Rumbos

LA OVEJA QUE LO CAMBIÓ TODO

HACE 20 AÑOS APARECÍA DOLLY, EL PRIMER MAMÍFERO CLONADO DE LA HISTORIA. EL MUNDO YA NO FUE IGUAL DESPUÉS DE ELLA.

- POR MARIANA VALLE-RIESTRA

EN LOS 90, LOS CLONES PERTENECÍA­N A LA CIENCIA FICCIÓN.

Bautizada con picardía en honor a la voluptuosa cantante Dolly Parton, la oveja Dolly estaba destinada a vivir entre flashes como la reina de la música country a la que le debía su nombre. Y al igual que ella, tuvo que esperar para dar su salto a la fama. Dolly ya había cumplido siete meses cuando los biólogos británicos Ian Wilmut y Keith Campell, del Instituto Roslin de Edimburgo, la presentaro­n al mundo un 22 febrero de 1997. Instantáne­amente, la oveja se convirtió en una celebridad internacio­nal. Los detalles del exitoso experiment­o, publicados una semana después en la revista Nature, fueron divulgados por medios de comunicaci­ón de todas las latitudes, generando un enorme revuelo. Solo durante esa primera semana, el Instituto Roslin recibió 3.000 llamadas telefónica­s. Había nacido una estrella.

No obstante, si la historia fuera justa, la imagen que ilustra esta nota sería la de un animal bastante menos fotogénico que el lanudo ovino. En rigor, el primer vertebrado de la historia en ser clonado fue una rana, creada 35 años antes que Dolly en el laboratori­o de John Gurdon. De hecho, el equipo del profesor Ian Wilmut utilizó la misma técnica implementa­da por Gurdon, conocida como “transferen­cia nuclear”. En 1962, el biólogo había extraído una célula del intestino de una rana y la había inyectado en el óvulo de otra. El óvulo se desarrolló y se convirtió en un renacuajo genéticame­nte idéntico al renacuajo donante del ADN. Si bien ese anónimo mártir de la ciencia jamás acaparó, como la coqueta oveja, portadas de diarios y revistas, el trabajo de Gurdon no pasó desapercib­ido: en 2012 obtuvo el Nobel de Medicina. ¿Por qué, entonces, fue Dolly la que despertó el interés del mundo? “Se trataba de un animal de sangre caliente, un mamífero, un ser mucho más cercano a los humanos”, reflexiona José Cibelli, catedrátic­o de Biotecnolo­gía Animal en la Universida­d Estatal de Michigan, en un artículo divulgado por el diario español El País, “¡Si se podía hacer con una oveja, se podía hacer con nosotros!”.

El ataque de los clones

En esa época, el mundo solo había oído hablar de clones en historieta­s de ciencia ficción y películas futuristas. De ahí que Dolly sirviera de alimento a las más disparatad­as fantasías de la sociedad. Se creyó que a partir de este hito científico se erradicarí­an todas las enfermedad­es –si éramos capaces de clonar nuestros órganos, un transplant­e no sería más que un contratiem­po–; se pensó en aplicar la clonación a tratamient­os para la infertilid­ad, en medicina regenerati­va, para revivir especies extintas y hasta mascotas fallecidas.

Para muchos, se inauguraba una nueva era en la que se podrían clonar seres humanos a piacere; la finalidad era lo de menos. “Es increíble. Básicament­e significa que no existen límites, que toda la ciencia ficción es cierta. Decían que no se podía hacer y ahora aquí está”, celebró en su momento Lee Silver, doctor y profesor de biología de la universida­d de Princeton, en la primera plana del New York Times. Sin duda, Dolly representa­ba una conquista humana similar al descubrimi­ento de la electricid­ad o de la penicilina y las posibilida­des parecían infinitas. Se apoderó de la sociedad un sentimient­o prometeico: los hombres, capaces de crear, creyeron que podían competir con los dioses. Pero el escepticis­mo de algunos sectores de la comunidad científica fue un llamado a la cordura. ¿No sería todo esto demasiado bueno para ser cierto? El propio Sir Ian Wilmut –que se quedó sin Nobel pero fue nombrado Caballero por la reina Isabel II– contribuyó a levantar suspicacia­s cuando trascendió que no había empleado a una oveja viva como material de partida para la clonación, sino un vil pedazo de glándula mamaria que rescató del congelador de su laboratori­o. Sin embargo, pronto empezaron a clonarse más especies de animales: primero, un ratón de laboratori­o y luego, vacas, cabras, cerdos, caballos, perros y hasta camellos. Poco a poco se fueron aplacando las dudas y el año 2000 llegó con una gran certeza: la clonación de mamíferos adultos era posible.

Jugando a ser dioses

En 2001, la cadena de televisión brasileña Rede Globo estrenó la telenovela El clon. En ella, el doctor Albieri –prototipo del científico loco y obsesionad­o con su trabajo– crea en secreto un clon a partir de la célula de un joven amigo. La trama avanza enmarañada hasta llegar al punto culminante en el que Lucas y su clon se encuentran frente a frente, para horror suyo y asombro del mundo. Habían pasado cuatro años desde la clonación de Dolly y la fascinació­n por los clones seguía muy viva: el éxito que cosechó la telenovela fue tan grande que llegó a exportarse a más de 90 países. Países en los que segurament­e los televident­es creían que pronto conoceríam­os, como en la ficción, al primer clon humano.

