Rumbos

La leyenda del boxeador poeta

Músico, narrador y campéon mundial. Una charla llena de emociones con un mito del boxeo argentino.

- TEXTO JAVIER FIRPO FOTOS MARÍA EUGENIA CERUTTI

Yo con el boxeo pude gritar que existía. Si bien tenía necesidade­s porque provengo de una familia muy humilde que cosechaba algodón en un pueblito de mi Chaco natal, yo llegué al boxeo para lograr notoriedad y conseguir, digamos, cierto heroísmo”.

Quien habla con mucho esfuerzo, pero con precisión académica, es Sergio Víctor Palma, recordado excampeón mundial de boxeo en la categoría supergallo, quien hoy, a los 60 años, le da batalla a un accidente cerebrovas­cular que le dejó parte de su cuerpo paralizado, tras un accidente automovilí­stico en junio de 2004 . “Varios médicos me dijeron que solo el 2% de quienes padecen algo así pueden sobrevivir. Ser parte de la excepción me fortalece, me da energía”, remarca Palma con la mano temblorosa, la voz quebradiza, pero mirando fijo a los ojos, como el guerrero ilustrado que se salía del molde que fue arriba del ring. Lo llamaban “el boxeador poeta”, porque que escribía poesía y cantaba, y porque en sus declaracio­nes nunca faltaban alegorías literarias. ¿Cómo te recordás como boxeador? Como alguien pensante en el ring, como un hombre que esperaba el momento justo para aprovechar la buena mano que tenía. Yo no pegaba mucho, pero pegaba en el lugar indicado. Aparentaba­s cierta debilidad en tu metro sesenta y cuatro… Tenía una contextura física medio insignific­ante. Desarrolla­r la capacidad física necesaria para ser un campeón mundial requería de una obsesión importante. En mi carácter había un alto índice de autoagresi­vidad. Si uno la tiene canalizada, se convierte en combustibl­e, en una capacidad de esfuerzo que

me permitió entrenar mucho.

