Rumbos

La mesa para compartir

Si descendemo­s de inmigrante­s, busquemos recetas de sus pueblos para estas fechas y contémosle­s a nuestros jóvenes.

- POR CRISTINA BAJO

Cuando era chica, de todas las fiestas del año, Navidad era la más esperada. Ni cumpleaños ni comuniones tenían su prestigio. Y a la Noche de Reyes, aun con la expectativ­a de recibir regalos en la mañana, le faltaba la gran reunión familiar, el encuentro en la mesa y los fuegos artificial­es.

Es extraño, pero no recuerdo ninguna Navidad en la casa de Barrio General Paz. La primera que recuerdo es en la vieja casona de Cabana, la de Doña Juana, Villa Titina –por su hija– donde vivíamos mientras mi padre construía el chalet donde luego pasaríamos varios años.

No me reprocho el olvido: cualquier fiesta en Córdoba habría desapareci­do del recuerdo de un niño ante lo que era disfrutar del espacio, la libertad de andar por todos lados, descubrien­do lugares, animales, flores, árboles, leyendas.

En un rincón de la enorme galería, mamá había armado un pesebre que traíamos desde la casa de Córdoba en una caja envuelta con cuidado, llena de virutas de madera que protegían las imágenes. Todos los años se le agregaba algún animalito, se compraban más globos de colores o una estrella diferente para colocar en la punta del árbol.

La comida de entonces, que nos parecía tan fina, consistía en cosas que hoy cocinamos en cualquier momento y no únicamente para una celebració­n. Se hacía la mayonesa casera, la ensalada rusa, se compraban aceitunas negras –siempre había verdes en la alacena–, los únicos tomates rellenos que comíamos en el año, carne fría y a veces un pavo con relleno de frutas, fiambres y castañas.

No faltaba el clericó; y turrones, peladillas, garrapiñad­as, el pan dulce y otras delicias que casi siempre comprábamo­s en Gath y Chaves estaban a la altura del festejo.

El 25 al mediodía, se salía a comprar merengues de chantilly; y alguna vez, un amigo de la familia trajo una torta riquísima de crema moca de la Confitería Oriental.

Esa torta hizo historia, y hace unos años, con una de mis primas, que participó del festejo, recordamos lo deliciosa que era. Desde entonces, cuando celebramos mi cumpleaños, Negrita me prepara una torta abusivamen­te alta de crema moca y comentamos con los invitados la suavidad de la crema, la textura de la masa, la bonita decoración.

Pero ambas nos miramos sobre las copas y recordamos aquellas Navidades de una época más ingenua y, por qué no, más llena de expectativ­as por reencuentr­os familiares, por juegos, y ese librarse de la mirada de los mayores que nos permitían más libertad de la que habitualme­nte gozábamos.

No todos los recuerdos de nuestras Navidades son hermosos y alegres; hubo dos, especialme­nte, por pérdidas familiares apenas unos meses antes, que fueron muy tristes. De ellas suelo acordarme de vez en cuando, pues es imposible olvidarlas, pero prefiero seguir hablando de festines y detalles, y de ese acto de amor hacia los nuestros que es el cocinar o, al menos, planificar una buena comida para ellos.

Porque, como suelo decir, crear en la cocina toma tiempo, pero es un tiempo en que ese quehacer nos hace olvidar preocupaci­ones y tristezas, y nos despierta la alegría, la ilusión de compartir la mesa y el pequeño banquete que regenera afectos y nutre cuerpo y ánimo.

Sugerencia­s: 1) Si descendemo­s de inmigrante­s, busquemos en libros o en Internet platos de sus pueblos para estas fechas; 2) Al servir, recordemos a los más jóvenes la historia de nuestros ancianos; 3) No olvidemos los villancico­s; llevemos a los niños y a los mayores a escuchar los coros de estos días en las iglesias, calles y plazas. •

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina