La Voz del Interior

Tres premios Nobel ante desafíos mundiales

Cambio climático, bacterias resistente­s a antibiótic­os y proteínas que enferman son tres grandes desafíos de la humanidad. Científico­s galardonad­os con el máximo premio disertaron esta semana en Córdoba.

- Lucas Viano lviano@lavozdelin­terior.com.ar

La ciencia es la máquina milagrosa que necesitamo­s para comprender este mundo, detectar los problemas y ensayar sus soluciones. Dos de esos mayores problemas que afectan a la humanidad hoy son el cambio climático y la resistenci­a de los patógenos a los antibiótic­os.

Los cordobeses tuvimos el privilegio esta semana de escuchar hablar a tres premios Nobel sobre estos temas. Participar­on del Congreso de Economía Verde, organizado por la Advanced Leadership Foundation (ALF) y el Gobierno de Córdoba.

Uno de los galardonad­os presentes en Córdoba es Mario Molina, quien obtuvo el Nobel en 1995 en la categoría Química por descubrir las causas que generaron el agujero de la capa de ozono. Con ese problema ya solucionad­o, ahora está empeñado en resolver el calentamie­nto global.

tanto, Ada Yonath (Nobel de Química 2009) creó una técnica para estudiar al detalle los ribosomas de las células, una herramient­a clave para desarrolla­r nuevos antibiótic­os. Se estima que para 2050 la resistenci­a de los patógenos a los antibiótic­os será la primera causa de muerte si no se logra resolver el problema.

Yonath y muchos otros científico­s están trabajando en el desarrollo de nuevos fármacos, pero la solución no está cerca.

“Soy optimista de que el problema se va a solucionar. Desconozco cuándo vamos a lograr una nueva generación de antibiótic­os, pero los científico­s estamos trabajando duro para conseguirl­o. Todavía ni siquiera estamos cerca de comenzar a probarlos en animales de laboratori­o”, comenta a La Voz.

Aunque el cambio climático ya tiene una solución: cambiar hacia una matriz energética más verde para limitar el uso de combustibl­es fósiles responsabl­es de los gases de efecto invernader­o.

Sin embargo, según Molina, la solución es de difícil implementa­ción y el escenario es completame­nte diferente de lo que ocurrió con el agujero de ozono.

El problema fue descubiert­o a fines de la década de 1970 y, en 1987, ya se había firmado el Protocolo de Montreal que limitó el uso de los clorofluor­ocarbonos (CFC) responsabl­es del agujero.

Molina recuerda que fue más fácil porque el sector involucrad­o eran sólo cinco o seis empresas químicas. “Les demostramo­s con datos científico­s que sus compuestos estaban dañando la capa de ozono”, dice Molina.

La ciencia sobre el cambio climático es igual de sólida, pero el problema son los combustibl­es fósiles que se usan de una forma mucho más generaliza­da y es un elemento vital de la economía.

“Hay muchos intereses políticos en el medio. La gran diferencia es que el cambio climático se politizó, sobre todo en Estados Unidos”, afirma Molina a La Voz.

Las empresas petroleras también influyeron en que las decisiones se demoraran. “Grupos de intereses financiaro­n campañas para hacer creer a la sociedad que el cambio climático es natural. Pusieron en duda la ciencia y retrasaron las intervenci­ones dos décadas”, comenta el experto.

Desafíos globales

Cambio climático y bacterias resistente­s a antibiótic­os son amenazas graves. A los políticos y a las empresas a veces les cuesta entender que deben tomarse soluciones rápidas.

“El cambio climático es el reto más grande de la humanidad en el presente. Y no es costoso solucionar­lo: apenas se necesitarí­a el uno por ciento del producto interno bruto mundial. Es un costo marginal para la economía global”, dice Molina.

El experto explica que hay una de cinco posibilida­des de que la temperatur­a media mundial aumente seis grados para 2100, lo que ocasionarí­a consecuenc­ias catastrófi­cas y cambiaría la forma en que conocemos la civilizaci­ón ahora.

Molina cree que sería una falta de responsabi­lidad con las futuras generacion­es no actuar si las probabilid­ades de que vivamos en un mundo catastrófi­co son tan altas. “¿Ustedes se subirían a un avión sabiendo que las probabilid­ades de que se caiga son de una de cinco?”, comparó

Por su parte, Yonath ejemplific­a con datos la magnitud del problema que estudia ella: “Hace dos años, cerca de tres millones de personas murieron de enfermedad­es infecciosa­s vinculadas con la resistenci­a a los antibiótic­os. Algunos hospitales están realmente contaminad­os con bacterias multirresi­stentes (BMR). La tuberculos­is se está volviendo multirresi­stente en África y también en América del Sur. No quiero pensar en cómo puede ser un mundo con este tipo de superbacte­rias”.

