Rumbos

Un amor a destiempo

- POR CRISTINA BAJO

La conozco desde mi infancia, aunque soy mayor que ella. Su padre murió siendo un hombre joven y su madre salió a trabajar, sin estar preparada, para mantener a la familia: eran varios niños, y la menor apenas llegaba al año. Ella, adolescent­e, se hizo cargo de la casa, y mientras estudiaba y hacía de madre y maestra de sus hermanos.

Se enamoró siendo muy joven y luego de varios años de noviazgo, se casó con el hombre que creyó sería el amor de su vida. Sufrió muchas desilusion­es, pero nunca la oí quejarse. Tenía un innato sentido del trabajo y de las inversione­s, y así sacó su hogar adelante, crió a sus hijas, les dio estudio, siguió ayudando a sus hermanos mientras la necesitaro­n y se constituyó en una proveedora natural de dinero y apoyo, sin descuidar sus negocios ni olvidar los afectos.

Vino la separación, tuvo que comenzar de nuevo, pero nunca la oí quejarse. Años después, el que fuera su marido enfermó gravemente y ella lo ayudó en cuanto pudo. ¿Una santa, dirán? No, sólo una buena persona, encantador­a, buenamoza hasta hoy, ya entrada en los setenta, que jamás rehuyó ningún compromiso parental, y tampoco humano, como lo muestran los trabajos comunitari­os en los que participa.

Ahora dirige un negocio familiar que se desenv uelve muy bien. Suele traerme, cuando nos encontramo­s, unas delicias de panadería que me encantan y siempre me hace una torta moca para mi cumpleaños.

Estos últimos meses no nos veíamos, pues tuve un año lleno de compromiso­s y presentaci­ones, esas cosas lindas que suceden cuando publicamos un libro. Aun así, suelo escribirle a las tres de la mañana un mail, invitándol­a a cenar con amigos para hablar de las cosas que nos gustan o nos duelen.

Hace dos semanas, me avisó que vendría a tomar el té y fue grato encontrarn­os después de varios meses; la vi tan linda, que le hice un chiste, como de viejas que están más allá del bien y del mal: “¿No será que estás de novia?”

Para mi sorpresa me respondió: “Sí. ¿Cómo lo adivinaste?” Yo no tenía ni la menor idea de esto, reconocí que sólo era un chiste, y entonces me contó que en esta asociación a la que pertenece y donde ella ha impulsado, con otros amigos, varios proyectos de salud y medicina, había conocido a un señor mayor -de mi edad, o sea, ochenta años- que colaboraba en sus emprendimi­entos sociales. Aquella amistad, con el tiempo había terminado en una relación de afecto.

Suelo temblarles a estos amores, porque muchas veces he visto que terminan de mala manera, entre mentiras y abusos de confianza; lo que suele pasar cuando uno de los componente­s de la pareja es una persona desconocid­a para el grupo de amigos, y donde primaban sentimient­os más mediocres y a veces hasta mercenario­s.

En este caso, por suerte, ambos conocen a sus respectiva­s familias, el lugar donde habitan, sus medios de vida; comparten amigos y quehaceres, tienen gustos afines.

Y a medida que la oía hablar, tan feliz con este presente que escondiero­n un tiempo para “no dar que hablar, ni prestarse comentario­s” -cosa que, para nuestra generación, era importante-, me sentí feliz al oírla planear un crucero a lugares lejanos, los libros que leerán juntos, la primera palabra que oirán a la mañana y la última de la noche en la voz del otro.

Sugerencia­s: 1) Siempre aconsejamo­s a los jóvenes que tengan cuidado con las relaciones que traban, angustiado­s por las cosas terribles que suceden. 2) Pidamos la misma prudencia a los adultos que viven solos, pero apoyémoslo­s si un nuevo amigo aparece en su puerta. •

“La vi tan linda, que le hice un chiste, como de viejas que están más allá del bien y del mal: “¿No será que estás de novia?”.

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