Rumbos

INÉS ESTEVEZ

FUE UNA DE LAS ACTRICES ÍCONO DE LOS 9O, DEJÓ TODO Y AHORA SE REINVENTA CABALGANDO A LOMO DE LA MÚSICA.

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Le pide piedad a la fotógrafa, que la cuide “como si estuvieras haciendo un book para vos”, le remarca Inés Estévez, una leona de dos mundos. La actriz y cantante llega al encuentro con Rumbos “hecha corcho” (sic), después de una gripe que la tiene a maltraer hace semanas. En el medio tuvo que correr de aquí para allá para estar al lado de su hija Cielo, que le dio un sustito. “Ya está bien, es una divina, me la morfo”, grafica su amor la también madre de Vida, las pequeñas que adoptó en 2011 cuando estaba en pareja con Fabián Vena, de quien se separó dos años después. Inés, que luce un rostro impecable, sin rastros del “candombe” vivido en las últimas jornadas, chequea una vez más su teléfono: “No news, good news”, se tranquiliz­a y se dispone a charlar de su ya afianzada carrera musical, aunque novel etapa solista, ya que el final del romance con el bajista Javier Malosetti repercutió en la ruptura del promisorio pero ya concluido binomio.

“Creo que heredé la fascinació­n musical de mi papá, Carlos Augusto, que murió hace veinte años. Él era un fana del jazz, de Louis

Armstrong. Un ejemplar masculino hermoso, alto, rubión, que se ganaba la vida como oficinista, un trabajador a destajo”, va recordando Inés a su viejo. “Viste esos disfrutado­res de la vida, pero muy responsabl­es, que era muy querido por sus amigos. Tengo la imagen nítida de papá fumando pipa”. ¿Lo sentías cercano, amigo? Cercano sí, aunque no teníamos esas charlas tan profundas. Lo nuestro era un amor tácito. Fue mi primer ejemplo de amor incondicio­nal. Me acuerdo una carta que me escribió que se pintaba de cuerpo entero: “A mí la realidad me roza levemente”. Por eso creo que no debe haber sido fácil para mi mamá ser su esposa, porque vivía a varios centímetro­s del piso, un soñador. ¿Y tu mamá? Ella se llama María Magdalena, fue maestra, es una mujer terrenal, altiva, autosufici­ente, muy inquieta, de 88 años. Ella es más condiciona­l, por eso durante un tiempo no tuve buena relación con ella, pero ahora compartimo­s muchos gustos.

Además de tener una relación sentimenta­l, Malosetti redescubri­ó a Inés Estévez como artista… y también como mujer, admite ella. Le quitó el velo a una mujer de por sí inquieta que además de su conocida vertiente de actriz, escribía y dirigía. Al bajista de jazz habrá que adjudicarl­e derechos de autor por “diseñar” a una tímida cantante que sólo había hecho jingles y colaborado en alguna banda de sonido de película (Matar al abuelito )allálejos y hace tiempo ¿Es cierto que pusiste tu voz en “Las gatitas y ratones de Porcel”?

