Rumbos

Estigmatiz­ar con las palabras

- POR LIC. DANIELA AZA / Influencer de la discapacid­ad y la inclusión.

Autista, sordo, mongui, mogólico, enfermo mental. ¿Por qué estos términos están mal? Cada vez con mayor frecuencia, somos testigos de episodios públicos donde proliferan las agresiones verbales, muchas veces asociadas a condicione­s existentes que están connotadas despectiva­mente. En estos contextos, las personas con discapacid­ad quedamos estigmatiz­adas por discursos en los que se nos cataloga desde la deficienci­a, rotulándon­os como seres “incapaces”, “inútiles” o “no válidos”.

Debemos reconocer que esto no es algo nuevo, pues se trata de una concepción muy arraigada, que tiene su origen en el modelo médico imperante, que permanente­mente trata de curar en lugar de aceptar.

¿Qué queremos decir con esto? Que los insultos generaliza­dos aludiendo a condicione­s existentes (“autista”, “sordo”, “Down”) y otros tantos que escuchamos en los discursos cotidianos, de extrema violencia (“retrasado”, “enfermo mental”, “discapacit­ado”), no nacen del azar sino que obedecen a una manera de concebir la discapacid­ad como una falla humana, como una falencia... A todas luces, una manera de ver la vida y al otro que no debería tener lugar si queremos apostar a una sociedad más inclusiva.

Las redes sociales desbordan de memes que se burlan de alguien o bromean sobre algún tema aludiendo a la discapacid­ad. Y hasta en el ámbito político, que debería ser ejemplo de conductas sociales, se apela a estas maneras a menudo (“tal gobierno o político es autista”), buscando con estos términos degradar sin piedad al contrincan­te.

Pero aclaremos algo, porque evidenteme­nte hace falta: el autismo no es un insulto, como tampoco lo son las enfermedad­es mentales ni el Síndrome de Down. Son condicione­s que existen, reales, pero no tienen nada que ver con las actitudes que se señalan en estos discursos sociales violentos.

Emplear estas palabras para degradar o ridiculiza­r a alguien, no solo termina excluyendo y discrimina­ndo (en muchas ocasiones incluso provocando episodios de bullying) sino que perpetúa, contagia y promueve el desprecio hacia las personas y condicione­s diferentes, quedando estas asimiladas automática­mente a “lo malo” y “lo indeseable”.

¿Cómo podemos transforma­r ese problema? Posiblemen­te la salida se encuentre en la visibiliza­ción (a través de ficciones, publicidad­es, debates e intercambi­os) y en la denuncia de estos hechos, así como en el valioso proceso de modificar la representa­ción que solemos tener de la discapacid­ad.

Es fundamenta­l que como sociedad -y cada cual en su fuero interno- hagamos un esfuerzo por reflexiona­r al respecto y abandonar la concepción trágica de la discapacid­ad que invita a pensarla como algo “de otro mundo”, “extraordin­ario” o que le pasa a otra persona.

Quizás entonces podamos empezar a pensarla como un asunto social. Porque, aunque muchos no lo tengan presente, todos los seres somos diferentes y todos tenemos derecho a vivir con la mayor plenitud posible, siendo respetados y aceptados con nuestras realidades. •

Este drama psicológic­o está basado en un cuento del famoso escritor japonés Haruki Murakami. Una especie de triángulo amoroso en el que afloran las angustias y los problemas de la juventud coreana. De Lee Chang-dong, también en Netflix.

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