Un amor a destiempo
La conozco desde mi infancia, aunque soy mayor que ella. Su padre murió siendo un hombre joven y su madre salió a trabajar, sin estar preparada, para mantener a la familia: eran varios niños, y la menor apenas llegaba al año. Ella, adolescente, se hizo cargo de la casa, y mientras estudiaba y hacía de madre y maestra de sus hermanos.
Se enamoró siendo muy joven y luego de varios años de noviazgo, se casó con el hombre que creyó sería el amor de su vida. Sufrió muchas desilusiones, pero nunca la oí quejarse. Tenía un innato sentido del trabajo y de las inversiones, y así sacó su hogar adelante, crió a sus hijas, les dio estudio, siguió ayudando a sus hermanos mientras la necesitaron y se constituyó en una proveedora natural de dinero y apoyo, sin descuidar sus negocios ni olvidar los afectos.
Vino la separación, tuvo que comenzar de nuevo, pero nunca la oí quejarse. Años después, el que fuera su marido enfermó gravemente y ella lo ayudó en cuanto pudo. ¿Una santa, dirán? No, sólo una buena persona, encantadora, buenamoza hasta hoy, ya entrada en los setenta, que jamás rehuyó ningún compromiso parental, y tampoco humano, como lo muestran los trabajos comunitarios en los que participa.
Ahora dirige un negocio familiar que se desenv uelve muy bien. Suele traerme, cuando nos encontramos, unas delicias de panadería que me encantan y siempre me hace una torta moca para mi cumpleaños.
Estos últimos meses no nos veíamos, pues tuve un año lleno de compromisos y presentaciones, esas cosas lindas que suceden cuando publicamos un libro. Aun así, suelo escribirle a las tres de la mañana un mail, invitándola a cenar con amigos para hablar de las cosas que nos gustan o nos duelen.
Hace dos semanas, me avisó que vendría a tomar el té y fue grato encontrarnos después de varios meses; la vi tan linda, que le hice un chiste, como de viejas que están más allá del bien y del mal: “¿No será que estás de novia?”
Para mi sorpresa me respondió: “Sí. ¿Cómo lo adivinaste?” Yo no tenía ni la menor idea de esto, reconocí que sólo era un chiste, y entonces me contó que en esta asociación a la que pertenece y donde ella ha impulsado, con otros amigos, varios proyectos de salud y medicina, había conocido a un señor mayor -de mi edad, o sea, ochenta años- que colaboraba en sus emprendimientos sociales. Aquella amistad, con el tiempo había terminado en una relación de afecto.
Suelo temblarles a estos amores, porque muchas veces he visto que terminan de mala manera, entre mentiras y abusos de confianza; lo que suele pasar cuando uno de los componentes de la pareja es una persona desconocida para el grupo de amigos, y donde primaban sentimientos más mediocres y a veces hasta mercenarios.
En este caso, por suerte, ambos conocen a sus respectivas familias, el lugar donde habitan, sus medios de vida; comparten amigos y quehaceres, tienen gustos afines.
Y a medida que la oía hablar, tan feliz con este presente que escondieron un tiempo para “no dar que hablar, ni prestarse comentarios” -cosa que, para nuestra generación, era importante-, me sentí feliz al oírla planear un crucero a lugares lejanos, los libros que leerán juntos, la primera palabra que oirán a la mañana y la última de la noche en la voz del otro.
Sugerencias: 1) Siempre aconsejamos a los jóvenes que tengan cuidado con las relaciones que traban, angustiados por las cosas terribles que suceden. 2) Pidamos la misma prudencia a los adultos que viven solos, pero apoyémoslos si un nuevo amigo aparece en su puerta. •
“La vi tan linda, que le hice un chiste, como de viejas que están más allá del bien y del mal: “¿No será que estás de novia?”.