La frase sale casi como si la estuviera leyendo. Con esfuerzo, con ahínco, pero las palabras se encadenan cadenciosa­s. Y redondea un pensamient­o profundo, claro, diáfano. Es un purista del lenguaje Palma. Le gusta que lo llamen “campeón”; no corrige ni contradice, lo acepta en silencio, casi con pudor. Fue uno de los grandes boxeadores “de la época más rica y pareja de la historia”, subraya y enumera sus favoritos: Sugar Ray Leonard, Tommy Hearns, Marvin Hagler, Larry Holmes, Mike Tyson, Wilfredo Benítez, Pipino Cuevas, Mano de Piedra Durán, Víctor Galíndez, Santos Laciar, Martillo Roldán, menciona entre otros. “¡Qué tiempos imposibles de repetir! Hoy con suerte hay dos o tres…”. ¿Ves boxeo, te gusta sentarte a disfrutar una pelea? Depende de los protagonis­tas. Hoy el boxeo está en un estancamie­nto llamativo, muy notorio. No hubo grandes boxeadores en los últimos veinte años. No apareció un nuevo Leonard, ni un Monzón o un Hagler, ni mucho menos un Ray Sugar Robinson, el mejor boxeador que yo vi en toda mi vida. Pegaba como nadie, daba espectácul­o y se defendía como los dioses. ¿Qué te parecieron Maravilla Martínez y el Chino Maidana, los más importante­s en los últimos años en la Argentina? A Maravilla lo vimos poco, porque hizo su carrera, mayormente, en Europa. No podemos negar su talento, pero no tenía rivales. Y cuando lo empezamos a conocer, cuando pensábamos que teníamos un gran campeón, tuvo esa derrota dura con Cotto (el puertorriq­ueño que le ganó por nocaut) y luego se retiró. Pero verlo a Maravilla era un gran espectácul­o, un muchacho con gran técnica y precisión. Por el lado de Maidana, bueno, era otro tipo de boxeador, más básico pero más fuerte. De una sola piña, dueño de ese gancho poderoso que tenía… Y él recibía duro pero era resistente. Estuvo bien en colgar los guantes, ya que las dos peleas con Mayweather lo salvaron para toda la cosecha. Debe ser el boxeador argentino que más plata en dólares debe haber ganado. O sea que el boxeo argentino está atravesand­o una meseta… Total. Y curiosamen­te creció mucho, y sobre todo en la Argentina, el boxeo femenino, que hasta logró ser, en varios pasajes, más atractivo que el masculino. Marcela “La Tigresa” Acuña fue la abanderada de esa irrupción, fue la que marcó el camino no solo en el país sino también en Sudamérica. Y detrás de La Tigresa se encolumnó Yésica Bopp, que para mí es la más estilista de todas las boxeadoras. ¿Recordás, en tus tiempos de entrenamie­nto, haberte cruzado con, por entonces, consagrado­s? Claro, allí estaban Monzón, Galíndez, alguna vez me lo crucé a Locche. ¡Qué monstruos! Pero para mí Locche era un sabio, el más grande, y era a quien yo quería parecerme. No me perdía una pelea de Nicolino, era un mimo en el cuadriláte­ro, un bailarín… ¿Vos recibiste muchos golpes? Dijeron que me pegaron mucho, pero yo aprendí a recibir golpes, a amortiguar­los. ¿Cómo? Acompañaba el impacto para disminuirl­o… Te confieso que me pegaron mucho más los periodista­s que mis rivales, pero si parte del impuesto era que la prensa creyera que yo había recibido el golpe, no me importaba. ¿Te acordás qué hiciste con la primera plata que ganaste? Me compré una casa de 120 metros cuadrados con pileta de natación. Me la llevé a mi vieja a vivir conmigo, éramos once allí, una kermese… ¿Cómo te sentías con plata en el bolsillo? Como un pobre rico. Porque me equivoqué como se equivocan los pobres… ¿Cómo se equivocan? Se equivocan resolviend­o por las suyas, sin consultar, sin asesorarse, como hice yo, con cierta soberbia, creía que me llevaba el mundo por delante.

Palma enamoró desde el ring por su elegante estilo y letal “gancho”, y debajo del cuadriláte­ro por su humildad, calidez y manera de expresarse. Una vez retirado, se dedicó al periodismo, a la docencia y a escribir poesía. Hasta tuvo la audacia de cantar y componer alguna canción. ¿Es verdad que lanzaste un disco en tu plenitud boxística? La misma noche del combate (en 1981) con el colombiano Ricardo Cardona salió a la venta el disco que había grabado. Yo quería abrir un “kiosquito”, tener un tentenpié para cuando me retirara, porque sabía que la carrera se terminaba pronto. Pero mi manager me prohibió que hiciera cosas ajenas al boxeo. ¿Cómo estás, Víctor, de salud? ¿Cómo convivís con las secuelas del accidente que tuviste? Con paciencia, llevándome lo mejor que puedo con el vecino de la derecha, que está paralizado, y que tengo que llevarlo a cuestas a todos lados –festeja su humorada–. ¿Qué hay por delante, Sergio? Hay un regreso figurativo al boxeo. Está todo muy encaminado para abrir un gimnasio y centro cultural y deportivo en Mar del Plata, que me tiene muy entusiasma­do, porque de alguna manera es como volver al ambiente donde uno se crió. Tengo ganas de empaparme de boxeo y de poder enseñar y proteger a futuros valores. Si Dios quiere, ese será mi sueño, además de terminar un libro en el que llevo años trabajando: El arte de boxear.•

“Dijeron que me pegaron mucho, pero yo aprendí a recibir golpes, a amortiguar­los. Los peores llegaron desde afuera del ring”.

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SERGIO VÍCTOR PALMA

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