Bariloche en plan gourmet
No existe un mejor destino que aquel que combina naturaleza con gastronomía. Ese cruce es lo que transforma a unas típicas vacaciones en una experiencia inolvidable. Hay que decirlo: hoy por hoy, ir a Bariloche para admirar sus paisajes o hacer deportes invernales es un plan grandioso, pero incompleto. Porque la ciudad viene incorporando, de unos años a esta parte, numerosas propuestas gourmet para todos los gustos y presupuestos. Esta transformación –motorizada por la propia ciudad con eventos como Bariloche a la Carta (BALC)– vino a cubrir la demanda de locales y turistas foodies, “hambrientos” de platos con identidad propia.
Para empezar, están los clásicos barilochenses. Las casas de té, las chocolaterías (con Rapa Nui y Mamuschka a la cabeza) y las cervecerías artesanales (con Berlina, Wesley, Manusch y Blest como emblemas) son algunos imperdibles. Pero eso es apenas el principio...
Trucha, langostinos y cordero son insumos claves de la cocina patagónica. En Bariloche, los chefs los combinan con peras, manzanas y frutos rojos. Platos de este estilo se disfrutan en Epic, el restó del Arelauquen Lodge a cargo del chef
Juan Izaguirre, en El Casco Art Hotel y en el Llao Llao, cuya cocina comanda el genial Ariel Pérez. Quetro Cocina, ānima restaurante, Casa
Cassis y Quiven también integran el ranking de los top ineludibles.
Comer en un refugio de montaña es un gran plan para compartir en familia o con amigos. El Berghof está cerca del centro, ofrece vistas maravillosas y un menú accesible (con reserva previa en www.refugioberghof.es). Al Refugio Arelauquen (www.elrefugioarelauquen.com.ar), ubicado en el Cerro Otto, se accede previo ascenso en camionetas 4 x 4 y motos de nieve, y sus fondues de queso y chocolate son un hit.
Entre las opciones más familiares se destacan La Cabrona, el jardín cervecero de Patagonia -con su inolvidable vista del lago Moreno- y dos que ya son clásicos entre los viajeros frecuentes: El Boliche de Alberto y La Fonda del Tío. •