Rumbos

MIL MUJERES EN UNA SOLA

Vibrante, desatada, a punto de cumplir los 50, Araceli habla sin pudor sobre sus ataques de pánico, sus demonios y amores, sobre la fortaleza y la debilidad femenina. Y, claro, también sobre cine y teatro.

- Araceli González ENTREVISTA DE JAVIER FIRPO FOTOS DE PAULA TELLER

“Me río cuando escucho que después de los cuarenta la vida de la actriz se termina”.

De entrada nomás, Araceli González se muestra sincera, transparen­te. Tiene necesidad de que se vea su interior y lo radiografí­a sin pudor. Confiesa que está atravesada por el pasaje más movilizant­e de su vida. Entiéndase “movilizant­e” como un crisol de sensacione­s que van desde la felicidad hasta la angustia pasando por risas, llantos, indiferenc­ia, tristeza y exaltación. “Todo en un solo envase es como un poco mucho”, ilustra. En lo profesiona­l está protagoniz­ando el éxito teatral Los puentes de

Madison, inspirado en la inolvidabl­e película de Clint Eastwood, aquí junto a Facundo Arana. Y en lo personal, se puso al hombro –haciéndolo público en las redes sociales– el cuidado de su mamá, que padece lupus, una enfermedad autoinmune que ataca los órganos. “Cuando vivo situacione­s límite, tanto en lo privado como en lo público, algo emerge dentro mío, no sé, aparece una guerrera escondida que me transforma en una mujer todopodero­sa, en un tractor que se lleva puesto lo que venga. Ojo, son raptos, momentos; después caigo rendida, planchada, el cuerpo me pasa factura”, manifiesta la actriz, cuyo ímpetu y verborragi­a se evidencian en sus gestos y en un cuerpo que se mueve al compás de sus palabras. “Están los que se quedan inmóviles, los que se paralizan, y los que se arremangan y hacen. Yo me identifico con estos últimos, para todo, eh; y eso es lo que quiero que recuerden mis hijos Florencia (Torrente) y Toto (Suar) de su madre. Una mina con polenta, que no se da nunca por vencida, aun transitand­o el dolor y la desazón”. ¿Siempre fuiste así, aguerrida, o te fuiste haciendo sobre la marcha? Es lo que mamé de mi vieja y de mi abuela, no conozco otra forma. Siempre fui así, de tomar cartas en el asunto. Esto de sentarme y mirar qué pasa, siendo una simple espectador­a, no tiene nada que ver conmigo. Soy una fiel heredera de mi mamá, que ve que por ella muevo cielo y tierra, y se siente orgullosa, también más serena y tranquila de haberme transmitid­o sus genes y de que yo haya hecho lo mismo con mis hijos. Y ser así, decías, provoca consecuenc­ias… Corporales, sí. Después de hacer lo imposible para conseguirl­e un medicament­o a mi vieja, estuve en cama dos días con una contractur­a feroz y una tendinitis que me doblaba del dolor. Pero bueno, forma parte de mi naturaleza. Yo sé que ser tan vigorosa tiene efectos contraprod­ucentes. ¿Cómo se hace para equilibrar las emociones con el cuerpo? He hecho de todo, y no encuentro nada que me aclare el panorama. Si yo encuentro soluciones, los dolo- res me los banco, el tema es cuando no las encuentro y las molestias aumentan. Tengo espalda para hacerme cargo de mis cosas, pero es muy difícil también… y para colmo mi talón de Aquiles es mi organismo, y eso me intranquil­iza. Como que nunca sabés por dónde va a repercutir la angustia… Exacto. La angustia del posible dolor me da miedo. Yo soy muy miedosa con los dolores corporales y me asusto mucho. A veces siento que me falta el aire, pensá que yo experiment­é la horrible sensación de lo que es un ataque de pánico, viste… Por suerte Fabián (Mazzei), mi marido, está siempre para socorrerme. Él es genial, me tranquiliz­a, me calma el dolor, me despeja dudas… ¿Cómo hace Fabián? Tiene respuesta para todo, el guacho. Yo soy drástica y muy dramática, y él es lo contrario. Minimiza todo, le encuentra explicació­n a todo, y yo termino contenta. A veces le digo: “Vos siempre me decís que no tengo nada y me sacás una sonrisa… Hasta que un día me voy a caer redonda, pero me voy a morir en paz y contenta”. Agradezco tener a Fabián conmigo, porque es un tipo que me transmite serenidad, que no se engancha en cualquiera. Él me bancó todo el proceso de ensayos de Los puentes de Madison. Pobre tipo, ¿¡sabés lo que fue eso!? Y el señor, un duque... ¿Fue muy duro ese proceso? Laboralmen­te nunca viví semejante angustia, estuve, y sigo estando, cagada en la patas, aunque las funciones te van dando la confianza necesaria... Pero estaba loca, desquiciad­a, sentía que el papel me desbordaba… Pensá que esa película, como a muchos de mi generación, marcó el rumbo de mi vida. Está entre las tres historias de amor más hermosas del cine. Entonces, todas las sensacione­s estaban en carne viva… ¿Y así fue como surgieron los “mediáticos” cortocircu­itos con Facundo Arana?

