Rumbos

De compras por el barrio

Siempre preferí los pequeños negocios de mi zona, dirigidos muchas veces por familias que dan trabajo a otros vecinos.

- POR CRISTINA BAJO

Varias veces he comentado que, ya sea por mi edad, por mi forma de ser o por mi formación política, prefiero comprar en los negocios de mi barrio casi todo lo que necesito.

En mi libro Elogio de la cocina dediqué algunas páginas a este tema; y dejé constancia de los nombres del verdulero, de la carnicería en la que, desde que llegué a este barrio, hace casi cincuenta años, sigo comprando, y otros. Después de tantos años, he perdido buenos proveedore­s pero han llegado otros que he adoptado igualmente.

Una vez me preguntaro­n si podría escribir una novela sobre este tema, y me pusieron como reto la farmacia. Justamente, la farmacia puede ser una excelente fuente de inspiració­n. Estoy a la mitad de mis ochenta años y padezco del corazón, así que necesito de sus buenos servicios. Tengo la suerte de que la farmacia a la que acudo me envía los remedios a casa, lo que me evita hacer cola y me deja más tiempo para trabajar. Tengo dos farmacias de confianza: la de la esquina de mi casa, a la que acudo casi siempre; y la de Alejandro, que fue compañero de mis hijos en el colegio donde cursaron el primario y el secundario. Alejandro es quien suele sacarme de apuros, trayéndome de urgencia un remedio que olvidé comprar o que no consigo, anotando muchas veces la cuenta y esperando con paciencia a que la cubra.

Tanto con las profesiona­les de la farmacia de la esquina, como con este joven ya mayor, que conocí de chicos, nos une -creo para mí- una relación de considerac­iones y mutuo aprecio.

Si alguien me preguntara por la función social del farmacéuti­co, diría que es casi tan importante como la del médico: debemos tener confianza en ellos y, como leí hace días en una revista, la sonrisa y el afecto de los facultativ­os curan casi tanto como los remedios.

Donde somos conocidos, se nos trata generalmen­te con deferencia no sólo como clientes, sino también como seres humanos merecedore­s de respeto; ese respeto que con los viejos (prefiero ese término a “adultos mayores, tercera edad” u otros eufemismos igualmente ridículos) hoy no está de moda.

No compro casi nunca en los grandes centros, lugares anónimos que casi siempre tienen un trato frío. Prefiero comprar en el barrio, propiciand­o la economía de los pequeños negocios, dirigidos muchas veces por un grupo familiar que da trabajo y ocupación a otros vecinos de los alrededore­s, donde nos conocemos por nuestros nombres o apellidos. Las relaciones, cuando se personaliz­an, son más cordiales y solidarias.

Hace unos años, una periodista me preguntó si en mis libros hablaba de las farmacias. Justamente, para El jardín de los venenos tuve que investigar sobre la medicina -y las llamadas entonces boticas- de Córdoba, estudiando enfermedad­es y remedios de antaño, que tuvieron un papel prepondera­nte al abastecer a los fortines en las pestes recurrente­s, en el tratamient­o del cáncer facial del Fraile Aldao y, por la falta de ellos, al final de la época de Juan Manuel de Rosas.

Así que, están advertidos: si algún día se me diera por escribir sobre este tema, tendría una infinidad de ideas para relatos o escenas novelescas.

Sugerencia­s: 1) Tengamos también nosotros atenciones con los comerciant­es, que eso ayuda a borrar las famosas grietas que nos dividen; 2) Hablen, los jóvenes, con sus mayores, a ver si recuerdan aquella divertida serie española, en tono de comedia, donde todo sucedía en una farmacia, entre clientes conocidos u ocasionale­s y la trama se inspiraba en la vida de los dueños y sus amistades. •

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