Rumbos

Vivir de nuestro ingenio

- POR CRISTINA BAJO

Alguna de mis biografías dice que durante un tiempo me dediqué a trabajos insólitos, y a veces la gente me pregunta sobre ellos.

Empiezo con el primer intento: mis hermanos y yo decidimos vender jugo de limón y ramos de peperina a los turistas, pero un vecino le advirtió a mi padre que habíamos puesto, a la veras del camino y bajo un tala, un cartel y un cajón, y él cortó de cuajo un emprendimi­ento visto en una película norteameri­cana. Actuaba June Allyson, que llevaba zoquetes, lo cual era un consuelo, ya que mi madre, a pesar de mi altura, me obligaba a usarlos.

Un poco mayor –y todavía en Cabana– me dediqué a escribir cartas para personas que no podían hacerlo por su mano y me pagaban con gallinas, huevos o pan casero. Yo, orgullosam­ente, colaboraba en casa con estos productos.

Ya casada y en Córdoba, vendí madera misionera –trabajo que me dejó con una vértebra dislocada– y m.s adelante hice, con bastante éxito, tapices infantiles. Me especialic­é en familias de búhos sobre telas de un azul muy oscuro, que imitaba la noche. Los tejía con aguja de crochet muy finita e hilo de seda, y los acomodaba sobre una rama o un .rbol. El pap., la mam. y los pichoncito­s eran de distintos colores y tamaños.

Por un tiempo vendí libros: descubrí una distribuid­ora española cerca de mi casa por un amigo de mis hijos que trabajaba allí. A veces me dejaban dar una recorrida, y pasaba una hermosa tarde entre las estantería­s de novelas de tapas increíbles, de historia de la brujería, de hadas y duendes. A veces, por amistad con este joven, me los vendían con descuento y yo los revendía a quien me los encargara.

Poco m.s adelante, puse una librería, pero eso fue después de intentar vender vajilla –sin éxito–, productos de belleza hermosamen­te presentado­s en madera, vidrio y cer.mica –con bastante suerte– y cocinar para una vecina, cuyo rechazo a ese menester estaba por costarle el matrimonio.

Un día, en el centro, vi una casa que vendía lana virgen hilada a mano, y me puse a tejer unos pulloveres estrafalar­ios con agujas enormes que terminaba en un día. Eran muy lindos, pero al lavarlos se alargaban terribleme­nte. Comencé a comprar lanas delicadas y con agujas finas tejí una serie de prendas elegantes, con las cuales tuve trabajo hasta que abrí una casa de ropa Pre-Rafaelista, que diseñaba y muchas veces teñía yo misma.

Cada uno de estos emprendimi­entos son históricos: terminaron en el mismo momento en que los últimos cinco o seis gobiernos nacionales sufrieron una crisis.

Para finalizar: mis últimas incursione­s fueron leer el tarot –con un método inventado por mí– y cuando me regalaron un juego de runas, aprendí sobre ellas y lo incorporé a mis saberes. Mis amigas confiaban en mis presagios y comenzaron a traer a sus amigos. Llegó un momento en que me aterró la fe que tenía la gente en lo que yo decía: nunca engañé, tenía un libro escrito con el significad­o de cada carta, pero no podía soportar la confianza que ponían en mí.

Por entonces me enfermé y cuando me dieron de alta, mis amigos editaron mi primer libro, y mi vida cambió para siempre. Pero esos años me dieron confianza en mí misma, prefiriend­o vivir de mi ingenio, y no dependiend­o de otros.

Tambiénleí­ael tarot con un método inventado por mí, y mis amigas empezaron a confiar en mis presagios.

Sugerencia­s:

1) Si estamos desconform­es con nuestro trabajo, optemos por descubrir qué nos gustaría hacer y si estamos preparados; 2) Sin renunciar al puesto seguro, incursione­mos en ese proyecto secreto. Quiz.s, en poco tiempo, podamos independiz­arnos. •

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