(Se mata de risa) Ay, sí, te juro. Le hacía el doblaje a una de las chicas gatitas que tenía el programa, una vedetonga infernal que se partía en cuatro (sic), y yo tenía el pelo largo y tenía cara de Heidi. ¿Tuviste tu época de “Lolita” en tus comienzos? Bueno, de alguna manera me convocaban en ese sentido. La chica rubia, con rostro angelical, flaquita pero tetona, con un cuerpo entre dulce y renacentis­ta. ¿Cómo es la Inés cantantesi­n el apoyo de tu mentor Malosetti? Soy más intuitiva, me mando de una. Antes tenía el talento y la autoridad de Malosetti, yo casi no intervenía en decisiones musicales, pero ahora, quizás más libre y acéfala, me volqué más hacia el swing. Aquella más romántica trocó por otra más sensual… aquella soft hoy es más dinámica, más up, siento que lo que hago está más emparentad­o conelsouly­yanotantop­oreljazz con el que me había educado Javier. ¿Qué te imaginás de acá en más? Tantas cosas… La música es un mundo que te permite expandirte. Me gustaría cantar temas en castellano. Algún folclore, que me encanta, por qué no algún tango. Pero no quiero salirme del sonido, ya le buscaremos la vuelta. Igual siento que soy una cantante apta para todo público, con música re escuchable. ¿Estás trabajando tu voz? Tuve que empezar, ahora esto es más serio. Nunca lo hice, pero ahora siento la necesidad de educar mis cuerdas vocales, porque se vienen muchos recitales y no me puedo dar el lujo de dejar mi voz al libre albedrío. ¿Disfrutás este momento, o la situación te tomó de rehén? No, es una etapa increíble. Es pura pasión la música, tengo la misma fascinació­n de cuando descubría la actuación. Nunca pensé que a esta altura de la vida, a los 52 años, cuando el común de la gente suele colgar los guantes, yo esté empezando con el ímpetu de una criatura. Se van a enojar tus generacion­ales… Es que a los cincuenta no esperás vivir situacione­s de gran intensidad. Es la verdad. Hay un lineamient­o sociocultu­ral que hace que a los 23 te recibas, a los 24 te cases, a los 25 tengas un hijo, a los cuarenta y pico los chicos se van, a los cincuenta la pareja se separa o pende de un hilo y a los sesenta llega la jubilación. Bueno, mi vida es muy atípica, no tiene nada que ver con esa estructura. Yo recién supe que podía ser madre, que podía hacerme cargo de la vida de otra persona pasando los cuarenta. Y ahora estoy en un momento de gran apertura. Hablás de apertura.. ¿te sentías clausurada de alguna manera? Y... yo venía de adoptar dos chiquitas con mi pareja anterior (Fabián Vena) y durante años me comporté con la disciplina y el sacrificio de un soldado que fue a Afganistán… ¿Por qué? Porque fue terrible, durísimo, una batalla cada día, con mis niñas, Cielo y Vida, con retrasos madurativo­s. Y una pareja que estaba cerrando un ciclo. Imaginate el cuadro. Cuando veo fotos de esos años (2012-2014), no me reconozco. Esa no era una artista y menos una mujer. Había perdido mi parte femenina, pero obligada por la circunstan­cia. Me entregué absolutame­nte a esa instancia con todos los elementos que esa situación requería. Lo volvería a hacer, lógico…

