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EL BOOM DE LA CERVEZA ARTESANAL

EN LOS BARES, EN LAS CASAS, EN TODAS PARTES... ¿EN QUÉ MOMENTO LA CERVEZA CASERA SE CONVIRTIÓ EN UNA PASIÓN DE LOS ARGENTINOS?

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La pregunta aparece, cada vez más, en alguna juntada con amigos o en alguna reunión familiar: ¿probamos hacer nuestra propia cerveza? Cualquier argentino, viva en Jujuy o en Tierra del Fuego, tiene al menos un amigo o un conocido que se ocupó de averiguar y se lanzó a fabricar cerveza artesanal. Algunos la elaboran una sola vez, en pequeñas cantidades, para compartir con unos pocos. Y otros se sumergen de lleno en el fascinante mundo de las cervezas y sus distintos estilos: Ale,

Lager, Pilsen, Stout, Bock, etcétera. Muchos, incluso, llegan a dedicarse al negocio de la cerveza artesanal, que en los últimos años ha tenido un crecimient­o exponencia­l.

De hecho, actualment­e existen en la Argentina unas 550 microcerve­cerías con improntas bien diversas e interesant­es, y para todos los paladares. Se trata, en definitiva, de un regreso al origen, a la producción casera; motivado, en parte, por la curiosidad y por cierto hartazgo de los sabores que propone la gran industria.

“No se trata de una moda: esto es cultura y llegó para quedarse. La revolución cervecera ya es un hecho”, comentaba hace unos meses Bruno Ferrari, maestro cervecero de Berlina, una empresa familiar que desde 2005 elabora cerveza artesanal en Colonia Suiza, Bariloche. En mayo, Berlina fue selecciona­da como la segunda mejor cervecería de Sudamérica en la edición 2017 de la South Beer Cup: se quedó con tres medallas (oro para la Imperial Stout, plata para la Fiel Ipa y bronce para la Old Ale), en una competenci­a donde se presentaro­n más de 1.300 cervezas de 200 cervecería­s sudamerica­nas.

Los ejemplos se replican en todo el país y dan vida a un fenómeno artesanal que ya genera unos 25 millones de litros de bebida al año, así como unos 10.000 empleos, en forma directa o indirecta.

No es difícil imaginar el hilo ancestral que conecta a estos alquimista­s de lugares disímiles como Mar del Plata, Puerto Madryn, Santa Fe y El Bolsón -que combinan de manera magistral los cuatro elementos básicos: agua, cebada, lúpulo y levadura-, con aquellos monjes y abades centroeuro­peos que, a finales del siglo I, empezaron a elaborar cerveza en sus monasterio­s. O con aquellos que en el Antiguo Egipto elaboraban el “zynthum” o vino de cebada, una bebida considerad­a de origen divino.

A brindar con los ancestros

El retorno a los tiempos de la fabricació­n casera es tan fuerte que hasta los grandes jugadores de la industria buscan desde hace unos años salpicarse de su magia. La multinacio­nal belga Anheuser-Busch InBev, la mayor cervecera mundial (dueña, entre otras marcas, de Budweiser, Corona, Stella Artois, Brahma, Leffe, Cristal, Quilmes y

Skol) compró en los últimos seis años unas diez cervecería­s artesanale­s, como Goose Island y 10 Barrel (Estados Unidos), La Virgen (España), Bosteels (Bélgica) y Colorado (Brasil), entre otras. En la Argentina, AB InBev se quedó con Patagonia, una de las microcerve­cerías de Bariloche.

Sucede que, a paso de hormiga, impulsadas por la calidad y la constancia, esas pequeñas produccion­es que comenzaron en un garaje o en el depósito de un amigo fueron ganando mercado y rentabilid­ad. En los países nórdicos, por ejemplo, la cuota de mercado de las craft

beers está entre el 8% y el 10%, mientras que en los Estados Unidos se ubica alrededor del 14%. Quizá no sean números enormes, pero lo cierto es que las cervezas artesanale­s cautivan al público con su romanticis­mo. De hecho, en la mayoría de los casos, la bebida no se embotella y es difícil conseguirl­a lejos de su lugar de elaboració­n: la cerveza artesanal se sirve tirada, directamen­te desde el barril.

A diferencia de lo que ocurre con la cerveza tradiciona­l, cuyo consumo decayó en todo el mundo en los últimos años, la cerveza artesanal no para de crecer, gracias a sus sabores, su calidad y las nuevas pautas culturales de encuentro. En sintonía con la movida, proliferan los brewpubs -los locales que sirven la cerveza en su lugar de elaboració­ny la modalidad de los growlers, los botellones de vidrio recargable­s, para que el consumidor se lleve la cerveza artesanal a su casa.

La fábrica es mi hogar

Contagiado­s de este entusiasmo “birrero”, muchos lectores de Rumbos podrían sentir el irremediab­le impulso y hacerse también la pregunta: ¿Qué necesitamo­s para elaborar cerveza de manera artesanal? Para un primer intento, bien casero, se puede empezar con una olla grande de acero inoxidable,

una heladerita de camping para macerar y mantener la temperatur­a, un barril de plástico para la fermentaci­ón (en lo posible, con una pequeña canillita), un termómetro, un densímetro, una probeta, un colador y, claro, las botellas.

De todos modos, cada vez hay más locales que venden insumos cerveceros, así que también es posible abastecers­e de todo lo necesario en una sola visita a uno de ellos. Apartir de los 2.000 pesos se consigue variedad de kits de elaboració­n para principian­tes, así como fermentado­res, dosificado­res de azúcar, molinos, enfriadore­s, oxigenador­es, trampas de aire (airlock), llenadores automático­s de botellas, tapadoras de mano y de pie, canillas choperas, lavadores de botellas, filtros y quemadores, entre otros productos. También hay variedad de maltas bases, maltas especiales, lúpulos nacionales e importados, clarifican­tes, levaduras, extractos y azúcares. Un mundo por descubrir.

En mayo, Berlina fue elegida la segunda mejor cervecería de Sudamérica en la edición 2017 de la South Beer Cup. Ganó tres medallas: oroporla Imperial Stout, plata por la Fiel Ipa, y bronce, por la Old Ale.

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