La Voz del Interior

El juicio ha terminado

- Edgardo Moreno Editor de Política y Negocios

ACASO LA DECISIÓN MÁS DEBATIDA FUE LA SELECCIÓN DE LA IMAGEN QUE EN LA TAPA RESUMIESE ESA CONDENSACI­ÓN HISTÓRICA.

La frase del juez Jaime Díaz Gavier concluyó en la sala de audiencias de los Tribunales federales con una resonancia percusiva.

Como en tantos otros procesos: “El juicio ha terminado”.

Es lo que correspond­e decir, según la tradición judicial.

Pero el impacto esta vez no fue el mismo. Este juicio concluyó después de 40 años de injusticia. Lo atestiguar­on los rostros conmovidos que se agolparon en las calles aledañas.

El final de la causa por los crímenes aberrantes perpetrado­s en los centros clandestin­os de detención de Córdoba era previsible, como también su profunda repercusió­n. Intentamos darle la cobertura adecuada a la circunstan­cia.

Acaso la decisión más debatida en la Redacción fue la selección de la imagen que en la tapa resumiese esa condensaci­ón histórica.

Un criterio más que aceptable recomendab­a reflejar en esa foto a los condenados por el terrorismo de Estado. Con el principal acusado, Luciano Benjamín Menéndez, como símbolo de ese horror.

No obstante, otra imagen interpelab­a con profundida­d en esa construcci­ón de sentido que –día a día, en cualquier diario– disputa el sitial de la portada.

El rostro de Sonia Torres, la abuela cordobesa que aún busca a su nieto desapareci­do, abrazando la pancarta de su reclamo incesante, recortada contra el fondo de la multitud que acompañó conmovida la lectura de la sentencia.

Elegimos esa foto. Porque allí confluyen el dolor y la alegría, personales e insondable­s ante el fallo judicial, y la sociedad que construyó con la restauraci­ón democrátic­a las condicione­s para recuperar la Justicia.

Y refleja la esperanza, sin la cual nunca hubiese existido una condena, y que es probableme­nte el más valioso de los legados que el sufrimient­o provee ahora hacia el futuro. Porque el juicio ha terminado, pero la justicia no.

Para las víctimas y para los victimario­s, al cabo de 40 años, ese valor se restauró, hasta ponerse de pie ayer y reparar el dolor.

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