Abrirnos a lo nuevo
Es verdad que lo conocido, lo frecuente, nos permite cierto grado de confort. Sabemos cómo movernos en situaciones que nos son conocidas, por lo cual estas van requiriendo de menor esfuerzo. De hecho, el cerebro de los seres humanos incorpora conocimiento y acumula experiencia, creando conexiones neuronales y tendiendo a utilizar aquellas conexiones ya establecidas. Lo nuevo, en cambio, genera un desafío, incomodidad, cierto desequilibrio. Pareciera entonces que lo que es habitual, lo ya aprendido, lo repetido cotidianamente sin esfuerzo, sería lo conveniente. Pero ¿en verdad es así? Por supuesto que no.
En diferentes áreas de nuestra vida puede que existan estas zonas de confort, ciertas conductas que repetimos sin tener que reparar en ellas, determinados vínculos que mantenemos sin cuestionarnos si son beneficiosos o no, actividades que día tras día llevamos a cabo prácticamente de memoria pero sin preguntarnos si en verdad deseamos realizarlas. Puede que llevemos años trabajando en un mismo empleo, años con la misma pareja, años viviendo de la misma manera. No importa si nos agrada o no. Es lo que conocemos, lo que no causa esfuerzo, aquello a lo que aprendimos a resignarnos, lo que nos asegura el confort de vivir en piloto automático.
¿Qué sucedería con un actor que, por no salir de su zona de confort, siempre representara el mismo papel? Sin duda llevará a cabo ese papel a la perfección, pero estará condenado a hacer siempre el mismo personaje. Para poder crecer en su profesión, es necesario que sea versátil: cada vez que intente un nuevo rol, deberá aprenderlo. Esto significa que deberá abandonar su zona de confort (el papel conocido), desafiar el desequilibrio que implica lo desconocido y reequilibrarse al asimilar un nuevo rol. Definitivamente, para poder abrirse a lo nuevo y aprender, es requisito arriesgarse. Y no se puede crecer sin incorporar nuevos conocimientos. Sin embargo, de lo que estamos hablando no es solo de aprendizaje, sino incluso de mejorar en diferentes aspectos de nuestra vida. Es decir que, para poder estar mejor, muchas veces necesitamos empeorar previamente. Como diría el refrán, no es posible hacer una tortilla sin antes romper algunos huevos.
Debemos tener presente que todo aprendizaje, crecimiento, evolución, es posible solo si nos abrimos a lo nuevo. Desde luego, tendemos a movernos en zonas conocidas, por lo que todo cambio genera una resistencia inconsciente. Pero dicha resistencia puede superarse si nos cuestionamos cuál es el verdadero lugar que estamos ocupando y de cuál es ese otro lugar que nos gustaría ocupar. Recuerda que, en la incertidumbre de un intento por superarte, es donde reside la única posibilidad de mejorar. •