Peregrinos de los jueves
A pesar de que lo parezca -por el título con que inicio la nota-, no se trata de un libro policial, ni de John Le Carré, ni de Graham Greene. Poco tiene que ver con la literatura, salvo que pensemos en Antropología
de la pobreza y Los hijos de Sánchez , de Oscar Lewis, o Los santos van al infierno, de Gilbert Cesbron. Es algo muy de las ciudades que transitamos todos los días: se trata de un pueblo oculto que deambula bajo los puentes, en portales oscuros, en ciertos recovecos que apenas distinguimos al pasar: sus habitantes configuran un mundo paralelo apenas entrevisto por el ciudadano común. El título va por ellos y por quienes los socorren. Silvia Vera lo dice en su libro Otra
Córdoba, donde trata este tema: el de los indigentes que viven en la calle, situación que se multiplica más allá de nuestras fronteras y más allá de nuestro continente: la Madre Teresa de Calcuta lo sabía.
Al leer el libro me impactó un poema con que la autora da voz a estas personas sin voz: Nadie me habla. Menos me tocan. Más me rehúyen, esquivan, evitan. No me conocen.
Hablamos de “los sin techo”, de aquellos que se guarecen bajo un cartón, que a veces conviven solidariamente con un perro; aquellos a los que no nos agrada mirar, porque en muchos de nosotros despiertan un sentimiento de culpa: criados dentro de las ideas cristianas, sabemos que sí somos responsables por el prójimo y tenemos la obligación moral de ayudarlos. No es tarea fácil; como dijo una amiga: “La compasión no está de moda.”
Silvia Vera es licenciada en Psicología, ha sido docente en la Universidad de Córdoba y “su preferencia laboral estuvo centrada en el trabajo congrupos,enelámbitodeladocencia
“Los sin techo”, aquellos que a veces conviven de manera solidaria con un perro; a los que no miramos por sentir culpa.
y en las cárceles”; el deseo de conocer otras formas de cultura, y compartir sus vivencias, la llevaron a escribir este libro.
Silvia colabora con un grupo de gente -estas asociaciones existen en todo el mundo- que se preocupa por los marginados sociales. Estas personas se llaman a sí mismas “los peregrinos”; Silvia pertenece al grupo que sale los jueves -de ahí el título de la nota- para llevarles cierto alivio: comida y abrigo en invierno.
Estas vidas que nos parecen incomprensibles, con toques de novela y de tragedia, expresan también la solidaridad que hay entre los desamparados: no es raro ver que comparten con otros aún más desvalidos el pequeño bienestar que los “peregrinos” les acercan, además de avisarles a estos si algún recién llegado “no ha salido en días", o si tiene niños acargo.
No salir implica que no han mendigado en la calle, en las puertas de las iglesias o cerca de un restaurant; que no han ido a buscar alimentos en la basura, en los contenedores de los supermercados, en algunos monasterios donde les dan una o dos comidas consistentes al día.
Con bastante trabajo, los peregrinos sostienen un refugio para acoger a los que están en peores condiciones, ya sea por edad o enfermedad. Conocer a algunos rescatados de este naufragio en que los sumió la sociedad u otras circunstancias, fue una lección de vida; pero aún me faltaba hablar con José, un viejito de 60 o 70 años: en cuanto le consiguieron un lugar en el Hogar, pidió que le enseñaran a leer y a escribir, pues siempre quiso ir al colegio. Y, según me dicen, lo está logrando.
Sugerencias: 1) Todos tenemos amigos que pertenecen a estas asociaciones que se sostienen con las donaciones privadas. Hagamos algo por ellos. 2) Una vez al mes, con otros amigos, donemos un alimento, ropa de abrigo, jabón, toallas. 3) Y aportemos libros: me los pidieron. •