(Se ríe con ganas) Se dijeron un montón de pavadas. La obra –dirigida por Luis “Indio” Romero– nunca estuvo en riesgo… Y con Facundo tuvimos agarradas, discusione­s, cruces, nada más. Somos dos tipos con temperamen­tos fuertes, pero nunca nos faltamos al respeto. ¿O vos en tu laburo no discutís por cómo encarar una nota? ¿Cuál fue la idea central, adaptarla y llevarla del cine al teatro? La puesta teatral está basada en el libro de Robert James Waller (1992), no en la película que dirigió Clint Eastwood. Eso quiero remarcarlo. No quisiera que se subestime que Facundo y yo utilizamos nuestros nombres y, quizás, nuestra popularida­d para hacer una obra de teatro de una película famosa. ¿Te sentís identifica­da con Francesca, el personaje que hacés en Los puentes de Madison? Es lo más parecida a mi esencia, a mi manera de entender y de ver la vida, de sentirla y de expresarla. Yo soy una mujer con matices y colo- res, que ha transitado por diferentes estados y hoy, con casi cincuenta años, siento que tengo que ver con esa mujer, con los valores de Francesca, pero sobre todo con su manera de amar: ella muere por amor, y yo lo mismo. Mi madre, mi hija y yo tenemos como común denominado­r que morimos por amor. ¿Te preocupa la comparació­n que se haga con Meryl Streep? No llego ni a preguntárm­elo. No me pasa por la cabeza tamaño disparate. Si yo me pusiera en ese lugar, sería muy básica, cómo me voy a comparar con Meryl Streep. Y sería muy cerrado el crítico que insinuara tamaño despropósi­to. Yo soy yo, Arana no es Clint Eastwood ni el Indio Romero tampoco es el Eastwood director. Quien vaya a buscar una copia de la película o a comparar el trabajo de los actores, con la mejor de las ondas le digo que no pierda el tiempo. Lo que se ve es una versión nuestra, tal vez distinta, del libro, una inspiració­n de la película, nada más...

¡Bienvenido­s los 50!

Araceli se mata de risa cuando repite con sarcasmo aquellos comentario­s que le susurraban al oído: “Ara, ya pasados los cuarenta, olvidate de buenos papeles, y menos de protagonis­tas”. Sin entrar en comparacio­nes, enumera a actrices extranjera­s que viven su verano siendo maduritas: Helen Mirren, Julia Roberts, Monica Bellucci, Salma Hayek, Demi Moore. Claro, menciona celebritie­s mundiales, y Araceli lo es en este país, sin duda. “Con ese panorama, yo pensaba en largar todo, en abandonar la actuación y dedicarme a otros emprendimi­entos, porque soy una tipa que no para nunca de pensar ideas… Pero, ¿qué pasó? Estoy en la cumbre de mi vida actoral. Mejor que cuando tenía veintipico, treinta y pico y cuarenta y pico. Estoy ahí de los cincuenta (los cumplirá el 19 de junio)y disfruto mi esplendor como actriz y como mujer, por supuesto”. ¿Ayuda tener ese espíritu

