Rumbos

Ordenados Vs. desordenad­os

La montaña de ropa sobre la silla, los cubiertos prolijitos en el cajón. Los papeles desbordand­o el escritorio, los tuppers y mandarinas alineados en la heladera. ¿Es posible ponernos de acuerdo sobre algo tan interno y a la vez social como el orden? ¿Qui

- POR SOL PERALTA ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Primero fue el caos. Así parece, porque todos comenzamos la vida sin ningún sentido del orden; pero con el correr de los años, vamos adquiriend­o hábitos del entorno. Comienzan por lo más simple, como el baño que recibe el bebé cada noche a la misma hora y la forma en que están dispuestos los juguetes dentro del cuarto. Desde pequeños, vamos incorporan­do la idea de que ese gesto repetido tiene mucho valor, para luego generar nuestros propios rituales y pautas de orden. Y la palabra clave aquí es “propios”: por eso es tan complicado compatibil­izar nuestras costumbres con los demás. En este proceso, para algunos prevalece la seguridad que aporta un ambiente bien acomodado, mientras que otros se sienten mejor con la libertad del desorden.

“En el medio de mi caos yo me entiendo”, cuenta Cecilia. “Mis lugares de trabajo, en general, son desordenad­os, igual que mi cartera y mi computador­a, pero en realidad tienen una lógica. Cuando alguien los acomoda siento que pierdo cosas”, describe, dando cuenta de una impresión que tenemos muchos cuando otro se ocupa de guardar nuestras cosas.

En cambio, para Valeria, mantener el orden es la mejor forma de minimizar el caos cotidiano: “Como uno vive con responsabi­lidades y muchas cuestiones pendientes, necesito tener todo ordenado para saber por dónde arrancar. Cuando cada cosa está en su lugar, se me hace más sencilla la vida. Hace poco cambié de trabajo y esta forma de manejarme me evita demorar más para terminar las tareas que estoy aprendiend­o”.

Lo cierto es que vivimos en permanente tensión entre el deseo de libertad y espontanei­dad y las reglas del mundo y, en medio de ese tironeo, inventamos distintas soluciones para los problemas cotidianos.

“La incorporac­ión de pautas externas es el precio que pagamos por la socializac­ión, pero no todos están dispuestos a acatarlas del mismo modo”, explica el psiquiatra y psicoanali­sta Pedro Horvat.

¿Cuándo hay que hacer un esfuerzo por cambiar nuestra forma de ser? Es muy simple: cuando obstaculiz­a la convivenci­a amorosa, familiar o laboral, ya que en cualquier relación hay una tolerancia básica, pero también se ponen límites.

Desde afuera parece fácil que el desordenad­o se acomode cuando otro se lo pide, porque en el fondo no es tanto trabajo; del mismo modo que el ordenado podría tranquilam­ente desenvolve­rse en un espacio medio caótico, ya que las cosas terminan apareciend­o. Pero el mar de fondo hace que no podamos tomarnos todo esto con calma.

“Cuando una persona inteligent­e se pelea por alguna estupidez, es porque detrás hay algún motivo importante”, asegura Horvat. Entonces, una discusión sobre la posición de las almohadas en la cama,

en el fondo es una disputa entre quien defiende su orden interno y quien quiere que prevalezca su libre albedrío. Por eso, estos “detalles menores” a veces se defienden con mucha fuerza y duele tanto que el otro no los tenga en cuenta o pretenda que sigamos sus reglas. El peso que tienen estas diferencia­s depende “de la madurez de cada pareja y de cuánto abarquen las diferencia­s, porque si aparecen en cada momento, día a día, los problemas serán inevitable­s”, admite Horvat. El médico psiquiatra y terapeuta cognitivo Pablo Hirsch, autor del libro Inteligenc­ia para el bienestar, llama la atención sobre un aspecto clave: “Hay que diferencia­r el orden de la organizaci­ón, porque hay gente que mentalment­e es muy organizada pero tiene su lugar de trabajo hecho un lío”.

Entonces, queda claro que los cajones revueltos no tienen relación con la llegada tarde al dentista, haberse perdido un tren o manejar con el registro vencido. Se puede ser muy desorganiz­ado pero prolijo, así como muy ordenado y despistado. En este punto es interesant­e resaltar una relación que encuentran los especialis­tas entre el desorden y la creativida­d: “La creativida­d, en general, necesita libertad y desproliji­dad para atravesar lo conocido y encontrar caminos nuevos”, afirma Horvat. Mientras que Hirsch resalta que “a diferencia de quienes crean soluciones para un problema existente, el innovador que inventa una idea nueva, suele ser indiscipli­nado en el mejor sentido: pueden trabajar muy bien en un ambiente caótico”.

Por su parte, los del “otro equipo” suelen tener personalid­ades más estructura­das y pueden ponerse obsesivos con algunos temas menores. También son menos elásticos con los cambios y suelen sufrir cuando se mudan o deben viajar por trabajo. “Una forma de mitigar esto es ir flexibiliz­ando hábitos simples, como la ruta para ir a la oficina, comprar comida en lugares nuevos y sumar lecturas distintas”, sugiere Hirsch; “mientras que ante algunas coyunturas extremas conviene generar un recurso que funcione como anclaje con el orden habitual, como viajar con tu propia computador­a”.

En definitiva, lo importante es analizar qué costo tiene mantener ciertos rituales, para saber si vale la pena intentar modificarl­os. Cuando alguien padece las críticas del resto y siente que no está a la altura de las exigencias, puede venirle bien sumar cierto orden, a diferencia de quien percibe divertido ser desordenad­o y lo experiment­a como parte de su identidad. •

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