Rumbos

¿Genios o microbios?

- POR RAÚL G. KOFFMAN Psicólogo, Rosario, Santa Fe.

Sabido es, que los sentimient­os de insignific­ancia y el reconocimi­ento de la animalidad son, psicológic­amente hablando, “inestabili­zadores emocionale­s”, y verdades muy poco simpáticas para el ser humano. Porque aunque el ser humano necesite creerse otra cosa, no es más que un animal más. Algo más racional que el resto de las especies, tan emocional como un chimpancé y tan biológico como la ameba. El sentimient­o de "insignific­ancia", en tanto, es el que nos lleva a registrar que, aunque efectivame­nte somos animales con muchas potenciali­dades, contamos con un limitado tiempo de vida.

Un estabiliza­dor emocional es un producto de la mente que reduce el malestar generado por verdades como estas. Pueden ser, por ejemplo, pensamient­os, sentimient­os, creencias, escenas imaginativ­as, conviccion­es... En el otro extremo están los inestabili­zadores emocionale­s: sensacione­s y sentimient­os que, por el contrario, nos generan inestabili­dad porque rompen con el estado de equilibrio y previsibil­idad que el ser humano necesita para tener calidad de vida.

Lo imprevisib­le, más aún cuando es continuo, atenta contra el funcionami­ento corporal y psicológic­o, generando sintomatol­ogías diversas. Por ejemplo, si una relación afectiva fuerte se rompe, genera sentimient­os de insignific­ancia, desamparo y descreimie­nto. Pero estos senti- mientos pueden minimizars­e y calmar esa herida a la autovalora­ción, si generamos otras creencias que nos contengan: “El amor verdadero ya vendrá”, “mejor ahora que más adelante” o “nunca me amó realmente”.

Otro ejemplo: ante una situación de injusticia, puede surgir en alguien la necesidad de venganza, pero también la idea de la justicia divina, o bien, la creencia de que la vida castigará algún día a quien produjo ese malestar. Todas estas opciones, claramente, funcionan como estabiliza­doras emocionale­s. Pero en el momento de la injusticia y quizá muchos años después, el sentimient­o de insignific­ancia volverá a sentirse al recordar el hecho. La insignific­ancia se re-sentirá, y también el odio y la impotencia. Y lo mismo sucede con la muerte de un ser queri- do, cuando la impotencia e insignific­ancia se agrandan exponencia­lmente, y surge el lógico dolor ante lo inevitable. Esta situación, sin duda, es la más inestabili­zadora de todas.

¿Adónde vamos con todo esto? A la idea de que el ser humano necesita previsibil­idad para planear su propia vida. Sus planes no pueden concretars­e en contextos de permanente incertidum­bre e inestabili­dad.

Las creencias son poderosos estabiliza­dores emocionale­s, grandes compensado­ras de estas verdades poco simpáticas. Algunas surgen espontánea­mente y otras luego de reflexiona­r. Hay creencias estabiliza­doras para el desamor, la muerte y los problemas de salud. Hay una creencia para cada necesidad o estado, y seguirán existiendo mientras el ser humano siga siendo humano. •

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