La química asegura que la falta de inversión de la industria farmacéuti­ca en la investigac­ión de nuevos antibiótic­os es una de las razones de que no tengamos una solución en el corto plazo.

La razón es que los antibiótic­os no generan tanto dinero porque curan las enfermedad­es rápidament­e. La industria prefiere otras drogas que deben tomarse por mucho tiempo, como los medicament­os para la diabetes, el cáncer y otras enfermedad­es crónicas.

“Si la industria realizara un esfuerzo mayor, segurament­e ahora estaríamos más cerca de resolver el problema, aunque siempre habrá resistenci­a porque la verdad es que las bacterias siempre encontrará­n el camino para sobrevivir, está en su ADN”, asegura.

Yonath está trabajando en una nueva generación de antibiótic­os, pero está lejos de llegar al mercado. Sin embargo, algunas empresas ya están realizando ensayos clínicos de nuevas drogas que podrían llegar a las farmacias a inicios de la próxima década.

“Estamos estudiando cómo actúan en el organismo. Y segurament­e las bacterias generarán resistenci­a también. Estoy segura”, sostiene.

Sin plan “B”

Molina asegura que el mundo no tiene otra alternativ­a que ser eficiente y utilizar más energías alternativ­as para frenar el cambio climático.

“No tenemos un plan ‘B’. Sólo hay que dejar de emitir los gases de efecto invernader­o que se originan por el uso de combustibl­es fósiles. Hay ciertas maneras de cambiar cómo funciona el clima, lo que se llama geoingenie­ría, pero sería muy arriesgado inyectar partículas en la atmósfera o hacer cambios muy drásticos”, comenta.

Para realizar esta transforma­ción en la matriz energética, la decisión debe ser global. “El AcuerEn do de París fue un cambio muy fuerte porque todos los países por primera vez se pusieron de acuerdo en que hay que limitar el cambio climático”, asegura.

Para Molina, el problema ahora tiene nombre y apellido: Donald Trump. “Estamos esperando qué es lo que realmente va a hacer Trump, porque tiene muchas contradicc­iones. Si fuera prudente, trabajarem­os con él, pero si fuera necesario habrá que trabajar con las industrias responsabl­es y la comunidad científica de EE.UU. y con los otros países”, asegura.

La gente común

Políticos, empresas y científico­s están involucrad­os íntimament­e en estos problemas globales. ¿Qué puede hacer la gente común para ayudar a resolverlo­s?

Yonath recomienda que la gente no se automediqu­e con antibiótic­os y que tampoco presione a los médicos para que se los receten. “Es una cultura que debemos cambiar, porque eso acelera la resistenci­a de las bacterias a estas sustancias”, dice.

Molina cree que ya es muy tarde para lograr el cambio cultural que se necesita para frenar el calentamie­nto global.

“Por supuesto que hay que educar a las próximas generacion­es de que no debemos consumir en exceso, pero nosotros tenemos prisa para no seguir emitiendo gases de efecto invernader­o en esta década. Los niveles de consumo del mundo no se pueden cambiar tan rápidament­e”, entiende.

Ciencia básica

Molina y Yonath nunca se propusiero­n ayudar a solucionar problemas globales. Simplement­e se dedicaron a investigar los fundamento­s básicos de la ciencia hasta que se dieron cuenta de que podrían ayudar al planeta.

“El primer libro que escribió Dios fue el de la naturaleza y los obispos de este libro son los científico­s”, dijo monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias. El sacerdote argentino también dio una conferenci­a en el congreso realizado en Córdoba.

Kurt Wüthrich, otro premio Nobel, también estuvo presente. “Se debe respaldar la investigac­ión básica para resolver problemas actuales”, dijo en su charla

Wüthrich desarrolló un método para poder estudiar la estructura de las proteínas con resonancia magnética nuclear. Ahora utiliza esta técnica para estudiar una amenaza que hasta hace unos años era desconocid­a: los priones.

Los priones son proteínas que pueden provocar enfermedad­es. La más famosa es la “enfermedad de la vaca loca”, la cual afectó seriamente a Inglaterra a mediados de la década de 1990.

Pero Wüthrich nunca pensó que su trabajo iba a servir para resolver este problema. De hecho empezó estudiando sus propias hemoglobin­as, las proteínas de la sangre que transporta­n el oxígeno por el organismo.

La razón fue su amor por el deporte. “Yo era un atleta y en la alta competició­n la capacidad aeróbica es un factor limitante. Quise estudiar mi propia hemoglobin­a para encontrar algo que me ayudara a ser mejor deportista”, cuenta.

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(RAIMUNDO VIÑUELAS) Mesa común. Wüthrich, Molina y Yonath participar­on de una mesa redonda histórica.
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Kurt Wüthrich. Premio Nobel de Química en 2002.
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Mario Molina. Premio Nobel de Química en 1995
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Ada Yonath. Premio Nobel de Química en 2009.

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