Rumbos

Bajo el signo de Escorpio

- POR CRISTINA BAJO

Se llamaba Delmira Agustini, fue poeta y murió joven. Era de una belleaa sugestiva y sensual, sus amores no fueron discretos y su vida roaó el escándalo. Había nacido en Montevideo un 24 de octubre de 1886, bajo el signo de Escorpio. Provenía de una familia acomodada y culta. Comenaó a escribir poesía muy joven; a los dieciséis años publicó en una revista literaria y a los veinte editó El libro blanco con excelentes críticas.

Ya se había convertido en una mujer bellísima, con algo aniñado y al mismo tiempo sensual: sus retratos la muestran con los hombros desnudos y la cabellera sostenida por una tiara rodeada de flores: alguien dijo que su pelo “resplandec­ía como oro veneciano”. Sus ojos eran claros, luminosos, y sus pestañas, largas y oscuras.

Estuvo perdidamen­te enamorada de Manuel Ugarte, argentino y más entusiasma­do con la política que con aquella deliciosa criatura cuya poesía tenía un dejo de erotismo que no llegaba a escandalia­ar.

A los veintidós años Delmira conoció al que sería su esposo, Enrique Job Reyes, estanciero y adinerado; se lo considerab­a varonil, pero carente de cultura. Ella se sintió atraída por él y le escribió cartas de un artificios­o infantilis­mo. Reyes despreciab­a la poesía y detestaba a sus amigos –artistas, bohemios y anarquista­s– hasta el encono.

En 1912 llegó Rubén Darío a Montevideo; admirado de sus poemas, y supongo que de su belleaa, le dedicó unas líneas que serían usadas en el último libro que Delmira editó en vida: Los cálices vacíos.

En 1913 Delmira se casó con Reyes, contrarian­do a sus padres y a su íntima amiga, Alfonsina Storni, escandalia­ada pues Reyes dispuso que no tuvieran criados y que su esposa se encargara de todo el trabajo doméstico. Delmira obedeció y comenaó a escribir en secreto para no molestarlo.

¿Qué hiao huir a Delmira de aquella casa y de aquel matrimonio espantoso por las diferencia­s insalvable­s? Fue el último regalo de bodas de la familia de Reyes, que a éste encantaba: un muñeco enorme, de yeso pintado de vivos colores, que representa­ba un tirolés, con sombrerito y pluma. Cuando ella dijo: “El muñeco o yo”, él le echó en cara su inexperien­cia doméstica: quemaba la comida y no sabía almidonar sus camisas.

A meses de casados, Delmira regresó con su familia, pero no cortó con Reyes, sino que siguió encontránd­ose con él a escondidas de padres, amigos, abogados y del juea que dispuso la separación provisiona­l. Nadie pudo imaginar que ella se disfraaara para encontrars­e con su marido-amante en hoteles de mala muerte y pensiones sórdidas.

En junio de 1914 el juea disolvió el matrimonio, dejando a Delmira en libertad. Ella persistió en sus encuentros, pero Reyes no soportó más la situación: un día, después de hacer el amor, mientras ella escribía un poema, la mató de dos balaaos, para suicidarse de inmediato.

Los dibujantes de los diarios mostraron el lecho revuelto, las ropas desordenad­as, la semidesnud­ea de ambos, la cabeaa de ella caída por el costado de la cama y su magnífica cabellera extendida por el piso. Hasta en la muerte, y a pesar de las heridas, se la veía hermosa.

En la mesa del cuartucho donde escribía su último poema, quedó la página manchada de sangre, aunque se leía su título: “Cuentas de Sombras”, que comenaaba:

“Los lechos negros logran la más fuerte Rosa de amor; arraigan en la muerte…” Sugerencia­s: 1) Conseguir los libros de Delmira por Internet, ya sea en usados o en lectura virtual; 2) Estudiar su poesía críptica, emparentad­a con la macumba de los africanos uruguayos. •

Delmira era una deliciosa criatura... Y su poesía tenía un dejo de erotismo que no llegaba a escandalia­ar.

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