LA ÉPICA MÁS GRANDE DEL MUNDO
Ninguna historia había provocado el fenómeno de masas a escala global de Juego de Tronos. Hace unas semanas, el brevísimo tráiler de su sexta y anteúltima temporada tuvo 61 millones de reproducciones en apenas unas horas. Barack Obama pedía sus capítulos por adelantado y el dueño de Facebook es capaz de cambiar reuniones estratégicas para no perderse sus emisiones. Detrás de toda esta locura está la figura de George R.R. Martin, un escritor con pinta de duende que se la pasó remando toda la vida y que a los 60 se convirtió en una estrella rockera de la literatura, cuando –a través de la televisión– el mundo descubrió una de las fantasías más grandes de todos los tiempos.
Una serie de personajes complejos y muchas de las veces sádicos desesperados por conquistar el poder en un mundo medieval que incluye dragones y zombis congelados, una buena dosis de sexo y escenas de violencia perturbadora son tan solo algunos de los elementos necesarios para resumir el combo que ha hecho de Game of Thrones (Juego de Tronos en español) la gallina de los huevos de oro de la cadena de televisión HBO. Desde el debut de su primera temporada, allá por 2011, hasta nuestros días, con el inminente estreno de la séptima y esperada penúltima entrega, esta serie fantástica inspirada en la saga Canción de
Hielo y Fuego del escritor George R. R. Martin ha conseguido, de la mano de una estrategia de marketing arrolladora, cosechar probablemente una de las masas críticas de televidentes más importantes de todos los tiempos. Repartidos en todas partes del mundo, los integrantes de este fandom han hecho del rechazo a los spoilers, el culto a la espera –entre temporadas, pero también entre capítulos-, y la generación permanente de teorías sobre el futuro de los integrantes de las casas nobles que se disputan el Trono de Hierro y que circulan a mansalva en internet, las bases más salientes de esta especie de religión aparte. Con un sinfín de portales web especializados y canales de YouTube administrados por sus propios fans, inventos disparatados que incluyen apps y algoritmos que intentan adivinar la suerte de los personajes y convenciones temáticas organizadas de manera regular en las capitales más importantes del planeta, la fiebre por Game of Thrones ha desembarcado incluso en la academia: diferentes universidades de Estados Unidos, Canadá y España imparten desde hace algún tiempo seminarios y cursos en los que se proponen analizar el trasfondo social de la serie más premiada de toda la historia.
Al interior de este séquito existe también una larga lista de seguidores de elite. Antes del inicio de la sexta temporada, el propio Barack Obama se comunicó con David Benioff y Dan Weiss, productores de la serie en cuestión, para pedir copias de los primeros capítulos antes de su estreno y Mark Zuckerberg confesó haber postergado la firma de un millonario acuerdo con Instagram para poder juntarse con sus amigos a ver un episodio. Madonna también expresó en una ocasión su pasión por la saga fantástica de Martin compartiendo en las redes sociales una fotografía suya disfrazada de Daenerys Targaryen, también conocida como la Madre de los Dragones y uno de los personajes femeninos más fuertes de la ficción.
Inspirado en Los Reyes Malditos, una novela un tanto desconocida que el escritor galo Maurice Droun escribió entre los años 50 y 70 y que refleja las batallas entre dinastías por quedarse con el trono francés a comienzos del siglo XIV, el libro de Martin que ha dado lugar a Game of
Thrones pone en escena el complejo entramado del poder y lo hace sin casarse con ningún personaje: cualquier fanático de la serie sabe que de nada sirve encariñarse con ellos. Todos pueden morir, de un episodio al otro, sin preámbulos y de las maneras más escalofriantes.
Después de haberse convertido en 2016 en la serie más pirateada por quinto año consecutivo, el 16 de julio la próxima temporada de
Game of Thrones (la segunda que no está basada en un libro porque Martin escribe muy lento y la serie ya lo pasó), llegará a la pantalla chica. Un dato que habla por sí solo: tan solo 24 horas después de su publicación, el tráiler de esta nueva entrega ya contaba con más de 61 millones de visualizaciones. Una comunidad que no deja de crecer y que sigue haciendo de cada estreno un ritual de escala global.
