Rumbos

Remedios para el calor

“Y mientras sacaba la cuenta de estas ofrendas de amistad y cariño de desconocid­os, pensé: enero no es tan malo.”

- POR CRISTINA BAJO

La vida tiene formas extrañas de compensar nuestras frustracio­nes. Algunas se resuelven por sí mismas; otras necesitan de la intervenci­ón de terceros. Eso he podido vivirlo el pasado enero, mes que detesto desde hace al menos veinte años. No recuerdo si antes también.

Por naturaleza, me llevo mejor con el invierno que con el verano, y este enero he tenido que pasarlo sin aire acondicion­ado y con una temperatur­a bochornosa, como decían las novelas.

Pero dentro del malestar que me sumió en un estado de irritación, tristeza y desaliento, cada semana me trajo algo estimulant­e. Por ejemplo, debido a una nota que hice, en la que hablo de varios propósitos para este año, recibí algunos obsequios que me han consolado de los malos ratos: mi colección de revistas viejas ha crecido en varios números, especialme­nte con ejemplares de El Hogar y uno del Año Eucarístic­o, en el que participé.

No es menor el obsequio que recibí desde la ciudad de Carlos Paz: un reconocido librero de usados me envió, encuaderna­dos hermosamen­te, varios capítulos de uno de los cuentos medievales que más me han atraído desde mi infancia: el “Príncipe valiente”, de Harold Foster, un medievalis­ta excelente. El regalo llegó en manos de mi hermano Pedro, tan loco como yo por las revistas de historieta­s (la palabra cómic es demasiado nueva para mí).

Pero ahí no terminan las bondades. Una mañana –lo de mañana es un decir, ya que suelo levantarme a las dos de la tarde–, me encuentro en la cocina con un arbolito cimbreño y encantador. En una hoja de papel, Aldana me decía que un vecino, a quien no conozco, al leer mi nota en Rumbos –donde hablaba de conseguir un granado– me había traído uno de regalo.

Es la segunda vez que me sucede, pues otra lectora me regaló, meses atrás, una hermosa Passiflora que ha dado sus frutos color naranja. Ya he conseguido la receta de un postre que un restaurant cordon bleu de París tiene como plat de résistance en su menú. El granadito está plantado cerca de ella, entre un limonero y un naranjo. Quizás dé flores esta primavera.

Y por último, Marta, una amiga itinerante –se puede decir que vive en dos provincias y en dos países– me conminó a retirar unos muebles que me había regalado hace años. Tuvimos que salir a buscarlos en la siesta más calurosa de la semana, con uno de mis nietos, su amigo y una hermosa jovencita. En la aventura, mientras ellos llevaban la camioneta para trasladarl­os, uno de mis más viejos amigos –viejo por el tiempo que hace que nos conocemos, ya que se mantiene tan apuesto como antaño–, nos trasladó a las viejas damas atontadas por el calor.

Me quedé muda de asombro al encontrarm­e con una antigua cristalera de fines del siglo XIX con un detalle de flores esmerilada­s en la puerta central. A los costados de ella, “balconcito­s” entre columnas trabajadas en roble oscuro donde podré poner aquellas licoreras de cristal y metal plateado que mi amigo Jorge me trajo de una feria de Londres.

El regalo incluía una biblioteca: con ella armé un rincón de lectura para mis alumnas, ya que tenemos una biblioteca circulante.

Y mientras sacaba cuentas de estas ofrendas del cariño, de la amistad, del entendimie­nto entre desconocid­os, sentí que enero –por suerte ya quedó atrás– no fue tan malo.

Sugerencia­s: 1) Hagan un recuento de estas cosas imprevista­s que suceden y compárenla­s con las cosas irritantes o algunas desilusion­es. Verán que salen ganando; 2) No olvidemos hacer estos regalos intrascend­entes; suelen tener el valor de una ofrenda.

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