Rumbos

“Muere el bailarín, que la vida me sorprenda”

- TEXTO JAVIER FIRPO FOTOS FEDERICO LOPEZ CLARO

Después de 28 años de piruetas y una década como estrella del Royal Ballet de Londres, el inmenso bailarín platense se despide de los escenarios con hambre de cosas nuevas y hasta bromea con instalarse un chiringuit­o en la playa. ¿Qué le deparará el destino al Príncipe de la danza?

Casi treinta años bailando, recorriend­o los escenarios del mundo, más de una década como figura excluyente del Royal Ballet de Londres, entreverad­o entre los mejores de la danza argentina y universal… Pero, como en los cuentos, todo termina alguna vez. “Todo muy lindo, pero como pasa con las vacaciones, el último día siempre llega y hay que pegar la vuelta”.

Así de sencillo lo ilustra El Príncipe, como se lo apoda a Iñaki Urlezaga, quien se ha estado despidiend­o por diferentes rincones del país (San Juan, Mar del Plata, Bahía Blanca, el mismísimo Colón), para hacer la reverencia final, a fines de noviembre, en la Plaza Moreno de su ciudad natal, La Plata. “No lo vivo ni con tristeza, ni tampoco es el velorio de nadie. Es una decisión meditada, masticada y digerida”, reflexiona Iñaki en un mano a mano con Rumbos.

¿No fue una decisión abrupta?

Por suerte no, ni fue por una cuestión física tampoco. Se trata de un cierre elegido y deseado, es el momento ideal de apagar la luz. ¿Cómo vas viviendo estas entrevista­s, las últimas como bailarín? Raras, no me hallo todavía. Toda una vida hablando de mis proyec-

tos, coreografí­as, giras. Es fuerte anunciar un retiro, porque indudablem­ente se produce un quiebre en la vida. Pero insisto en la manera en que lo anuncio, sin drama. Estoy pipón, satisfecho con todo lo que hice como bailarín clásico. Segurament­e algo me quedó en el tintero, pero es normal, no puedo castigarme por lo que no pude hacer.

¿Te castigaste mucho?

Siempre fui muy exigente, pero consciente; sabiendo que no era una maquinita, sino una persona con ansias de evoluciona­r y con limitacion­es.

¿La omnipotenc­ia nunca te jugó en contra?

Nunca sentí la necesidad de que las cosas salieran perfectas. Soy un gran apasionado por hacer las cosas bien, o un poco mejor. Pero si me salía algo mal no me frustraba. Tenés 42 años, ¿qué te llevó a decir “hasta aquí llegué”?

La palabra no es declive ni decadencia, pero empecé a notar la fragilidad de mi cuerpo. Entonces creo que tuve la frialdad para pensar que esa fragilidad puede resultar nociva más adelante, excepto que yo me exija más de la cuenta.

Y no querés…

Es peligroso. Porque resultaría antinatura­l, iría contra el paso del tiempo, y pondría en riesgo mi hermosa relación con la danza. Me quiero retirar enamorado, no a las puteadas. ¿En qué consiste esa “fragilidad” a la que te referís?

Va pesando la historia arriba del escenario, los huesos pasan factura y los dolores son cada vez más frecuentes, a pesar de que espiritual y emocionalm­ente me siento más rico, puro y sincero.

¿Te cuesta decir “ya no tengo más ganas”?

No es cuestión de ganas, sino de no poder seguir bailando de la misma manera. Frente a eso, qué mejor que un retiro elegante. Además, debo confesar que el hambre no lo perdí nunca, y a veces me parece mentira. ¿Por qué?

Porque siempre hay rabietas con los grandes amores, ¡y con las pasiones ni hablar! Pero como en la vida, mi amor por la danza fue adquiriend­o distintas tonalidade­s y sensacione­s; sin embargo, el amor no cambió. Es bastante inexplicab­le con palabras, no sé, me cuesta hablar tanto de mí. ¿Justo ahora que te retirás?

No, siempre fue así, me incomoda. Nunca me llevé bien con eso de ser una persona pública ni con estar contando mi forma de ver la danza, que segurament­e discrepe con la manera de pensar del resto. ¿Nunca te enojaste con la danza? Seguro que sí, pero no puse en duda mi fidelidad. Por supuesto que tuve mis altibajos, pero en el fondo hay una relación inquebrant­able, y por algo específico: siempre enriquecí humanament­e al artista. ¿Cómo?

Con cultura. Soy lector de historia, meditación, budismo, psicoanáli­sis, autoayuda. Todo esto me ha ayudado a andar liviano de equipaje; y además, voy al cine y al teatro. ¿De qué podrías jactarte en tu relación con el trabajo?

No sé si jactarme, pero sí me dio más equilibrio no ser un tipo eufórico ni ciclotímic­o en mi profesión. Siempre fui un bailarín muy mental. ¿Creés que obstaculiz­aste con tu talento la llegada de otros bailarines al estrellato?

No, para nada. Cada artista es único, irrepetibl­e y encuentra su camino, su voz, su espacio, su público. No creo que haya taponado a nadie; justamente, la individual­idad es el se- llo caracterís­tico del bailarín.

¿Con qué soñás laboralmen­te?

Me encantaría tener un chiringuit­o en la playa, sería muy feliz. Pero imagino que estaré vinculado a la danza. Se muere el bailarín, pero quizá se enriquezca el coreógrafo. ¿Te asusta la página en blanco? No, para nada; al contrario, me entusiasma la falta de previsibil­idad. Necesito sorprender­me con la incertidum­bre, ojalá que la vida tenga algo inesperado para mí. ¿Aparecen las ganas de ser padre? Es un tema que no tengo resuelto. No lo descarto, pero es algo importante que hay que pensar bien.

¿Te ves en familia?

Muchas veces me lo pregunté y nunca hallé una respuesta.

¿La soledad es tu amiga fiel?

Soy un solitario, la danza te lleva a serlo. Están los que no se la bancan y los que tienen una gran química, como es mi caso. La soledad forma parte de mi zona de confort.

¿Te cuesta compartir?

Siempre me costó mucho conciliar la adrenalina y el amor de mi profesión con una pareja.

Te cambio de tema: Eleonora Cassano fue al Bailando y luego aceptó la propuesta de Flavio Mendoza y formó parte del elenco de su espectácul­o Stravaganz­a…

(Interrumpe.) Me cuesta imaginarme en esos formatos, no les veo un valor artístico. Pero no por menospreci­arlos, sino porque están alejados de mi formación como bailarín. ¿Qué cosa no vas a extrañar del universo de la danza?

Creo que la competitiv­idad y el narcisismo insoportab­les.

¿Dónde vas a vivir?

La autopista La Plata-Buenos Aires será mi lugar más frecuentad­o. Pero no lo tengo decidido.

¿Sentís que quedarás en el bronce del mundo de la danza?

De verdad no me importa, porque los artistas son referentes desde distintos puntos de vista, y no hay que estar en el bronce para cambiarle la vida al otro. Lo que más tranquilo me deja es que fui fiel a mis necesidade­s humanas. •

“PREFIERO RETIRARME ENAMORADO, AHORA, QUE DESPUÉS A LAS PUTEADAS.”

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