La Voz del Interior

Embajadora de la palabra

Susana Magnasco recibió el título honorífico del Museo de la Palabra, en España, para difundir el valor del diálogo. Este año, también, debe divulgar la obra de Miguel de Cervantes, a 400 años de su muerte.

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

“Para mí es un placer individual, íntimo, trabajar sobre el entendimie­nto de los hombres. Pelear no lleva a nada, sólo deja un vacío en el corazón”. Susana Magnasco (82), docente y abogada cordobesa de dilatada trayectori­a, lo dice en su calidad de “embajadora de la palabra”, una distinción que otorga el Museo de la Palabra, de la Fundación César Egido Serrano, en Toledo, España.

Es una de los 146 “embajadore­s” honorífico­s repartidos en 72 países, que colaboran con la difusión de “la palabra”, como un instrument­o de paz entre los hombres.

En realidad, Magnasco siempre estuvo cerca de las palabras y de las letras. Es escritora, docente de Literatura, Castellano y Latín y abogada. Como “embajadora”, este año, tiene la misión de divulgar la obra de Miguel de Cervantes, a 400 años de su muerte.

Como homenaje al creador de

Don Quijote, el museo –que encuentra en Cervantes a su principal referente– viene realizando variadas actividade­s culturales.

“Estoy haciendo un paralelism­o entre la vida de Cervantes y la de Shakespear­e, porque este año también se cumple el 400º aniversari­o de su fallecimie­nto. Es una comparació­n del pensamient­o de estos escritores inmortales”, explica Magnasco.

Susana adhiere a la idea que se promueve desde Toledo: abordar “la palabra” en su doble condición: como vía de comunicaci­ón y como parte de la lengua, del patrimonio cultural. “Difundimos el valor de la palabra a todo nivel, desde el presidente de la República hasta la escuela primaria. Lo que más nos interesa es formar a los niños en la palabra amable, tolerante... En la palabra que no ofenda, que no hiera. En los más grandes es más difícil y en los políticos, aun más. En los últimos tiempos observamos un banquete de agresiones”, subraya.

Además de su función de difusora, desde 2011, Susana siempre participa en el concurso de microrrela­tos que promueve la Fundación César Serrano, del que, hasta ahora, se han inscripto 22 mil personas de distintas lenguas y nacionalid­ades unidas por la idea de promover la palabra como vínculo de tolerancia y paz.

Larga trayectori­a

Magnasco nació en Río Cuarto, pero a los 5 meses de vida su padre compró una farmacia en la ciudad de Río Tercero, adonde se mudó con su familia. Allí, Susana pasó su infancia, en un ambiente intelectua­l y de discusión política, rodeada de líderes como Arturo Illia y Arturo Zanichelli.

Su padre, Justo José Magnasco, era el propietari­o de la farmacia, pero su vocación política lo colocó en dos oportunida­des en la intendenci­a de Río Tercero.

Al terminar la primaria, Susana y su madre se mudaron a Córdoba para cursar el secundario en el colegio 25 de Mayo. En la Capital vivió hasta los 20 años, cuando su padre murió y volvió al lugar de su niñez. “Me casé un 30 de diciembre y el 10 de enero de 1954 regresé a Río Tercero. Estuve ahí hasta 1975. Fueron los años más prolíficos y más fecundos, que son cuando formás un hogar”, asegura. Susana remarca que su padre fue un hombre querido, respetado y recordado. “Era un político probo. Me crié entre Illia, Zanichelli, Brouwer de Koning, Páez Molina, esa gente venía a mi casa en la época de mi padre”, recuerda.

Magnasco cuenta que heredó de su papá un “carisma social” que la llevó a participar desde muy joven en asociacion­es vecinales y a trabajar en actividade­s de promoción cultural. Luego, se recibió de profesora de Castellano, Literatura y Latín en el Instituto Alexis Carrel y se desempeñó como docente en la mayoría de las escuelas de Río Tercero. También estuvo a cargo, ad honorem ,dela Dirección de Cultura de la Municipali­dad de esa ciudad.

Cuando su marido se enfermó, volvió a Córdoba con sus hijos. “Yo estaba sumamente triste, extrañaba, era como una planta que habían arrancado de su medio”, grafica.

Como una manera de esquivarle a la tristeza, su hijo le sugirió que volviera a estudiar. “Empecé a dar clases en el Liceo de Señoritas y en un colegio de barrio Yofre Sur. Un día de 1976, pasé por la plaza San Martín donde estaba la Policía y vi una fila de gente que esperaba para inscribirs­e en la Universida­d. Fue como si una mano me hubiera puesto en la cola. Me anoté y me recibí de abogada a los 49 años”, relata.

Más tarde integró la Junta de Clasificac­ión Docente de la Nación y se desempeñó como procurador­a fiscal de la ex-Dipas (hoy Dirección General de Recursos Hídricos), la Municipali­dad de Córdoba y Rentas. Y continuaba dando clases a algunos alumnos.

En 1969 se jubiló como docente, y como abogada, al cumplir 77 años. Pero no se retiró de su vocación: leer y escribir.

Como escritora editó dos libros: la biografía de su padre (Un ciudadano, una conciencia )y Los imponderab­les de la vida, basado en experienci­as personales, y con el seudónimo María Mags. Pero la mayoría de sus escritos son privados, para un grupo íntimo. Redacta semblanzas de su familia y crea historias. “Les escribo a mis bisnietos un cuento para cada cumpleaños”, dice. Es su mayor placer. Ahora, cuenta, está enfrascada en contar la “verdadera historia de Batman”, para Salvador (5), el bisnieto mayor.

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