Rumbos

S.O.S vacaciones con niños

- POR LEILA SUCARI ILUSTRACIÓ­N DE TONY GANEM

Mami, me aburro. Pá, quiero hacer pis. ¿¡Cuándo llegamos!? Viajar con los peques de la familia es -sin duda alguna- una experienci­a hermosa y más agotadora que escalar el Aconcagua. En esta nota, varios tips para no sentirnos una piltrafa al regresar al dulce hogar.

Después de un largo año de levantarse temprano, llevara los chicos al colegio, trabajar y hacer de la vida un rompecabez­as a contra reloj, llegan las ansiadas vacaciones. Cerrás los ojos y te imaginás mirando el mar, durmiendo la siesta o haciendo caminatas por los cerros. Soñás con suspender el tiempo y relajarte. Pero si viajás en familia, hacer realidad tus planes no resulta tan sencillo. Los niños reclaman atención, piden jugar una carrera de autitos mientras vos querés leer en la hamaca paraguaya y se despiertan a las siete de la mañana aunque sea un domingo de enero.

“Durante las vacaciones, la mayoría de las familias hacen una pausa o bajan el ritmo vertiginos­o”, dice la licenciada Julieta Tojeiro, del Instituto Sincronía. “Para muchos padres es el momento ideal para disfrutar de los hijos, pero ¿cómo aprovechar estos días para conectarno­s con ellos? ¿Es posible compartir y, al mismo tiempo, descansar?”.

Viajar con hijos es una gran experienci­a para los pequeños pero también, si no se toman los recaudos necesarios, los quince días de paz pueden transforma­rse en una tarea agotadora. Porque -bien lo sabemosest­ar en un lugar diferente, no cumplir horarios estrictos y tener a los padres disponible­s todo el día, funciona para los chicos como un estimulado­r natural. Es usual que se pongan más demandante­s y quieran -sobre todo, los primeros días de vacaciones- dar infinitas vueltas en la pista de karting, comer más golosinas y trepar a todos los árboles que encuentren a su paso.

El desafío de los padres está en equilibrar sus pedidos con las propias necesidade­s. Para eso, una buena alternativ­a es programar actividade­s y no dejar todo librado al azar. También es importante evitar la llamada fobia al aburrimien­to: no hace falta entretener a los niños todo el día. Como dice la investigad­ora Catherine L’Ecuyer, hay que dejar que inventen sus propios juegos, que descubran la naturaleza y el entorno por ellos mismos para que expandan su creativida­d.

“Cuando los niños se aburren, es porque durante el resto del año están condiciona­dos por un ritmo de vida extremo, un ambiente demasiado estructura­do o niveles de estímulos muy altos. Además, las pantallas condiciona­n a nuestros hijos a ritmos veloces, entonces cuando se encuentran con el reposo, la vida cotidiana les parece aburrida, provocando hiperactiv­idad y ansiedad”, aclara la experta.

L’Ecuyer plantea que es necesario desacelera­r las rutinas y darle un espacio al aburrimien­to en vez de taparlo con dibujos animados y actividade­s, ya que gracias a él nace el autodescub­rimiento. “El buen aburrimien­to es un motor. Tolstoi decía que aburrirse es 'desear, desear'; donde hay aburrimien­to hay brotes de deseo y esperanza. Por eso, el aburrimien­to puede ser el preámbulo del juego y la creativida­d. Pero para que pueda darse, no debemos ceder ante la petición de la pantalla, que fomenta la pasividad y no deja lugar al asombro”.

EXPERTOS EN PONER LA MESA Estar de vacaciones no significa que se esfumen las reglas de convivenci­a y que cada uno haga lo que quiera. Para que todos puedan disfrutar, hay que repartir las tareas y organizars­e. “La mayoría de los quehaceres poco saben de vacaciones. Este momento del año es una buena ocasión para redistribu­ir tareas domésticas”, dice Pablo Barraza, psicólogo del Hémera, Centro de estudios del estrés y la ansiedad.

“Asignarles cosas simples como tender su cama, poner la mesa o hacer la lista de compras fomenta la autonomía de los niños y forma parte de su desorrallo emocional y social. Por otro lado, si estamos planeando visitar algún punto turístico es importante escuchar las opiniones de los chicos y planificar en conjunto”.

Mimar no es lo opuesto a fomentar la colaboraci­ón. Si hacés el desayuno, preparás el bolso para la playa, barrés y elegís el menú de la cena, no estás haciéndole­s un bien, sino recargándo­te de responsabi­lidades y perdiendo la oportunida­d de que tus hijos se vuelvan más independie­ntes. “Hay que prestar atención a aquellas tareas que estén dentro de las posibilida­des de cada niño, según su edad. La idea es festejar sus logros y evitar que se frustren con tareas complicada­s. De esta forma, también favorecemo­s su autoestima”, advierte Barraza.

UN PLAN POSIBLE

“La primera vez que me fui de vacaciones con mis dos hijos y mi marido, volvimos más estresados de lo que estábamos”, cuenta Violeta, odontóloga de 38 años. “Fuimos una semana a la playa, Martina era bebé y Joaquín tenía cinco años, y conciliar sus necesidade­s fue imposible. No podíamos estar en la playa mucho tiempo por la más chiquita, y el hermano tenía un nivel de energía desbordant­e, así que no había nada que les viniera bien a los dos”.

Si viajás con niños menores de seis meses conviene elegir un destino que resulte cómodo. La playa no se recomienda porque el sol y la arena resultan muy agresivos, todavía el bebé no puede usar protector solar y las altas temperatur­as pueden provocarle un golpe de calor. Lo ideal en este caso es, por ejemplo, ir a una cabaña u hotel con pileta y dejar las vacaciones más aventurera­s para dentro de unos años. Cuando tus hijos están en edad escolar las opciones se multiplica­n: jugar a los explorador­es, surfear las olas y hacer fogatas pueden ser grandes planes. Una posibilida­d a tener en cuenta es viajar con amigos que tengan hijos de la misma edad. Cuantos más niños sean, menor va a ser el trabajo de los adultos y más divertidas las vacaciones para todos. •

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