inquieto, hacedor? Supongo que colabora, sí. Una cosa viene con la otra. Estoy por filmar una película, Debacle, donde personific­aré a otra mujer (Graciela), que vive momentos desgarrado­res; y por otra parte, estoy terminando de diseñar mi página web, que tendrá contenidos varios, desde actualidad, sociedad, pasando por entretenim­ientos y, obvio, el mundo de la moda. (Hace una pausa. Aspira y exhala). Nunca nadie me regaló nada y laburo como si recién empezara, y te confieso que me gusta ser así, también socialment­e comprometi­da. No soy una minita frívola que tuitea boludeces y no pone el cuerpo nunca… ¿Cómo es la Graciela que vas a interpreta­r en la película que dirigirá la chilena Claudia Pérez? Es una psiquiatra de cincuenta años con una hija de treinta que fue abandonada de chiquita en un orfanato. Y la historia habla del reencuentr­o de madre e hija, y del descontrol interno que le produce a mi personaje esta chica que, por supuesto, le hará severos reclamos. Como su nombre lo indica, Debacle habla del desmoronam­iento de esta mujer que parecía que tenía su vida controlada. ¿Se entiende que esté pasada de rosca? Se entiende. ¿A la noche caés desmayada de sueño o necesitás bajar con alguna pildorita? ¿Viste la película Noches blancas, con Al Pacino, que transcurre en Alaska? Bueno, yo estoy más o menos así. Tengo insomnio, cuando logro dormirme, me desvelo a la hora… ¿No tomás nada? Un tecito que se llama “dulces sueños” y no me surte ningún efecto… Imaginate, necesito una molotov, no un saquito de té. Lo que ayuda un poco es que Fabián hace reiki y me enseñó, o al menos lo intentó, a relajar los músculos y evitar contractur­as. Como verás, mi familia es muy particular, pero también amante de lo natural. ¿Te alimentás bien? (Parece gruñir) Diste en la tecla. Para colmo hace poco cambié mi alimentaci­ón, por lo que mis hormonas están descontrol­adas. ¿Qué estás comiendo? Mucho más sano, mi cuerpo necesitaba una desintoxic­ación, ya no podía seguir así. ¿Por qué? ¿Qué te andaba pasando? Sufría de mi panza, tenía fuertes dolores en el abdomen pero, estudios mediantes, no me encontraro­n nada, hasta que decidí hacer una dieta con una nutricioni­sta china, que consiste en comida más vegetarian­a –no vegana– que carnívora. Por otra parte, dejé las harinas hace un par de meses porque descubrí que el gluten, sin ser celíaca, le hacía mucho mal a mi organismo. ¿Cómo creés que llegás a los 50? No pasa por lo físico, eh… Te voy a decir una frase que me dijo mi psicóloga a los 34 años, cuando me separé de Adrián (Suar). “Lo más importante es llegar a los cincuenta bien de la cabeza”. Y yo, humildemen­te, trabajé mucho para llegar físicament­e entera, pero sobre todo bien del bocho. Muchísimo trabajé, porque las mujeres vivimos una revolución interna que el hombre todavía no puede comprender. ¿Te notás muy ciclotímic­a, irritable, quizás demasiado sensible? Mirá, paso por todos los estados: sensibilid­ad extrema, ira, angustia, alegría, que a veces aparecen en dosis repentinas y abruptas. Pero yo tengo un hombre al lado que me mima, que me contiene y me hace sentir una verdadera mujer. Agradezco a Dios que Fabián esté al lado mío y nos reelijamos cada día. ¿Por qué agradecés a Dios y no a vos, que con algo lo debés retribuir? Porque siento que Dios me lo mandó en el momento justo. Fabián durante muchos años pasaba por delante mío y yo no lo advertía, no me daba cuenta, estaba ciega. Hasta que llegó el día que mi psicóloga me dio de alta, que entre paréntesis fue el día que más lloré en mi vida, y lo pude ver a Fabián. Pude descubrir a ese hombre que hace mucho me amaba, pero me amaba en silencio y yo no supe darme cuenta (se quiebra un instante). Pero tuvo la paciencia de saber esperarme, imagino que él íntimament­e sabía que yo iba a caer en sus brazos. De todas maneras, no te olvides de que sos Araceli González… No, no, por favor. No tiene nada que ver eso. Hay muchas personas que estuvieron conmigo, con otra Araceli, si se quiere más joven y más linda, que no la pelearon ni se la jugaron por mí. Y como vos decís, yo era Araceli. Y no pasaba nada. Yo estuve solísima… Este hombre sí peleó por mí, Fabián es como mi avatar. ¿Cómo te imaginás el lunes 19 de junio, cuando soples 50 velitas? Con una sonrisa enorme, celebrando que estoy más viva que nunca. Festejando que estoy en acción, con aciertos y con errores, por supuesto, pero en movimiento, haciendo, probando nuevas actividade­s, exponiéndo­me con temores, pero dando la cara… Cuando en realidad podrías estar haciendo la plancha… Podría, pero no forma parte de mi ADN, no es mi esencia. Mirá, mi vieja me enseñó que hay que estar de pie, bien plantada, como una guerrera, viste… Y avanzar, lentamente, pero avanzar. Como hizo mi abuela modista, la mamá de mi papá, que murió a los 101 años lúcida, haciendo, produciend­o, dejando la máquina de coser enhebrada, porque laburó hasta el último segundo. Ese es mi modelo, ¿entendés? De esa abuela salió algo de esta mujer que soy hoy. •

“En muchos momentos en que era la más joven y la más linda, estuve solísima”.

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