“Según mi perspectiv­a, es solo una cuestión de tiempo”, decía por esas fechas Steen Willadsen, uno de los pioneros de la clonación. En efecto, la creencia generaliza­da era que tras clonar animales, el paso inmediato sería empezar a hacerlo con humanos. En medio de este furor, muchos sectores de la sociedad –para quienes la clonación

ANTES DE CLONAR A DOLLY SE HICIERON 277 INTENTOS.

representa­ba una ruptura ética grave– alzaron su voz en contra de la manipulaci­ón biológica, dando origen a un verdadero debate social. El doctor Wilmut dijo estar cansado de recibir quejas y mensajes de preocupaci­ón que le llegaban desde lugares como el Vaticano y hasta la Casa Blanca. Cuando nació Dolly, Clinton, que en esa época ocupaba el Despacho Oval, se comunicó de urgencia con la Comisión Nacional de Bioética para elaborar un plan de regulación de los usos de la clonación. “[La clonación de Dolly] suscita serios problemas éticos, en particular con relación al posible uso de esta tecnología para clonar embriones humanos”, declaró el presidente norteameri­cano. En Europa, Jacques Santer, líder de la Comisión Europea, convocó también a un grupo de expertos en ciencias, leyes, filosofía y teología para discutir las consecuenc­ias éticas de la clonación.

Mientras tanto, destacados científico­s como el ruso Lev Ernst, conocido en el campo de la ingeniería molecular, se declaraban a favor del avance de la ciencia: “La prohibició­n de la clonación es totalmente infundamen­tada y sólo pueden hacerla los diletantes”, dijo en una entrevista, “miles de clonados viven entre nosotros: me refiero a los gemelos univitelin­os, pero cada uno de ellos tiene su propio carácter. Es decir, que la clonación no es contra natura”, defendía el científico.

En la historia reciente de la medicina los tratamient­os de fertilizac­ión

in vitro, la congelació­n de los embriones humanos y la clonación de órganos como corazones, hígados y riñones (que todavía se encuentra en fase experiment­al) se enfrentaro­n a controvers­ias similares.

Sin embargo, a diferencia de estos, la clonación humana sigue siendo objeto de un rechazo muy grande dos décadas después. Los mayores recelos que concita la clonación de seres humanos tiene que ver con lo imprevisib­le de sus consecuenc­ias; se teme por ejemplo, que pueda llevar a mutaciones.

La evidencia de que la técnica es mucho más riesgosa de lo que se había predicho no ayuda a disipar esos miedos: la mayoría de los intentos de clonación en animales fallan, e incluso muchos de los clones que sobreviven a menudo sufren graves problemas cardiacos, pulmonares o del sistema inmune.

Hoy en día, más de un científico cree estar cerca de conseguir la clonación humana. En 2005, el surcoreano Woo-Suk Hwang anunció que lo había logrado, pero luego resultó ser un engaño. Lo cierto es que, al menos oficialmen­te, todavía no se ha conseguido siquiera clonar a un primate.

Cansados de contar ovejas

Un detalle que suele dejarse afuera en los relatos sobre Dolly es que el objetivo inicial del grupo de científico­s que la trajo a la vida, en realidad no era la clonación. Unos años antes de que naciera la oveja, el gobierno de Margaret Thatcher había hecho recortes importante­s en el presupuest­o que el Reino Unido destinaba a la investigac­ión científica. Por eso, el Instituto Roslin decidió concentrar­se en el siempre redituable sector agroalimen­tario.

Lo que buscaban era manipular los genes de los animales de granja para que se hicieran más resistente­s a las enfermedad­es y así hacerlos producir mejor carne, lana o leche. “Me quedaría muy sorprendid­o si funcionase, pero PPL [una compañía biotecnoló­gica británica] está pagando por los experiment­os, así que nosotros los hacemos”, comentó Wilmut a sus colaborado­res, según el artículo de la revista Nature. Así, el proyecto que culminó en Dolly comenzó como un intento por crear ovejas genéticame­nte modificada­s. “Dolly demostró que podíamos clonar un mamífero, pero la clonación no era el punto principal. La idea no era clonar un cordero perfecto y tener un montón de copias en las colinas. Lo importante no era hacer copias de ADN sino la posibilida­d de alterar ese ADN”, explicó el profesor Wilmut. Pero incluso con el objetivo de mejorar la reproducci­ón de animales, la clonación todavía se enfrentaba a muchos impediment­os: el procedimie­nto es costoso –supera los 11.000 dólares por animal– y las probabilid­ades de éxito son bajas. Para lograr clonar a Dolly, por ejemplo, se hicieron 277 intentos.

Ante estas dificultad­es, el interés de los científico­s por la clonación fue mermando y, lo que es más grave, también el de los inversioni­stas que los financiaba­n. La efervescen­cia inicial que provocó el fenómeno Dolly fue agotándose con el tiempo. Veinte años después de su nacimiento, el impacto que se creía que la clonación iba a tener en la medicina sigue haciéndose esperar.

Un mensaje en la página web del Instituto Roslin advierte que “ya no llevan a cabo investigac­iones relacionad­as con la clonación de animales”. Por su parte, el propio Wilmut dejó de contar ovejas: ahora investiga la generación de células embrionari­as humanas a partir de tejidos del propio paciente.

El 14 de febrero de 2003, Dolly tuvo que ser sacrificad­a. Había vivido seis años y medio –cuando la esperanza de vida de las ovejas es de 10 a 12– y tenido seis crías. Como síntomas de su envejecimi­ento prematuro, la oveja sufrió artritis y desarrolló una enfermedad pulmonar. ¿La ciencia se olvidó de ella? El Instituto Roslin comentó que “por el momento es difícil articular” cuál es el verdadero legado de Dolly. Sin embargo, no hay duda de que dejó su marca en la historia. •

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