La Voz del Interior

Cuántas cosas vuelven a su lugar

Francisco Panero

- Francisco Guillermo Panero Pulso judicial fpanero@lavozdelin­terior.com.ar

“D ar a cada uno lo suyo”, es una de las definicion­es más sencillas y elocuentes de la Justicia. Desde ayer, muchos pueden decir que se ha llegado a ese estado al escuchar las condenas a los más horrorosos crímenes cometidos en la historia contemporá­nea en Argentina, y en esta porción del país. Quienes hasta ayer estuvieron sentados en el banquillo de los acusados, en su mayoría ancianos, fueron juzgados porque hace 40 años eran verdaderos “chacales” que manejaron la vida y la muerte de miles de ciudadanos. Se movían sin límites y con total impunidad. Eran impiadosos y carecían de todo límite. Su accionar fue indiscrimi­nado y respondía a un plan sistemátic­o, que incluía torturar y terminar con miles de vidas.

Finalizada la dictadura, la joven democracia hizo el juicio a las juntas militares, pero no pudo avanzar más allá. A partir de rebeliones a las citaciones de la Justicia –como la encabezada por Ernesto “Nabo” Barreiro–, se terminó en la “obediencia debida”, el punto final, la amnistía y el indulto.

Debieron pasar muchos años para que el Estado pudiera derogar las leyes del perdón y se iniciaran finalmente los juicios por delitos de lesa humanidad.

La Justicia puso en marcha a mediados de la década pasada un poderoso aparato que trabajó en pos de un mismo objetivo: llevar a juicio a los responsabl­es de la más sangrienta represión.

En Córdoba, la tarea del Juzgado Federal N° 3 y de la fiscal Graciela López de Filoñuk –más el aporte de los querellant­es– permitió llegar a una instrucció­n con una plataforma probatoria contundent­e.

Además, todos los funcionari­os y empleados el Tribunal Federal Oral N° 1 estuvieron trabajando exclusivam­ente en los debates orales de delitos de lesa humanidad. La megacausa La Perla es la culminació­n de otros juicios. El presidente del tribunal, Jaime Díaz Gavier, es un emblema de debates que no conocieron más que la transparen­cia y el respeto por todas las garantías.

La audiencia 354, en la que se leyó la sentencia sobre casi un centenar de puntos, se produjo luego de que declararon más de 580 testigos y transcurri­eron más de tres años y ocho meses desde aquel 4 de diciembre de 2012. Semejante esfuerzo judicial no fue en vano, si se contemplan los numerosos beneficios de llegar a sentencia.

Terminar con la impunidad de los ejecutores del plan macabro y dar una respuesta a las más de 700 víctimas están entre los objetivos de esta sincroniza­da maquinaria judicial.

Pero, entre los tantos hechos positivos de “hacer justicia”, está la consecució­n de la verdad, la misma que funda la historia y pone blanco sobre negro respecto de tantos hechos discutidos durante años.

Como dijo Natalia Mónaco Felipe (hija de Luis y Liliana): “Ahora tenemos la libertad de decir que ellos son los culpables. Y que la Justicia lo diga es importante”.

Es la Justicia el método más formidable y perfectibl­e que inventó el hombre para llegar a procesos de verdad, a partir de los cuales la historia puede asentarse sobre bases sólidas.

Con su descripció­n de los hechos, esta sentencia establecer­á qué fue lo que sucedió, qué le pasó a cada víctima, quiénes fueron los responsabl­es. Cuando se conozcan los fundamento­s de este veredicto, se dará a cada uno lo suyo.

Con esa verdad respaldada por los tribunales, ya nadie podrá decir que los desapareci­dos no existieron, que no hubo un plan sistemátic­o, que los responsabl­es son inocentes y tantas otras cosas discutidas durante años.

Entre otras consecuenc­ias de los juicios, los periodista­s dejaremos de usar palabras de incertidum­bre, como “presunto” o “supuesto”, o los verbos condiciona­les para referirnos al accionar de quienes, hoy se sabe, cometieron crímenes atroces.

A partir de estas sentencias, gracias a la Justicia, podemos hablar del “genocida Menéndez”, “el abusador Gómez”, “el torturador Barreiro”, “el secuestrad­or Acosta”, “la cruel ‘Cuca’ Antón” y tantos otros “violadores de los derechos humanos”, usando términos correctos y sin temor a equivocarn­os.

Después de tantos años, ahora podemos dar a cada uno su verdadero nombre.

Con la verdad respaldada por los tribunales, ya nadie podrá deCir que los desapareCi­dos no existieron, que no hubo un plan sistemátiC­o y que los responsabl­es son inoCentes.

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(RAMIRO PEREYRA) Díaz Gavier. El presidente del tribunal lee la sentencia.
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