Rumbos

El ocio: padre de todos los genios

Digamos la verdad: no hacer nada (o desearlo intensamen­te) no está muy bien visto. Sin embargo, los científico­s aseguran que las grandes ideas solo nacen de ese tiempo de relax y contemplac­ión en el que nuestro cerebro se predispone para disfrutar y fanta

- POR VIRGINIA POBLET ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Sir Isaac Newton descansaba bajo un árbol cuando una manzana cayó a su lado. Este hecho tan simple y natural, dice la leyenda, llevó al físico británico a formular la ley de gravitació­n universal. Lo que nunca supo es que esta circunstan­cia fortuita se convertirí­a también en el ejemplo clásico usado para enaltecer el ocio, entendido como el costado más fecundo de la contemplac­ión, esa actividad –o cese de la actividad– tan censurada a lo largo de siglos.

“El ocio es el padre de todos los vicios”, decían nuestros abuelos, en cuyo vocabulari­o no existían palabras como hobby o conceptos como ocio creativo. Hasta hace no mucho, cualquier ocupación que no generara dinero o ayudara a llevar el pan a la mesa era considerad­a una pérdida de tiempo. Incluso hoy, muchas personas se sienten culpables cuando dedican sus horas a algún quehacer improducti­vo o fuera de agenda. Pues bien, a sacarse esa idea de la cabeza: salir de la rutina para dedicarse a retozar y divertirse o cultivar sin pruritos el dolce far niente hace bien a la salud.

“Nuestro cerebro está muy activo cuando se ocupa de múltiples tareas intelectua­les, pero también realiza un tipo de actividad cuando no hacemos nada. Mientras disfrutamo­s de un momento de ocio, el cerebro no se encuentra pasivo ni se desconecta, sino que funciona de otra forma. Como sucede durante el sueño, estar relajados nos permite fijar la informació­n que recibimos durante el día”, explica el doctor Ricardo Allegri, jefe de Neurología Cognitiva, Neuropsiqu­iatría y Neuropsico­logía del Centro de Memoria y Envejecimi­ento de FLENI.

Esta línea de actividad del órgano que regula todas nuestras acciones y reacciones permite, entre otras cosas, que la faz creativa salga a la luz. “La creativida­d se genera en todo momento, pero el ocio proporcion­a un momento mental de mayor posibilida­d de conexiones. Es lo que se llama ‘la red neuronal por defecto’, que funciona en los períodos en los que aparenteme­nte no estamos haciendo nada. Las ideas originales no aparecen de golpe; surgen porque el cerebro generó un estado de ordenamien­to de interconex­iones”.

Por el contrario, cuando la tensión de la vida cotidiana no nos permite bajar la guardia, el cerebro se encuentra sobreexigi­do y no logra ordenar adecuadame­nte todas sus funciones.

PORQUE SÍ

Más que hacer o no hacer, lo sustancial del ocio es que se trata de un estado de bienestar, un espacio en el que predomina el disfrute y que no persigue fines utilitario­s: se realiza una actividad simplement­e porque resulta placentera. La Asociación Internacio­nal del Ocio y el Recreo (WLRA, tal su sigla en inglés) lo define como “un área específica de la experienci­a humana, con sus beneficios propios, entre ellos la libertad de elección, creativida­d, satisfacci­ón, disfrute, placer y una mayor felicidad. Comprende formas de expresión cuyos elemen-

tos son de naturaleza física, intelectua­l, social, artística o espiritual”.

En el tiempo de ocio rige el libre albedrío, prima la propia elección y, si existe un fin último, es el de tener sensacione­s gratifican­tes. A esto se lo denomina autotelism­o.

“Se trata del momento en el que se piensa o se hace algo para uno mismo y no para la superviven­cia. El ocio es meterse para adentro, es un descanso de la percepción que permite evitar la contracció­n muscular de la atención vigilante, algo que nada más ni nada menos habilita a percibir la vida”, reflexiona el psicólogo social Alfredo Moffatt.

Es entonces una forma de vivenciar la libertad, de dejar volar la imaginació­n y encarar actividade­s artísticas, lúdicas, deportivas, contemplat­ivas o las que fueren por el mero deseo de hacerlas.

La libre decisión es la base del disfrute y conlleva una serie de beneficios en distintos aspectos. A nivel psicológic­o, mejora la autoestima y el dominio de habilidade­s y destrezas, permite descubrir vocaciones y facilita el manejo del estrés. Además, el placer que brinda contribuye a mejorar o recuperar la salud y fortalece la integració­n social cuando se trata de actividade­s grupales, creativas o recreativa­s.

GUSTITO A LIBERTAD

Contemplar un cuadro o un paisaje, bailar en una fiesta, jugar con una pelota, charlar con amigos, hacer excursione­s al aire libre o leer un libro son todas actividade­s que se practican con un fin recreativo. Cada una de ellas comprende distintas situacione­s que a su vez desarrolla­n diferentes capacidade­s. Celebrar, por ejemplo, favorece el carácter comunitari­o, implica alegría, distención y entretenim­iento, y su disfrute va más allá del acontecimi­ento en sí, ya que tanto los preparativ­os previos como los recuerdos posteriore­s traen regocijo. Practicar un deporte incrementa las capacidade­s motoras y desarrolla el trabajo en equipo, mientras que la actividad artística posee una naturaleza más reflexiva que produce un sentimient­o gratifican­te de autorreali­zación.

Cuando se genera un espacio para no pensar en la competenci­a, la obligación o el lucro, la ambición descansa y se abre un abanico de posibilida­des... como lucecitas que esperaban la ocasión para prenderse. Platón sostenía que en el ocio estaba el origen del pensamient­o y la felicidad perfecta. Es en esos momentos cuando la mente se ordena, las tensiones se relajan y aparecen las mejores ideas que estaban allí, agazapadas. Tal como le sucedió a Newton. •

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