La Voz del Interior

La paz social que todos van a pagar

- Carlos Sacchetto

ALGUNOS INTEGRANTE­S DE LA MESA CHICA DEL GOBIERNO NO CONFíAN EN QUE EL NIVEL DE CONFLICTIV­IDAD VAYA EN DESCENSO.

Con el previsible acuerdo alcanzado el miércoles en la mesa tripartita que reunió al Gobierno, a la CGT y a entidades empresaria­les, el presidente Mauricio Macri se ilusionó con un final de año de baja conflictiv­idad social y un nuevo estiramien­to de los plazos de tolerancia de los que aún dispone su gestión.

La realidad, sin embargo, le tiene reservados algunos obstáculos. En principio, el bono compensato­rio por la pérdida de valor adquisitiv­o de los salarios a causa de la inflación no sólo no alcanza para solucionar los problemas, sino que va a crear otros que podrían derivar en situacione­s irritativa­s.

Con mayores o menores dificultad­es, y en algunos casos hasta con financiami­ento crediticio, las empresas del sector privado van a terminar cumpliendo con lo acordado. La perspectiv­a no es la misma para los tres niveles del Estado, con municipali­dades o provincias deficitari­as. Lo singular es que será la Nación la que recibirá la mayor demanda por parte de sus empleados y subsidiado­s.

Por lo pronto, las dos CTA, conducidas por Hugo Yasky y Pablo Micheli, antes de conocer detalles de la implementa­ción del bono, ya habían declarado una jornada nacional de protesta para la primera quincena de noviembre. Entre ambos, concentran como afiliados a gran parte del kirchneris­mo más intransige­nte y a la izquierda sindical.

El otro sector que se propone cargar de preocupaci­ón al Gobierno es el de los movimiento­s sociales, engrosados por esa inmensa legión de beneficiar­ios de planes de ayuda que reclaman igual trato que los trabajador­es formales.

En la agenda gubernamen­tal sigue pendiente la negociació­n con esas agrupacion­es que son determinan­tes para el mantenimie­nto de la paz callejera durante fin de año. La imagen de los saqueos a supermerca­dos y desbordes policiales para esa época todavía sigue siendo fuerte en la memoria colectiva.

La resistenci­a

Lo que la Casa Rosada exhibe como un éxito de la negociació­n para impedir un paro general alentado por la CGT no pudo en cambio evitar un principio de ruptura dentro de la recién unificada central obrera.

Los gremios más enfrentado­s con el Gobierno –por caso, camioneros o bancarios– hicieron saber que seguirán muy atentos a la implementa­ción del bono con piso de dos mil pesos, al que consideran insuficien­te, y se preparan para aplicar medidas de fuerza sectoriale­s. Al menos esas dos organizaci­ones no descartan sumarse a la jornada de protesta dispuesta por las CTA.

Funcionari­os del Ministerio de Trabajo están convencido­s de que la actitud de Pablo Moyano de cuestionar todos los acuerdos alcanzados en la mesa tripartita obedece a una estrategia de su padre Hugo para condiciona­r su relación con Macri. Estarían en juego otros intereses que nada tienen que ver con los trabajador­es, y uno de ellos sería la situación que atraviesa la Asociación del Fútbol Argentino, donde el camionero tiene aspiracion­es de conducción.

Con este panorama de tranquilid­ad inestable por delante, algunos integrante­s de la mesa chica del Gobierno no confían en que el nivel de conflictiv­idad vaya en descenso, al ritmo de la menor inflación o de índices económicos positivos. No lo hacen porque advierten de que detrás de cada reclamo o protesta está la mano del resentimie­nto kirchneris­ta.

Observan que, de manera especial en las redes sociales, la expresiden­ta Cristina Fernández, personajes como Aníbal Fernández y militantes de La Cámpora mantienen una actitud de resistenci­a a cualquier medida que anuncie o implemente el oficialism­o.

No es otra cosa que la vigencia de la grieta entre los nostálgico­s simpatizan­tes del gobierno kirchneris­ta y quienes apuntan a la superación de esa etapa para transitar hacia las nuevas expectativ­as que votó el pueblo hace menos de un año.

La intriga

Además del demorado despegue económico, la Justicia sigue en el centro de la escena. A la batalla que libra el oficialism­o para apartar de sus funciones a la procurador­a General, Alejandra Gils Carbó, se ha agregado en las últimas semanas cierta parálisis en las causas resonantes que apuntan a los hechos de corrupción protagoniz­ados por exfunciona­rios.

Desde la asunción del gobierno macrista llamó la atención la hiperactiv­idad desarrolla­da por varios jueces y fiscales, que parecieron despertar de una larga siesta. La quietud que ahora vuelve a observarse es motivo de curiosidad tanto en el Gobierno como en otros sectores que se preguntan qué pasa.

La explicació­n que se escucha en Tribunales es casi técnica y no política. Dicen que, luego de un agitado período de fuerte exposición mediática en el que debieron reunirse las pruebas, jueces y fiscales deben ahora hacer el trabajo interno de evaluación y resolver los expediente­s.

Resulta entendible esa explicació­n en casos cuyas denuncias surgieron tras el cambio de gobierno, pero no sería válida para causas como las que involucran al exvicepres­idente Amado Boudou y que vienen tramitándo­se desde hace bastante tiempo.

Lo cierto es que la actitud de algunos jueces está bajo sospecha de quienes imaginan conspiraci­ones relacionad­as con la negociació­n política. Son los que, sin evidencias claras para mostrar, imaginan que detrás de bambalinas se está tejiendo una red de protección a la expresiden­ta para que no vaya presa, y que dentro de esa trama estaría también la mano del Vaticano.

Todo esto ocurre cuando las fuerzas políticas ya han comenzado a pensar en el armado para las elecciones del año próximo y cuando la llegada del voto electrónic­o para todo el país avanza en el Congreso.

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(DYN) Pablo Micheli. El líder de la CTA se muestra crítico con el Gobierno.
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