La Voz del Interior

La venganza de Dolina

Regresa a Córdoba con su programa que lleva 30 años en el aire.

- Daniel Santos dsantos@lavozdelin­terior.com.ar

Alejandro Dolina va cambiando de dial en Córdoba “por razones ajenas a su voluntad y a su conocimien­to”, pero siempre en algún lugar se lo encuentra. Y se lo busca, lo que no es poca cosa. Esta noche y mañana regresa a los escenarios locales con su clásico

La venganza será terrible en directo, pero no para vengarse sino para celebrar, caprichosa­mente, los 30 años del ciclo... aunque en realidad van 31.

Tres décadas no lo vuelven un hombre de radio, asegura, aunque la radio lo recibió mejor que otros foros en los que tal vez se siente más afín. “A la radio no le importó que yo no fuera un hombre de radio o que no tuviera una formación adecuada, una historia, una juventud radial, ni siquiera una vocación. Me recibió con mucho cariño y es el lugar donde estoy más cómodo y donde quizás soy más querido”, le dice a VOS, antes de esta nueva visita.

Pero todavía más: agradece al medio las obligacion­es que le impuso para “diseñar una especie de entrenamie­nto obligatori­o para hacer esto todos los días”, que a lo largo de los años terminó sacándole “algunos músculos” que de otro modo no le hubieran crecido. “Lo agradezco al final del adiestrami­ento, aunque todavía me adiestro diariament­e”.

–¿Cuándo decís foros más afines te referís a la música o a la literatura?

–A ambas. Aunque tampoco he sido muy pertinaz en ambas disciplina­s, me refiero especialme­nte a la literatura, porque en la música tienen cierta razón: no tengo una gran preparació­n musical o al menos no tan cuidadosa como lo es en otros órdenes. En la literatura solamente he contado con el acompañami­ento del público. No hay un rechazo ni nada, pero sí hay una sensación de extranjerí­a, con respecto a lo que podríamos llamar pomposamen­te mis compañeros de vocación. No tengo amigos escritores, ni nos leemos mutuamente, ni formo parte de ninguna comunidad que los agrupe. No hay una discordia ni enemistad, pero tampoco ha surgido ninguna clase de cariño. En cambio el público sí me ha recibido con afecto, ha

compradoin­cluso los los leyó. libros... y a lo mejor contra?–¿La popularida­d juega en

No –Siemprees una carta pesa de la presentaci­ón popularida­d. adecuadaci­ertas distincion­espara ciertos ni títulos,para ciertas para pertenenci­as. –¿Qué sigue a “Cartas marcadas”? ¿Estás escribiend­o?

–Sí, pero con muchísima dificultad. Pero no podría contestar a qué viene: son relatos que aspiro a que tengan un eje común, aunque no estoy seguro de que lo que estoy escribiend­o vaya a parar al tacho de la basura. –¿Has tenido momentos en que decidiste tirar todo?

–No de tirar todo, pero sí algunas cosas. Si usted escribe algo donde coexiste la posibilida­d de que un hombre alcance el amor de una mujer o de que esta mujer lo rechace, la mitad del libro la va a tener que tirar cuando se decida. Vengador romántico El aniversari­o formal de La

venganza... es en 1985, pero eligieron la fórmula de Los Chalchaler­os, festejando después de lo que correspond­e. Dolina dice que se les ocurrió tarde, o que el cumpleaños es solamente un pretexto. –¿Es posible definir el programa?

–No es un solo programa, sino un proceso. Si tuviéramos que escribirlo en un texto para presentar, no se podría saber muy bien qué es. Es un programa romántico, en el sentido de que se parece a sus ejecutores. Este programa no se podría presentar con la descrip-

ción de sus partes, tiene que ver con los tipos que lo hacen. –¿En algún momento sentiste que seguías por inercia?

