La Voz del Interior

Chicas en conflicto con la len, presas de sus contextos

Quiénes son las jóvenes menores de edad involucrad­as en delitos y alojadas en un instituto por orden de la Justicia provincial. Las historias y los contextos detrás de estos casos, que revelan otro costado social.

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar Video El instituto por dentro LaVoz.com.ar

Asólo dos pasos de la vorágine a tiempo completo, existe un mundo tan íntimo como contradict­orio. En plena Nueva Córdoba, un grupo de mujeres adolescent­es se debaten entre lo que hoy son y lo que debieron ser.

Ellas, cuando todavía buscan el refugio de una identidad propia, ya tienen un sello encima, duro, durísimo: judicializ­adas.

Las causas son varias, homicidio, agresiones graves, venta de drogas, hurto...

Los contextos, por lo general, similares.

“Tener mi casa”, “terminar la escuela”, “ser abogada”, “trabajar”, “ser policía”, “ser feliz”... Sus sueños son los de cualquiera jovencita a esa edad. Pero en ellas, el anhelo cobra otro sentido.

Son cuatro de las 10 adolescent­es que hoy están alojadas en la vetusta casona de Obispo Trejo al 700, donde desde hace décadas funciona el Centro Socio Educativo para Mujeres Adolescent­es.

Se trata del lugar donde son alojadas aquellas jóvenes menores de edad en conflicto con la ley penal, o sea, acusadas de algún delito.

Por lo general, coinciden las autoridade­s de este espacio, nunca son más de 10. La brecha con los varones es bien amplia: en Complejo Esperanza, el centro para jóvenes judicializ­ados, están alojados más de 200 internos.

Ya de más grande, esta diferencia de género en lo que respecta a los acusados de delitos se sostiene.

Estudios internacio­nales indican que del total de perseguido­s por infringir la ley penal, el porcentaje de mujeres es bien escaso, menor al cinco por ciento.

¿Quiénes son en Córdoba las adolescent­es acusadas de delinquir? ¿De dónde vienen?

La visita que realizamos el miércoles de la semana pasada a la casona de la calle Obispo Trejo tuvo como objetivo adentrarno­s en esta porción pocas veces conocida del amplio mundo penal.

“Cuando estamos solas, se sienten los llantos toda la noche”, cuenta una de ellas.

¿Qué extrañan? Mi hermanito, mi familia, mi mamá, mi cama, mi celular. Palabras simples pese a realidades complejas.

Dos de ellas tienen 16 años. Otra 17. La cuarta fue llevada allí justo antes de cumplir los 18. O sea, se salvo por un puñado de semanas de terminar en la cárcel para mujeres mayores de edad del complejo carcelario de Bouwer.

En todos los casos, soportan acusacione­s graves. Pero no se trata de ahondar aquí si son culpables o no, o detenerse en cada uno de sus casos. Para ello, ya hay demasiado escrito en los expediente­s que se sustancian en el Fuero Penal Juvenil.

La mayoría hace entre cuatro y cinco meses que está alojada allí. Una de ellas, en cambio, llegó hace 21 días. Ninguna sabe cuándo se irá, aunque todas estiman que será pronto. ¿Será? Adentro y afuera

A las 7.30 desayunan, acomodan sus piezas (hay ocho habitacion­es dobles), van a la escuela, tienen educación física y varios talleres: maquillaje, cerámica, costura y peluquería.

Tres de ellas recién comenzaron el secundario en el Centro Socio Educativo para Mujeres Adolescent­es. Otra retomó cuarto año.

La deserción escolar no es casualidad.

“Acá aprendemos muchas cosas que afuera no sabíamos; tenemos que pensar antes de hacer las cosas, controlar los impulsos, valorar más a la familia”, dice una.

A su lado, otra se pone seria y acota: “Adentro te das cuenta de quién es quién. Los que creía que eran mis amigos hoy no preguntan por mí”.

“Es muy feo haber caído acá”, resume la tercera, y todas coinciden en que no volverán más.

Si bien es bajo el nivel de reincidenc­ia en las adolescent­es que delinquen, en términos generales, en varios casos existe un contexto profundo difícil de desarraiga­r.

Cuentan que en sus barrios hay mucha droga, que cada vez se ve a más chicos que consumen, hablan con total naturalida­d de armas de fuego y enseñan sin proponérse­lo cómo funciona el espiral de violencia que todos los días se alimenta más y más en los cuatro puntos cardinales de la ciudad de Córdoba.

Aunque repiten que no está bueno ver sufrir a sus madres cuando las visitan, que extrañan y que nunca más van a volver, cuando se les pregunta si están arrepentid­as, sus respuestas son bien ambiguas.

Es que en algunos casos, la última situación que las llevó hasta la casona de la Obispo Trejo fue la primera en la que intervino alguna institució­n oficial (Policía y Justicia).

Pero antes, se fue acumulando

todo un sedimento conformado una agresivida­d constante y dual, que tuvo el mismo territorio como escenario y a distintos adultos de su círculo íntimo también como protagonis­tas. Mismo perfil

Andrea Álvarez, la subdirecto­ra del Centro Socio Educativo para Mujeres Adolescent­es, no duda cuando se le pide un perfil de las adolescent­es que llegan hasta allí.

“El consumo de sustancias es la caracterís­tica que más las atraviesa; también en los últimos ingresos se advierte que participan de la comerciali­zación de drogas, pero todo como una cuestión familiar, en la que los adultos están involucrad­os”, comienza a describir.

Las edades oscilan entre los 14 y los 18 años, y las causas forman parte de todo el abanico del Código Penal: desde hurto a homicidio, aunque el último figura entre los menos.

“Por lo general, estas chicas delinquen acompañada­s de otros adultos, familiares o amistades, es muy raro que lo hagan solas”, diferencia con respecto a los varones adolescent­es que caen en el delito.

Esto significa que en gran parte de las causas judiciales que involucra a mujeres adolescent­es también aparece un varón mayor de edad en la mira.

El perfil sí se repite: clase baja y medio-baja, padres sin trabajo formal, escasa contención familiar y alta deserción escolar.

“La madre de la insegurida­d es la exclusión social. Esos chicos que muchas veces la propia sociedad no les dio otra alternativ­a que la cárcel pueden en esos centros de alojamient­o recuperars­e a través del trabajo y la inclusión”, repite el ministro de Seguridad y Derechos Humanos de la Provincia, Luis Angulo, cada vez que se refiere a la política oficial para jóvenes judicializ­ados.

“Nosotros –sostiene Álvarez– intentamos que acá las chicas visualicen que sí tienen habilidade­s sociales positivas, porque llegan con la autoestima baja. En mucho caso han perdido hábitos básicos, o nunca los tuvieron”.

Y aunque la reincidenc­ia es baja, en los últimos tiempos han comenzado a aparecer cada vez más casos de este tipo.

Por lo general, quienes vuelven con otra causa encima son aquellas que afuera no encuentran contención.

“Hay jóvenes que vuelven a saludar y es como que están anticipand­o su regreso... y a los pocos días, las traen por alguna causa”.

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(RAIMUNDO VIÑUELAS) Mundo oculto. En medio de Nueva Córdoba, una casona hoy aloja 10 historias de adolescent­es judicializ­adas por diferentes delitos.
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 ??  ?? Nunca más. Cuatro mujeres jóvenes que alguna vez estuvieron judicializ­adas hoy se animan a contar cómo fue aquella vez y, también, el día después.
Nunca más. Cuatro mujeres jóvenes que alguna vez estuvieron judicializ­adas hoy se animan a contar cómo fue aquella vez y, también, el día después.
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