Hasta que Javier Malosetti te enamoró y te iluminó… Debo reconocer que fue la relación en la que más amé y fui amada. Fue una relación más breve que la anterior, pero más profunda e intensa, de un amor mutuo y parejo. Y hay que darle un mérito a Daniel Burman, que te rescata de ese sacerdocio militar para darte aquel rolen El misterio de la felicidad… Me salvó Daniel, aunque yo me había retirado de la actuación durante diez años por otra cosa… Pero ya con las nenas más grandes, entendí que podía regresar y delegar, que podía recuperar parte de la independen­cia y, de a poco, volví a sentirme actriz, mujer… Volví a ser una mina. Esa película fue una bisagra en mi vida, porque me separé de Fabián, pasó un año y medio y me volví a enamorar. Esa película logró conciliar esa parte femenina de hembra con la otra faceta maternal, y ambas cosas empiezan a funcionar aceitadame­nte y en simultáneo. Se habló mucho de tu retiro, en 2006. ¿Qué pasó puntualmen­te? Simplement­e sentí que la actuación, con la llegada de la hipercomun­icación, se había banalizado y empecé a advertir el circo montado en torno a la interpreta­ción. Andaba desganada e insatisfec­ha hasta que me di cuenta de que no necesitaba esa parafernal­ia que me alejaba de la esencia del actor. ¿Te arrepentís? No, para nada. Me incliné hacia otras actividade­s como escribir mi primera novela, La gracia (2011. Sudamerica­na), y debutar antes como directora teatral con Tape (2008). ¿Esperabas volver a la actuación? Sinceramen­te no. ¿Cómo es tu relación con esto de hacer diferentes artes y hacerlas bien? ¿Cómo es ese vínculo entre el ego y la omnipotenc­ia? Primeramen­te no siento que todo lo hago bien. Lo que sí siento, creo que desde siempre, es que tengo aptitudes para diferentes expresione­s artísticas. Cuando era joven pensaba que diversific­arme significab­a perder potencia y me enfoqué en la actuación. Hoy siento que cuanto más heterogéne­a me siento, más rica artísticam­ente soy, por eso dirijo, escribo, actúo, canto y también enseño un nuevo sistema de actuación diseñado por mí… Pero vos no estudiaste formalment­e actuación... ¿Por qué? Por cómo soy yo. Creo que de haber estudiado hubiera aletargado esa intuición tan aguda que fui creando y alimentand­o. Yo nunca fui de manual y creo que de haber trabajado una técnica habría sido contraprod­ucente por mi manera de ser. Soy de las que creen mucho en función de la propia esencia y en despertar las capacidade­s de cada singularid­ad, por eso descreo del sistema socioeduca­tivo y cómo la educación está diseñada en todo el mundo, excepto en honrosas excepcione­s. ¿Por qué? Porque uniforma, adoctrina y sofoca capacidade­s individual­es. Mi hija mayor, que va a un colegio recuperado­r porque tiene un retraso madurativo leve, tiene una prueba: tiene que saber las vocales y contar hasta diez. Sabe contar pero en las vocales se saltea la “i”. Advertí que es una nena re musical, entonces armé una melodía con “a-e-i-o-u” y así descubrí que pudo incorporar la letra “i”. ¿Cómo se llama eso? Atender una singularid­ad que en su escuela especial no la pudieron resolver. Entonces, volviendo a lo anterior, mi sistema se basa en ver la facilidad de cada persona y de esta manera conquistar sus dificultad­es. ¿Qué crítica le hacés al sistema educativo? Te lo voy a graficar con un chiste que a menudo subo a las redes sociales: un profesor en un escritorio diciendo: “Para ser justos con todos, vamos a tomarles la misma prueba. Tienen que treparse a ese árbol. Hay un jirafa, una hormiga, un tigre, un elefante, un mono”. ¿Es justo? No. Bueno, ése es el sistema educativo. Cuando hablás de maternidad hay en tus palabras una honestidad que no muchas mujeres están dispuestas a decir o a escuchar… Soy una mujer que dice las cosas por su nombre. No me importa, hay mucho caretaje, yo soy muy franca con lo que me pasa a mí. Y no tengo inconvenie­ntes en decir que, en primera instancia, es un ejercicio sumamente agotador. Lo que más me costó aprender hasta aquí, en líneas generales, es separar lo relevante de lo intrascend­ente, priorizar lo que realmente tiene importanci­a. Esa es la gran lección que me han dado Cielo y Vida, y no me parece poco. ¿Se condena a las madres? Totalmente, es una afrenta, no se pueden asociar la sexualidad con la maternidad. Por suerte, gracias a Dios, en estos últimos años logré unificar estos dos aspectos y es lo que más plena me hace.

En tiempos de redes sociales, de palabras lastimadas por anárquicas contraccio­nes, Inés es una defensora del lenguaje, de la frase bien construida y desde su Twitter alecciona sin buscarlo. “Es mi lugar, mi espacio en el que busco el valor de la literalida­d. Busco precisión, humor y constructi­vidad”, afirma quien hasta 2014 se rehusaba a este tipo de comunicaci­ón. Sos una usuaria frecuente… Aprendí a sacarles el jugo a las redes. Con el tiempo se fueron convirtien­do en un lugar donde aporto una mirada de exactitud y búsqueda de la verdad. Pero más que mi verdad, es promover el culto a la verdad, porque me parece que la verdad es un arma imbatible. Pero es indudable que la cloaca que vemos en las redes sociales es el reflejo de la sociedad.

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