El padre del mito
“Westereos no es Disney”, decía George R. R. Martin en una entrevista con The New York Times hace un tiempo, un poco harto de las críticas que recibieron sus libros, y más tarde la serie a la que supervisó de cerca, por los pasajes de violencia sexual perpetrada contra las mujeres. Pero antes de ser el responsable detrás de uno de los productos culturales más populares de todos los tiempos, y por ende ubicarse en el ojo de la tormenta, el escritor tuvo un atípico camino a la fama.
A sus 21 años, el hombre que le dio vida al universo fantástico de los Siete Tronos ya había
EL HIELO Y EL FUEGO. En la página anterior, el rey bastardo Jon Snow. Aquí, Daenerys, la reina de los dragones. Hielo y fuego, el yin-yang de Juego de Tronos.
George R.R. Martin fue un escritor marginal durante buena parte de su vida. Su exitosa saga se inspira en las luchas por el trono francés del siglo XIV y en una extraña visión que el escritor tuvo en sueños.
>>>> conseguido, de la mano de una serie de cuentos cortos hacerse de un nombre en el circuito de la literatura de ciencia ficción. Pero The Armaggedon Rag, su cuarta novela inspirada en una banda de rock and roll, en lugar de ser el best-seller que se esperaba que fuera se convirtió una obra maldita que congeló durante varios años sus deseos de jugar en las grandes ligas y lo sumió en la quiebra financiera.
Para surfear la adversidad, y ante la negativa de las editoriales de apostar nuevamente por sus títulos, este originario de New Jersey se refugió en Hollywood como guionista de producciones televisivas menores. Allá fue donde el padre de Game of Thrones se empapó de los códigos dominantes de una industria que más tarde él mismo se encargaría de pervertir con elegancia y estilo. En esta misma época Martin tendría la revelación que se convertiría en el puntapié de la saga que haría de él una verdadera celebridad: un niño –Bran Stark– viendo a un hombre decapitado rodeado de lobos cachorros en medio de un paisaje nevado. Tres días más tarde, y sumido en una suerte de rapto de inspiración, Martin terminaba de escribir una versión muy similar a la del libro en la que se basó la primera temporada de Game of Thrones.
Recién con la publicación del tercer tomo empezarían a llover las propuestas para llevar la saga al cine. Una idea que Martin descartaría desde el vamos por la complejidad de plasmar, diría él mismo, en ese formato las múltiples tramas de su gigantesca epopeya histórica. Fue entonces cuando la cadena americana HBO –hacedora de sucesos televisivos de la envergadura de Los Sorpano y Sex and the City por solo mencionar algunos– echó toda la carne al asador haciéndole una oferta difícil de superar: la filmación de cada episodio no tendría límite de presupuesto y los deseos de Martin serían órdenes.
Martin conoció el sabor de la fama a sus 60 años, y quizás por ello es que no resulta extraño escucharlo por momentos decir que todavía tiene miedo de estar viviendo dentro de un sueño. La popularidad de Games of Thrones ha hecho de este amante de Tolkien una especie de estrella de rock literaria que es perseguida por los flashes, pero también a sol y a sombra por sus fans más extremistas que buscan persuadirlo para que deje de lado su vida social y se encierre a terminar el monstruo que ha creado.
Aunque goza de buena salud, el autor de Canción de Hielo y Fuego ya ha anunciado que en el caso de que su muerte sea tan inesperada como la de algunos de sus personajes, el secreto sobre el final de la saga está en buenas manos, ya que se ha encargado de revelárselo a los productores de la serie. Pase lo que pase, el mundo conocerá el epílogo de uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. Sacando a relucir la complejidad y ambición desmedida de sus criaturas, Martin ha construido una narración épica y completamente adictiva, incluso para los menos seriéfilos. Cualquier similitud con la realidad no es pura coincidencia. •