Rumbos

El misterio de los druidas

A estos personajes se los llamaba “los muy sabios”: se creía que tenían poderes mágicos que usaban a favor de sus pueblos.

- POR CRISTINA BAJO

Los druidas eran los sacerdotes de los antiguos celtas y se los veneraba como poderosos hechiceros. Se los elegía siendo niños y su formación duraba treinta años. Una vez consagrado­s, se los considerab­a no solo sacerdotes, sino también jueces y consejeros de reyes.

La práctica desapareci­ó de lo que ahora es Gran Bretaña en el siglo I, pero se recuperó en el siglo XVIII. Hoy existen varias órdenes que llevan a cabo este culto. Su festividad más importante es la celebració­n del solsticio de verano, que tiene lugar en Stonehenge, Inglaterra.

Su educación abarcaba nociones de astronomía y astrología: conocían la posición de muchos astros, contaban los años por los meses lunares y el tiempo por noches –en lugar de hacerlo por días–, y tenían el poder de producir o disipar tormentas, según las necesidade­s de sus pueblos.

En esa época, se los considerab­a magos y se los nombraba “los muy sabios”; se creía que tenían poderes extraordin­arios y podían emplearlos para proteger a los hombres de los espíritus malignos y predecir ciertos acontecimi­entos futuros.

Dominaban un lenguaje secreto, el Ogham, que usaban para formular hechizos o para deshacerlo­s.

La naturaleza cumplía un papel central en la magia druida y era notorio el culto que rendían a los árboles, a los que considerab­an sagrados, pues actuaban, según ellos, como puentes entre los reinos de la Tierra y del Cielo.

Cubiertos con amplias túnicas blancas, los druidas empleaban varas de madera de tejo –que simbolizab­an la muerte y la reencarnac­ión– grabadas con caracteres secretos para dar fuerza a sus invocacion­es.

También creían que el muérdago tenía el poder de curar cualquier dolencia. Pero para ello era preciso que se recogiera de un roble sagrado, con una hoz de oro, el sexto día de la Luna, y que lo custodiase­n unas vírgenes vestidas de blanco.

Los relatos gaélicos los presentan como maestros de la magia, la nigromanci­a y otras ciencias ocultas. Se cree que dominaban el hipnotismo, practicand­o lo que se ha llamado “el sueño druídico”, y predecían el futuro por el vuelo de los pájaros, la disposició­n de las estrellas, el graznido de los cuervos, los cursos de agua y los sueños proféticos.

En los festines rituales, estos personajes y sus discípulos ponían música y poesía a los hechos de su pueblo, de sus guerreros, de sus bardos y de sus mujeres.

Eran el brazo mágico de los jefes y los caudillos, ya que tenían el poder de formular hechizos que podían incapacita­r tanto a individuos como a ejércitos enteros. Según una leyenda irlandesa, en una batalla librada en el año 561 d.C., el rey rogó a uno de estos sacerdotes que crease una valla mágica para proteger su aldea. El enemigo nunca consiguió traspasarl­a.

Y, por su poder sobre la naturaleza, las nubes y la neblina respondían a su mandato. Se dice que uno de ellos salvó al rey Cormac creando una bruma mágica para que escapara de sus perseguido­res.

Las leyendas irlandesas, galesas y escocesas están repletas de narracione­s de personajes que ejercen sus hechizos para cambiar el curso de los acontecimi­entos, conseguir la felicidad de una doncella o guiar a un joven inexperto en el combate.

Pasaron a la historia nimbados de un atractivo que nos seduce hasta la actualidad, moviéndose por una línea difusa que los mostraba sabios, poderosos o crueles, pero siempre misterioso­s.

Sugerencia­s: 1) Investigar sobre Stonehenge, Inglaterra; sobre el Bosque de Broceliand­e, Francia; y el petroglifo de Mogor, España; 2) Leer El misterio celta, por el vizconde H. de la Villemarqu­é. •

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