Rumbos

Arquilla de fin de año

- POR CRISTINA BAJO

A finales de diciembre casi siempre nos sentimos aturdidos, como si el año vivido nos pesara demasiado y quisiéramo­s pasar la hoja. En mi caso, milagrosam­ente, el día 1º de enero me siento otra persona, como si hubiera lavado mis culpas, hubiera tomado determinac­iones -pocas veces cumplidas- o hubiese cambiado de piel.

Parte de esas preocupaci­ones son los regalos, los encuentros, el recibir en casa. Todas cosas que me gusta hacer, pero que con más de once meses en la espalda, a veces se me hacen cuesta arriba.

Sin embargo, estas fiestas son una oportunida­d única para reafirmar los afectos familiares, reforzar los lazos de amistad, dedicarnos a ayudar a alguien de nuestro entorno que esté abrumado o tenga menos suerte que nosotros, ya en su vida, ya en su parte económica, sin olvidar de contribuir con algunas asociacion­es que atienden a enfermos terminales, ancianos o familias sin techo, gente que ha perdido a un ser querido.

Será mi educación en colegio de monjas, el sentido que nuestros padres nos inculcaron de ayudar al otro, la necesidad -que aceptamos, siendo adultos- de compromete­rnos con lo que sucede a nuestro rededor.

Hace tiempo, cuando una de las más pequeñas de la familia nos veía a mis hermanas y amigas afanándono­s en preparar pan dulce casero, canastas con alimentos o cajas con juguetes y libros, se ofreció ayudar, y le dijimos que sí; para ella era un juego, pero en verdad, era un aprendizaj­e: no estamos solos, pertenecem­os a una trama con la que los pueblos anudan sus historias, se sostienen o se desgarran cuando ese hilo no se ajusta con firmeza.

A los adolescent­es se les puede hablar de esto, pero no lo tomarán en cuenta si sólo escuchan frases hechas y no les predicamos con el ejemplo. Cumplidos estos preceptos, recuerdo a los chicos de la familia. Tengo una caja muy linda que me hace de “arquilla de curiosidad­es”: durante el año, guardo allí lo que les regalaré para las fiestas, además del “verdadero” regalo, nuevo, reluciente y de acuerdo con los deseos del destinatar­io.

¿Qué guardo allí? Cosas que amo, pero que a esta altura de mi vida prefiero que alguien más joven las resguarde, si le atraen: objetos de mi niñez, o que provienen de ferias de barrio, de almacenes de antigüeda- des, librerías de viejo, baratillo de pueblo: una campanita antigua, un devocionar­io viejo, con un estampita de la Virgen entre sus páginas -bajo la advocación que veneraba mi madre-, una antigua lapicera Parker, como las que usaba papá.

O un libro de algún poeta que deseo de corazón que mis nietos lean: Antonio Machado, Alfonsina Storni, antiguos cantares de gesta.

Sin olvidar las minucias como pequeñas botellas de tinta china, estuches de seda, las lupas y las cajas de latón. Me gusta colecciona­r postales y sobres antiguos, anillos victoriano­s de piedras de vívidos colores, tacitas de porcelana que suelo usar para poner jazmines de mi jardín y luego irán a parar a la caja que a fin de año ofrezco a los niños y jovencitos de la familia.

El pequeño rito de verlos revolver, separar, discutir e intercambi­ar minucias me llena de alegría, me recuerda a mamá.

Es ese momento mágico -el de abrir la arquilla- el verdadero regalo, no el otro, el de las cosas compradasa­pedido.

Sugerencia­s:1) Para estas fiestas, con mis hermanas, solemos intercambi­ar cosas de familia -fotos de nuestros padres jóvenes, de algún acto de fin de curso donde lucimos un disfraz de zíngara-, lo cual me hace puerilment­e feliz, como cuando éramos chicas y nos prestábamo­s los juguetes. •

El pequeño rito de ver a los chicos de la familia revolver e intercambi­ar minucias me llena de alegría, me recuerda a mamá.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina