La serpiente del Nilo
Hay mujeres que pasan a la historia porque su presencia fue providencial para su país, como Isabel la Católica, Juana de Arco y Catalina la Grande. Tal fue el caso de la reina Cleopatra de Egipto, a quien le tocó compartir batallas y amores con dos figuras legendarias de Roma: Julio César y Marco Antonio. Roma, por entonces, era el imperio más fuerte del mundo Occidental.
Con ellos guerreó, los sedujo, quizás los amó, y los perdió. Pues quien decidió su destino fue el hijo adoptivo de César –y legítimo heredero– Octavio, quien, aunque más joven que los anteriores, no se dejó seducir por los encantos de la reina.
Pero lo que marcó el destino de su país para siempre fue su muerte, ya que aquel Egipto magnífico, rico y diverso, pasó a ser desde entonces una provincia más del Imperio Romano.
Poco es en realidad lo que sabemos, a menos que lo hayamos estudiado, sobre esta reina, pero su vida, sus aventuras, sus logros, su inteligencia y su belleza han inspirados cuadros, obras de teatro, novelas y películas épicas a través de los siglos.
Si revisamos la historia de Egipto veremos que esta mujer, ya jefa de estado, tenía solo 18 años cuando conoció a Julio César. Era, indudablemente, muy bella, pero también era famosa por hablar muchos idiomas, por su conversación, su cultura y su inteligencia: entre otras disciplinas, conocía de literatura, aritmética, geometría, astronomía y medicina, además de historia, filosofía y matemáticas, aunque su fuerte era la política. Se dice que podía hablar con sus súbditos ya fueran hebreos, árabes, medos, sirios o partos, sin olvidar los etíopes. Su trato era famosamente seductor: sus gestos y ademanes, el sonido de su voz, al punto de que un historiador de la época comentó: “Platón reconoce cuatro formas
Sobre la vida de Cleopatra de Egipto es poco lo que sabemos, pero su astucia, su cultura y su belleza son proverbiales.
de seducción, pero ella conocía mil.”
Se supone que debía ser muy inteligente, cauta y astuta, pues sobrevivió en una corte que no la apreciaba y que constantemente trataba de librarse de ella. Cleopatra, nacida en el año 69 a.C. llegó a reinar por una serie de episodios de los que en parte fue responsable, pero no le resultó fácil mantenerse en el poder: el río Nilo se desbordó, las cosechas se perdieron y el pueblo moría de hambre. Roma mostraba ya las garras y en la corte su hermano confabulaba para raptarla. Consiguió huir a Siria, donde logró reunir un ejército y avanzó hacia su tierra.
Sabiendo que Julio César se presentaría para tratar temas de la dinastía –como había dejado constancia su tutor- se le ocurrió conseguir la protección de éste, y se valió de un truco muy novelesco: con servidores de confianza, se ocultó, desnuda, dentro de una alfombra enrollada que fue llevada ante el romano como un regalo de los cortesanos egipcios. César ya era un general maduro y quedó prendado de los encantos de aquella joven de 18 años que había empleado tal subterfugio para llegar a él.
A raíz de aquel encuentro, César decidió ayudar a la joven reina a conseguir el trono, se convirtió en su amante y tuvieron un hijo al que llamaron Cesarión.
Aunque todo parecía favorecer a la joven reina, el destino aún le deparaba muchos sobresaltos.
Sugerencias: 1) Buscar en Internet los cuadros de: Alma Tatema, Los jugadores de ajedrez; Bridgman, La proseción de Anubis; Pearce, C. S., La muerte del primogénito. En ellos podemos encontrar hermosas escenas de la vida cotidiana del Egipto de Cleopatra. 2) No privarnos de volver a ver –o de ver por primera vez–, la película Antonio y Cleopatra, con la magnífica Elizabeth Taylor y Richard Barton. •