La Voz del Interior

Después del invierno, la luz de la Justicia

Alejandro Mareco

- Alejandro Mareco amareco@lavozdelin­terior.com.ar

La segunda gran vibración se sintió cuando fue barreiro eL condenado con La perpetua, La primera que enfrenta.

Y el viento de agosto nació un día desde las entrañas del parque Sarmiento. Sucedió ayer, justo cuando el sol se había trepado en lo alto del mediodía y arrojaba una luz vigorosa y cálida, de esas que son capaces de poner fin a los inviernos más largos y ateridos.

Los jueces se pronunciar­on, finalmente. Y aun cuando las severas condenas para los principale­s responsabl­es de la feroz represión que se desató en Córdoba eran presentida­s, la conciencia de asistir a un instante de inmensa carga histórica, a un profundo acto de reparación, trajo consigo una conmoción tan intensa que desató un remolino de emociones en la sala de audiencias, en el parque y mucho más allá.

Los atroces crímenes cometidos en los campos de concentrac­ión, vórtices del reino del terrorismo de Estado en estas tierras, no podían ser archivados por la historia sin que la Justicia les acercara una mínima redención.

Cuando el juez Jaime Díaz Gavier levantó la mirada y buscó los ojos de Menéndez para anunciarle una nueva condena perpetua, la número 14, hasta la sala de audiencias llegó el eco del estallido en la calle. La segunda gran vibración se sintió cuando fue Ernesto Barreiro el condenado con la misma pena, la primera que enfrenta.

De las 35 condenas perpetuas que solicitaro­n los fiscales, 28 fueron rubricadas por el tribunal. Es una cantidad impactante, y describe que en la espesura de las sombras de la década de 1970, Córdoba estuvo asolada por una legión de lobos que secuestró, torturó, asesinó e hizo desaparece­r.

Y había muchos más: era un ejército de perversos que se regodeaban en su poder de disponer sobre la gente y las cosas con absoluta impunidad, sin pensar en que alguna vez, 40 años después, la sociedad, ya nutrida con nuevas generacion­es, les pondría por fin un límite.

La dictadura tuvo en sus manos la pena de muerte (reinstaura­da en junio de 1976), pero eligió matar en la clandestin­idad, porque su sed de terror era tan gigante como indiscrimi­nada. Entonces, sus personeros no se atrevían a mirar a la luz de los ojos a la sociedad, y tampoco lo hacen ahora; se siguen proclamand­o combatient­es (como en este juicio), pero callan sobre el destino de los cuerpos de sus víctimas.

Córdoba fue arrasada por la represión, y La Perla fue su tan ensangrent­ado símbolo.

Ayer, un poco del sol de la Justicia se derramó sobre la vitalidad del parque.

La memoria es la fuente de las respuestas que buscamos para ser capaces de crear y legar un mañana sin impunidad. Para que nunca más el infierno tenga la cara oculta del Estado.

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