–En algunos momentos, cuando uno no está consciente de lo que hace, no es que siente que sigue por inercia… sigue por inercia. Sí he pensado muchas veces que había hecho programas bastante malos. Y también a veces, como una flecha luminosa en la noche oscura, aparece alguna idea y hacemos un buen programa. Nunca sentí que estaba aburrido de hacerlo, porque lo hacemos de distintas maneras, conforme varía nuestra manera de apreciar los fenómenos artísticos, humorístic­os, comunicaci­onales, etcétera. A medida que nos vamos aprendiend­o chistes nuevos, vamos cambiando, y nos vamos aburriendo de los viejos. –¿Tenés una frase que “siempre les digas a tus hijos”?

–Me ayudan mucho en el ejercicio del cinismo. El cinismo, el sentido de rastrear el desatino con cierto sentido del humor. Trato de no decirles siempre lo mismo, y a la segunda vez que lo hago me lo hacen notar. Somos muy com-

pañeros, porque además nos une el entusiasmo artístico. No tengo frases, pero debería tenerlas para sacar patente de padre. –¿Sentís que les costó sortear el escollo de ser hijos de?

–No lo han sorteado. Pero no por ser los hijos de alguien conocido, sino por ser los hijos de una persona tan poco recomendab­le como yo. –¿Te pesa la edad?

–No me pesa en el presente. Este presente mío es muy juvenil. Hago deportes, hago fútbol, estoy en actividad, la memoria me funciona más o menos bien. Pero cuando viene la proyección ya no es lo mismo: me dicen los doctores que parece que tuviera 40, pero no los tengo. No puedo hacer planes a largo plazo y eso realmente pesa. En lo demás no, en el vivir de todos los días no siento los años que tengo. Pero si me pregunta qué voy a hacer en 30 años, tendría respuestas más bien necrológic­as. –¿Imaginás las medianoche­s sin radio?

–Ni en vacaciones. Sufro cuando no estoy haciendo el programa. Soy un hombre solitario, si me permite entrar en el terreno propio de los programas del corazón. No tengo tantos amigos como la gente piensa: no salgo a comer con la muchachada, entonces el ejercicio diario de la amistad es el que tengo con mis compañeros de la radio, como de la música o del pensamient­o. No concibo otra forma de amistad que no sea trabajar juntos, o pensar juntos algo. Me gusta muy poco sentarme en la vereda de la cervecería a reírme fuerte. No me cautiva eso, y cuando no trabajo me aburro. El fútbol también es algo que me hermana: para ejercer la amistad necesito estar haciendo algo que me apasiona.

Medios y política –¿En los medios has sufrido grandes decepcione­s... o gratas sorpresas?

–No muchas. Tal vez porque no he puesto muchas esperanzas ni muchos enconos en los demás. Además, uno también tiene derecho a cambiar. Yo no he tenido grandes cambios ni he tenido necesidad de decepciona­r a nadie, tal vez porque mi vida fue más sencilla: siempre tuve trabajo, no me pasaron grandes desgracias. A veces hay gente que cambia por necesidad o porque de golpe cambió de idea. ¿Quién soy yo para decir cómo debe ser el camino de mis colegas? Cada cual hace lo que puede. Algunos me gustan más que otros; algunos me parecen muy inteligent­es, otros no; algunos comparten ciertas ideas que tengo sobre el alcance del Estado, la filosofía y la política; hay quienes me parecen personas simpáticas y otros no. Pero no tengo un juicio moral por el cual puedan producirse desengaños o revelacion­es. –¿En política se perdonan menos los cambios?

–Igual. No estoy seguro de que todas las personas que no piensen como yo piensen así porque fueron sobornadas o cooptadas por el dinero. A lo mejor sí, o a lo mejor no. ¿O usted cree que para ser neoliberal hay que aceptar sobornos ajenos? No parece. Ha habido elecciones en que la gente ha votado por el neoliberal­ismo, y no creo que hayan sobornado a todo el mundo. Puede haber pensamient­os equivocado­s, o situacione­s históricas que propenden a la elección de ciertos modelos que en otras circunstan­cias hubieran sido imposibles. Esa elección no estuvo motivada por otra cosa que odios, enconos, fastidios, desencaden­ados por situacione­s especiales que no son del todo políticas. Pienso lo que pienso con mucha enjundia, con energía, pero de ahí a descalific­ar a quien no comparte esa manera de pensar hay mucho terreno.

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