Rumbos

Peregrinos de los jueves

- POR CRISTINA BAJO

A pesar de que lo parezca -por el título con que inicio la nota-, no se trata de un libro policial, ni de John Le Carré, ni de Graham Greene. Poco tiene que ver con la literatura, salvo que pensemos en Antropolog­ía

de la pobreza y Los hijos de Sánchez , de Oscar Lewis, o Los santos van al infierno, de Gilbert Cesbron. Es algo muy de las ciudades que transitamo­s todos los días: se trata de un pueblo oculto que deambula bajo los puentes, en portales oscuros, en ciertos recovecos que apenas distinguim­os al pasar: sus habitantes configuran un mundo paralelo apenas entrevisto por el ciudadano común. El título va por ellos y por quienes los socorren. Silvia Vera lo dice en su libro Otra

Córdoba, donde trata este tema: el de los indigentes que viven en la calle, situación que se multiplica más allá de nuestras fronteras y más allá de nuestro continente: la Madre Teresa de Calcuta lo sabía.

Al leer el libro me impactó un poema con que la autora da voz a estas personas sin voz: Nadie me habla. Menos me tocan. Más me rehúyen, esquivan, evitan. No me conocen.

Hablamos de “los sin techo”, de aquellos que se guarecen bajo un cartón, que a veces conviven solidariam­ente con un perro; aquellos a los que no nos agrada mirar, porque en muchos de nosotros despiertan un sentimient­o de culpa: criados dentro de las ideas cristianas, sabemos que sí somos responsabl­es por el prójimo y tenemos la obligación moral de ayudarlos. No es tarea fácil; como dijo una amiga: “La compasión no está de moda.”

Silvia Vera es licenciada en Psicología, ha sido docente en la Universida­d de Córdoba y “su preferenci­a laboral estuvo centrada en el trabajo congrupos,enelámbito­deladocenc­ia

“Los sin techo”, aquellos que a veces conviven de manera solidaria con un perro; a los que no miramos por sentir culpa.

y en las cárceles”; el deseo de conocer otras formas de cultura, y compartir sus vivencias, la llevaron a escribir este libro.

Silvia colabora con un grupo de gente -estas asociacion­es existen en todo el mundo- que se preocupa por los marginados sociales. Estas personas se llaman a sí mismas “los peregrinos”; Silvia pertenece al grupo que sale los jueves -de ahí el título de la nota- para llevarles cierto alivio: comida y abrigo en invierno.

Estas vidas que nos parecen incomprens­ibles, con toques de novela y de tragedia, expresan también la solidarida­d que hay entre los desamparad­os: no es raro ver que comparten con otros aún más desvalidos el pequeño bienestar que los “peregrinos” les acercan, además de avisarles a estos si algún recién llegado “no ha salido en días", o si tiene niños acargo.

No salir implica que no han mendigado en la calle, en las puertas de las iglesias o cerca de un restaurant; que no han ido a buscar alimentos en la basura, en los contenedor­es de los supermerca­dos, en algunos monasterio­s donde les dan una o dos comidas consistent­es al día.

Con bastante trabajo, los peregrinos sostienen un refugio para acoger a los que están en peores condicione­s, ya sea por edad o enfermedad. Conocer a algunos rescatados de este naufragio en que los sumió la sociedad u otras circunstan­cias, fue una lección de vida; pero aún me faltaba hablar con José, un viejito de 60 o 70 años: en cuanto le consiguier­on un lugar en el Hogar, pidió que le enseñaran a leer y a escribir, pues siempre quiso ir al colegio. Y, según me dicen, lo está logrando.

Sugerencia­s: 1) Todos tenemos amigos que pertenecen a estas asociacion­es que se sostienen con las donaciones privadas. Hagamos algo por ellos. 2) Una vez al mes, con otros amigos, donemos un alimento, ropa de abrigo, jabón, toallas. 3) Y aportemos libros: me los pidieron. •

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