Un libro, mil libros
¿Es un cuento? ¿Una novela? ¿Una biografía? ¿Un cómic? ¿Tiene solapas? ¿Tiene más libros adentro? ¿Una carta? ¿Qué es?
Ahí en el fondo de la librería, en la zona alfombrada, está esa masa informe llamada literatura infantil; incluye librotes y libritos; ediciones con forma de rana o tren; de tela, de goma, de cartón; con olor a flan; con tentáculos; y quichicientas versiones de cuentos clásicos de dudosa moralidad… Pero también hay, a veces en los inaccesibles estantes superiores, algunos tesoros; libros que desde la primera página derrumban la rancia idea de que una historia para chicos tiene que presentar un argumento lineal de baja complejidad, rima consonante y personajes ultrapredecibles. Sí, existen cientos de geniales libros para chicos… y un alto porcentaje de esos cientos salieron de la pluma voladora de un solo autor: Roald Dahl. Cualquiera que haya tenido la suerte de encontrarse (o debería decir colisionar) con alguno de sus textos, ya no vuelve a ser el mismo: ahora sabe que no todos los niños son buenos ni tienen una existencia adjetivada en diminutivos; sabe que existen monstruos ridículos y gigantes hermosos; que hay mascotas a las que no debemos alimentar después de la medianoche y niñas con poderes que aman leer. Como una caja china bellamente ilustrada por el increíble Quentin Blake, el universo entero del escritor noruego florece y se ramifica en Los fantastibulosos mundos de Roald Dahl, un libro para chicos (suspiro resignado) que los grandes no podemos perdernos.