínculo. Cada vez que vuelvo a la Argentina me reencuentro conmigo, cuando estoy aquí es cuando estoy más conectado con mi interior. Pero también viniste para dejarnos una creación tuya… Se dio todo medio de golpe. No tenía pensado volver, por mis ocupaciones, pero armamos todo para dejar estrenada Cinelandia, una pieza que en Europa tuvo más de cien funciones y que consiste en una cabalgata por películas de mi infancia, como Besos brujos, La mujer de las camelias, El crimen de Oribe y Carne, con la que decidí homenajear al cine argentino. ¿Cómo ve sala Argentina desde París? Yo creo que no habrá un crecimiento social y político en la Argentina hasta que el peronismo cambie y evolucione, y para eso se necesita mucho tiempo, pero sobre todo, la unión de muchas voluntades. Cuando la política argentina logre despegarse pacífica y civilizadamente del peronismo, vendrá el crecimiento como país. ¿Seguís desde allá las noticias de lo que ocurre aquí? Sí, las sigo con interés, trato de estar medianamente informado. ¿Qué te espera en Europa? Cuento con siete proyectos que quiero llevar a cabo. Uno de ellos son los ensayos de la producción de una comedia musical que ya escribí, Madame Pink, que se va a estrenar en Nápoles a principios de marzo, y luego la llevaremos a un teatro de Roma. ¿Y cómo te llevás con el ocio? ¿Te da vértigo? Puede ser. Algo de eso hay. Para mí el ocio es la práctica de la conversación; me distraigo charlando. ¿Por dónde pasan, entonces, tus temores? ¿Cuál es tu talón de Aquiles? La vida real me convierte en una persona frágil… ¿Por eso escribís tanto ?¿ Para vivir en la ficción? Mi terapeuta me ha dicho algo de eso. Puede ser. Yo soy como esos tartamudos que cuando suben al escenario hablan fluidamente… ¿Vas mucho a terapia? Sí, mucho. Pero hace poco descubrí un complemento perfecto para la terapia: un psiquiatra. ¿Te medican? No se trata de una pastillita más o una pastillita menos. Tiene que ver con el don de la palabra. Pasa por un punto de vista, por una manera de decir las cosas. Lo que un terapeuta puede tardar años en dar con el diagnóstico, el psiquiatra al que consulté demoró un par de sesiones. Tiene una claridad y un poder de síntesis que agradezco enormemente. ¿Arrastrás conflictos desde hace mucho? Yo vengo de una familia que me combatió permanentemente, que se tiró en mi contra y que, de alguna manera, fue minando mi autoestima, mi orgullo y hasta mi narcisismo… Entonces es ahí cuando aparecieron esos momentos de debilidad, de desprotección. ¿Se modificó con el tiempo la mirada de tu familia sobre vos? Yo creo que se trata de una familia con una formación psicológica muy precaria. Mis viejos, lamentablemente, no entendieron nada de la vida, de mi vida. Y tengo un hermano menor con el que hablamos idiomas diferentes, al que tampoco veo ni sé nada de sus cosas. ¿Qué es lo que más les reprochás a tus padres? La falta de comprensión. Yo era un chico que pedía a gritos ser artista, y ellos me respondieron mandándome al Liceo Militar. Cinco años de encierro con esa formación primitiva, imaginate la falta de comunicación que sufrí en esa familia. En lugar de facilitarme los instrumentos para avanzar, hicieron todo lo posible para que retrocediera. ¿Qué hiciste cuando pasaron esos cinco años? Me independicé de mi familia. Bah, me fui. No quería verlos más. ¿Ves?, en ese aspecto el Liceo fue positivo, porque a partir de entonces pude empezar mi vida artística muy tempranamente, con el ingreso al Instituto Di Tella (en 1966), el templo de las vanguardias artísticas que me cambió radicalmente la existencia. ¿Qué hubieses sido sin el Di Tella? Imposible saberlo. Pero seguramente un artista muy distinto al que soy. Yo no sé si éramos grandes figuras por pertenecer a ese semillero de talentos que se conoció como la “Generación Di Tella”, pero estuvimos en el momento justo para escribir una historia increíblemente creativa que no sé si se volvió a repetir. Siendo ya un “parisino de ley”, no puedo dejar de preguntarte cómo ves a París hoy, después de los atentados terroristas que ha sufrido… Fue un latrocinio, el triunfo del fanatismo de Oriente fomentado por Occidente, que no es una víctima. Occidente debe reflexionar y mucho por qué sucedió esto… Pero París es una ciudad con gente muy fuerte, orgullosa y centrista, que no se entrega fácilmente. Es cierto que fueron terribles golpes, pero la vida continúa, te diría, con absoluta normalidad. Los museos siguen repletos, la torre Eiffel no da abasto y el hermoso barrio donde vivo, Saint Germain des-Prés, suele ser un hormiguero.